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Las memorias de Narciso

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Las memorias de Narciso

La memoria construye y deconstruye la visión que tenemos de la historia. Muchas veces, la memoria humana bloquea algunos episodios oscuros, actitudes, vicios, lagunas, miserias, que nos impiden quizás levantar el recuerdo de los hechos con toda su dolorosa objetividad.

Es entonces cuando la historia se construye sobre sus mitos venerandos, sobre sus discursos gloriosos, sobre sus capítulos altivos, descuidando los trasfondos, la intrahistoria incandescente cuya crónica nos hace morder los labios o nos constriñe y vapulea la visión general de los acontecimientos. Por eso, memorizar, hacer la memoria a partir de nuestras vivencias particulares, de nuestras concepciones episódicas, sobre todo si hemos sido copartícipes de los hechos, parte integral de su estructura dinámica, es un acto de valentía que rinde honor al suceso diamantino de la libertad de conciencia.

Sin las memorias fieles de los protagonistas o co-protagonistas de sucesos históricos de insoslayable trascendencia, o de sucesos personales, de lances episódicos que merecen ser relatados desde la vivencialidad de personas de relevante incidencia pública en los diferentes componentes sociales, probablemente la historia dominicana en sentido general tenga que construirse siempre a expensas de investigaciones mediatizadas, superficiales o incompletas. Incluso, hay personajes anónimos que han sido testigos o participantes en hechos de importancia histórica, que un día cualquiera dedican contar su historia, como catarsis de secretos guardados por largo tiempo y que laceran su espíritu, y esa memoria personal se convierte en una revelación tan aportadora para el examen de un hecho histórico específico como la de cualquier otra figura de máxima importancia. Bastaría recordar una sola muestra: el impresionante testimonio de aquel cadete de la Era de Trujillo, Eugenio Guerrero Pou y su libro “Yo maté a su hijo” (

Editora Taller

, 1996), un acto liberador de la conciencia de ese joven que casi cuarenta años después de la acción guerrillera del 14 de junio de 1959 decidió narrar su participación obligada en la eliminación física de los héroes de aquella gesta histórica.

Pero, otros muchos han escrito aquí sus memorias. Desde la experiencia histórica directa (Hamlet Hermann, Claudio Caamaño, Jesús de la Rosa, Blanco Fernández y un no muy largo etcétera), desde roles autobiográficos (como la ejemplar y casi única “Memorias contra el olvido” de Diógenes Céspedes), y hasta desde visiones literarias (como varias de las novelas de Marcio Veloz Maggiolo que recrean y transfieren a las generaciones actuales y futuras las vivencias de su barrio natal, Villa Francisca).

Creo firmemente en las memorias como género literario fundamental para contribuir a una mejor comprensión de los hechos históricos sin cuyo aporte episodios determinantes de la historia quedan vacíos o nunca podrían comprenderse por completo. Tengamos en cuenta que algunos episodios de nuestra historia más remota pudieron ser reconstruidos de forma más consolidada gracias a los testimonios que escribieron algunos participantes directos de esos hechos, incluso personalidades que formaron parte, por ejemplo, de las fuerzas interventoras de 1916 y de 1965, o de reporteros extranjeros que vivieron directamente la experiencia de sucesos contemporáneos, y hasta de simples aventureros que hicieron una agenda viajera que luego quedó estampada en memorias sustanciales para conocer el país de familias multicolores, como las llamó el

marine

de las fuerzas de ocupación norteamericanas, Arthur J. Burks, en un libro que es sin dudas una fuente clave para conocer aspectos sustanciales de aquel proceso interventor. O, desde otra experiencia, la narración del teniente David Dixon Porter, quien enviado por el Departamento de Estado de los Estados Unidos en 1856 recorrió el país y dejó escrita su aventura en un libro titulado “Diario de una misión secreta a Santo Domingo”. Y no olvidemos los sustanciales testimonios de Tad Szulc y el francés Marcel Niedergang en lo que respecta al pormenorizado conocimiento de los sucesos de abril de 1965.

Por la importancia que concedo a las memorias como género-contribuyente en la construcción de nuestra realidad histórica, durante mi gestión cultural oficial establecí un premio anual en esta categoría, dentro del renglón de Historia, donde surgieron importantes hallazgos, pero al mismo tiempo, lamentando que en no pocas ocasiones este aspecto de la investigación histórica fuera declarado desierto por los jurados. En ocasiones, por la falta de participantes. En otras, porque las exposiciones carecían de rigor y calidad literaria, en otras palabras estaban mal escritas. Algunas buenas historias se han echado a perder por esta situación. Todo esto al margen de que mucha gente con calidad para ello, no se decide a escribir sus memorias porque creen que es una materia para los que ya se están despidiendo de este mundo, o porque no desean entrar en conflicto con personas o entidades que puedan resultar afectadas por estas exposiciones testimoniales o memoriosas.

