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La disciplina partidaria: un mal de fondo

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La disciplina partidaria: un mal de fondo

Creo firmemente en el imperio de la democracia. En la abierta posibilidad de las opciones. En la dinámica distendida de los consensos. En la diversidad, dentro del amplio espacio de los pareceres desiguales, como manifestación de una de las cualidades intrínsecas de la vida humana.

Pero, al mismo tiempo creo en el necesario sentido de disciplina que debe normar el ejercicio vital desde cualquier agrupamiento donde hagamos militancia: religioso, social, profesional, político. La democracia, practicada en cualquier entorno, no desdeña esta condición, por más permisiva que sea su naturaleza. La democracia contiene en su génesis esta dualidad: la libertad expresiva y la disciplina que debe evitar el desbordamiento de las pasiones y la inseguridad que plantean las disidencias, sobre todo cuando se llevan a planos personales o generan animosidades que perturban su elevación y agrietan irremediablemente su composición.

Las dictaduras de cualquier estirpe generan castas. No hay excepciones. Por más idealistas que sean, por más que pregonen bondades revolucionarias, las dictaduras establecen jerarquías que alejan a las mayorías de las decisiones y los privilegios que disfrutan las denominadas clases dirigentes. La democracia es un abanico que cubre un mayor radio de oportunidades, aunque origine excesos de toda índole: dirigentes sin masa, opinadores sin formación, arribismos, enseñoramientos bastardos, rejuegos perversos. En el mundo actual no es cierto que existan solamente dos sistemas: uno autoritario y otro democrático. Hay muchas variables. Los nórdicos poseen buenos sistemas de salud y educación, y están ajenos a las controversias habituales de las democracias latinoamericanas y de otras partes de Europa. El ruso es un sistema mixto donde la fuerza de un liderazgo contraviene cualquier limitante política. Los venezolanos viven una experiencia que entienden socialista bajo medidas férreas donde la disidencia se expresa pero no logra fijar destinos. Los norteamericanos poseen un sistema de seguridades democráticas que contiene grietas y padece de males endémicos tan nocivos como las que poseen las democracias caribeñas. Los alemanes tienen una democracia particular donde los que se colocan en otras aceras geográficas nunca han de tener la razón. En fin. Hay democracias socialistas, electorales, parlamentarias, representativas, con muchos etcéteras. Son como las centenas de confesiones cristianas que actúan sobre el mundo de hoy: todas creen en Cristo pero cada una tiene formatos, cultos y ejercicios diferentes.

En cualquier terreno, sin embargo, como ya hemos apuntado, es la disciplina la que asegura el presente y futuro de una organización humana. Juan Bosch solía decir que deseaba construir un partido que se rigiera por el mismo canon dirigencial de la Iglesia Católica que en dos milenios ha podido vadear todas las contrariedades, adversidades, ruindades y disidencias de sus pastores a todos los niveles sin afectar su fortaleza y permanencia. Costó mucho a don Juan mantener este criterio. La forja del Partido de la Liberación Dominicana, en su época de agrupamiento político de cuadros, pasó por muchas purgas y fuertes contradicciones que hicieron salir a no pocos de la nómina militante. Algunos abrieron sus propias tiendas. Otros regresaron al redil. Otros más no regresaron jamás. El PLD fue un organismo de democracia dirigida que pudo sostenerse gracias a un liderazgo fuerte que no permitía exabruptos, actitudes delirantes, contubernios con el enemigo, ni las traiciones y veleidades soterradas que han minado siempre la fortaleza de las entidades políticas en República Dominicana.