En días recientes, tuve el placer de coincidir en una recepción con el grande y admirado amigo, José Joaquín Puello. Durante la conversación, le dije –como suelo comunicar a otras personas importantes de nuestra vida política, económica, cultural- que con frecuencia encuentro su nombre mencionado en libros y artículos donde se recuerdan los roles que ha desempeñado en importantes episodios de nuestra historia contemporánea, y que ante esta situación él debía empeñarse en escribir sus memorias. Con el rápido asentimiento de su esposa, Gina Majluta, quien me señaló que ella insistía siempre en lo mismo, el famoso galeno me relató algunas anécdotas de la vida de Francis Caamaño en Londres, que coincidió con la época en que José Joaquín realizaba su maestría en la capital británica. Ambos tuvieron una relación estrecha durante esa época y lo que más llamó mi atención fue, primero, la parte humana y fraterna de Francis que se manifestaba de distintas formas, y segundo, la confianza que tuvo en Puello para importantes encomiendas relacionadas con su ya proyectado viaje a Cuba. Esas memorias de José Joaquín (que habrán de incluir su experiencia como dirigente estudiantil socialcristiano, su presencia en la Clínica Internacional cuando Marcelino Vélez traslada a ese centro de salud a Pedro Livio Cedeño la noche del 30 de mayo de 1961, incluso su propia experiencia como neurocirujano y alto dirigente olímpico) deben ser escritas y difundidas en la seguridad de que será un aporte de gran valor para conocer y comprender hechos y situaciones valiosas de nuestra historia más reciente.

Este comentario ha de servir para valorar, en toda su justa dimensión, las importantes revelaciones de Narciso Isa Conde, relacionadas precisamente con Francisco Alberto Caamaño y su estancia en Cuba antes de emprender la frustrada experiencia guerrillera de 1973. El de Narciso es un documento de suma trascendencia, toda vez que sirve al propósito de enfrentar tergiversaciones y calumnias, como el propio autor indica, que durante años colocaron sombras sobre la relación del Partido Comunista Dominicano y sus dirigentes con el Coronel de Abril. Las misiones realizadas sin éxito alguno para hacer comprender a Caamaño de su grave determinación foquista; las conversaciones con Bosch; los encuentros en Cuba, distanciados durante meses en distintas ocasiones, sin explicaciones convincentes; los aportes del equipo pecedeísta; los roles de Carlos Dore, José Israel Cuello y Luis Gómez en este proceso; una conversación con Fidel sobre el proyecto de Caamaño; la documentación colocada como apéndice, y otros muchos pormenores de capital interés, se muestran en las memorias de un hombre que ha estado en la mesa de la historia dominicana por más de cinco decenios en papeles protagónicos y sin ceder un palmo en sus ideas y en sus convicciones, independientemente de que suscribamos o no las mismas.

Lo único que hemos de lamentar, como en no pocas memorias anteriores de otras personalidades, es el descuido editorial que se observa y que debe obligar a Narciso a una nueva edición. La obra está bien escrita, pero no correctamente editada. Pero, el libro debe leerse sin reticencias. Es un testimonio ofertado con indudable seriedad, que incluso el autor procura dejar sentado que es solo su verdad, una parte de la verdad total, que ha de implicar la presencia de otros protagonistas en la conformación de este episodio tan intrincado de nuestra realidad política más cercana. Antes de Narciso, Manuel Matos Moquete, quince años atrás, publicó las primeras memorias críticas sobre aquella experiencia que ahora vuelven a ponerse sobre el tapete (“Caamaño: la última esperanza armada, 1999).

El testimonio de Narciso es un ejemplo de lo que las memorias como género literario pueden hacer para constituirse en colaboradora dinámica en la construcción de la historia general del pueblo dominicano.

(“Revelaciones” –Narciso Isa Conde –Editora Impretur, 2014 – 253 pp).

Lo único que hemos de lamentar, como en no pocas memorias anteriores de otras personalidades, es el descuido editorial que se observa y que debe obligar a Narciso a una nueva edición. La obra está bien escrita, pero no correctamente editada. 

Pero, el libro debe leerse sin reticencias. Es un testimonio ofertado con indudable seriedad, que incluso el autor procura dejar sentado que es solo su verdad, una parte de la verdad total, que ha de implicar la presencia de otros protagonistas en la conformación de este episodio tan intrincado de nuestra realidad política más cercana.