El Partido Revolucionario Dominicano arrastra esa bacteria contaminante desde su propio nacimiento. Basta echar una ojeada a la dirección fundadora de esa organización –la más añeja del espectro político dominicano, con 75 años de existencia- para hilvanar el tejido divisionista que ha carcomido su historia. Hasta en el año de fundación discrepan algunos de sus fundadores. Bosch decía que en 1939 y Jimenes Grullón que en el 41. Los formidables libros de Fulgencio Espinal sobre la historia del PRD nos ilustran al respecto. Fundado en la casa de Virgilio Mainardi Reyna en la villa El Cano de La Habana, el PRD se estructura bajo una base colectiva que integraban Juan Bosch, Juan Isidro Jimenes Grullón, Enrique Cotubanamá Henríquez –que fue el hombre de la idea y el elaborador de los principios que dieron origen al proyecto partidista-, Leovigildo Cuello, Angel Miolán, Nicolás Silfa y los hermanos Virgilio y doña Conina Mainardi. Hubo otros nombres hoy totalmente olvidados. Antes de que concluyera la dictadura, ya algunos habían armado remolinos, haciendo mutis por la puerta del foro. Otros, una vez desaparece el trujillato, forman tienda aparte (Virgilio Mainardi hizo un partido, Silfa fundó otro, Jimenes Grullón ya traía el suyo desde el exilio, y hasta Mon Castillo, uno de los tres delegados del 5 de julio espantó la mula en breve tiempo. Miolán, disgustado, se alejaría totalmente de Bosch pasado el golpe y los sucesos subsiguientes, y terminaría buscando chimeneas para la industria turística entonces sin desarrollo, y dirigiendo el alicaído Ateneo que otrora fuese asiento de intelectuales trujillistas).

La división perredeísta siguió pues su curso histórico. Hasta hoy. Empero, los analistas suelen fijarse exclusivamente en el PRD, sin detenerse en que la discordia ha dejado cicatrices profundas en otros estamentos políticos. La izquierda tiene una historia de fragmentaciones que llegan hasta nuestros días y que nunca le han permitido consolidar una propuesta viable y segura. Los partidos minoritarios o emergentes (que como sucede en el béisbol toman su turno al bate para diligenciar el hit de la victoria en los juegos electorales de cada cuatro años) han surgido como parte de las refriegas de los partidos de origen de sus dirigentes. El socialcristiano, que fue un partido élite, se fue al basurero a causa de sus luchas internas. El reformismo conoció también, con Balaguer vivo, de divisiones que luego el líder sabía conjurar con paciencia y “buen trato”. Balaguer en el Cristo Redentor ya no pudo sortear las ambiciones de sus dirigentes, ni le interesaba, y desde entonces todos sabemos hacia dónde ha corrido la pólvora.

Bosch sabía que no podía darse el lujo de formar un PLD fuerte en poco tiempo, y concentró a toda su pequeña militancia en círculos de estudios que hoy no tienen razón de ser. Viniendo de un partido indisciplinado se propuso poner un dique a desavenencias que afectaran el desarrollo de su plan político. Y todo el que formuló disidencias fue a colar su café en otras barbacoas. O tuvo que atenerse a la disciplina que marcaba el paso. La democracia cobra sus réditos si no se somete al orden que deben establecer sus líderes. Un partido debe ser lo suficientemente democrático para permitir que sus bases afiancen su poderío y su soberanía sobre los entes partidarios que se le oponen. Pero, debe ser lo necesariamente disciplinado para poder sostener su fortaleza y solidez. Si cae en la indisciplina, si sus líderes mayores promueven o se hacen la vista gorda de las desobediencias metódicas que ocurran entre sus dirigentes o miembros, no puede garantizar su futuro, ni solventar su presente. Si no hay cabeza que ponga la casa en orden, y los grupos se manejan sin control y bajo razones espurias, no hay proyecto político que camine en firme. André Maurois afirmaba que “un grupo no puede mandar nada, nada, ni siquiera un desayuno”. Las 48 leyes del Poder, de Robert Greene, afirma en su numeral 42, que si al subordinador arrogante, al envenenador de la buena voluntad, se le deja espacio para actuar, muchos sucumbirán ante su influencia. No es necesario esperar que los problemas se multipliquen. Hay que neutralizar su influencia por medio del aislamiento o el alejamiento. Hay que golpear al pastor para que las ovejas se dispersen. El término tiene tufo eclesiástico. Y la Iglesia lo utiliza. Los partidos, y seguramente algún partido en particular que se distingue por su fortaleza, debiera utilizarlo también. En la lengua española disciplina es sinónimo de látigo. Luego, la democracia puede seguir su curso.

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