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¡Oro en el edificio Copello!

Apropósito de la recordación y conmemoración del cincuentenario de la gesta del 24 de abril, movimiento bélico restaurador del orden constitucional perdido en 1963, con el derrocamiento del Presidente Bosch, el nuevo Gobierno Constitucionalista estableció su sede en el emblemático Edificio Copello, desde donde Francisco Alberto Caamaño y un grupo de distinguidos ciudadanos, acompañados de otros patriotas dirigió la lucha por el restablecimiento de un gobierno legítimo.

Esta notable edificación es triplemente valiosa por considerarse la primera obra de arquitectura moderna del país, por haber sido el palacio del gobierno constitucionalista de 1965 y por un curioso e interesante evento ocurrido a finales de 1938, y del que se han escuchado algunas reseñas y breves comentarios, manipulados y difundidos por leyendas urbanas. Antes de que el tiempo desdibuje y desvanezca completamente lo acontecido abordemos con todos los datos documentales y testimoniales que han podido ser recogidos esta singular y no menos simpática estampa de un Santo Domingo ensoñador, romántico, sucedida cuando por algunos años se le había usurpado su verdadero nombre.

El señor Anselmo Copello, inmigrante italiano que había prosperado en el país, dispuso hacer un gran edificio totalmente diferente y audaz para la época y para ello contrató al Arquitecto Guillermo González Sánchez que había estudiado en la Universidad de Yale y fue ganador de un extraordinario concurso internacional de Arquitectura. El luego considerado Padre de la Arquitectura dominicana concibió un diseño hermoso de cuatro plantas de líneas curvadas y ventanales corridos a todo lo ancho del edificio así como modernas escalinatas abiertas, el primero de su clase en el país, que el señor Copello ya había acordado alquilar al estado para acoger oficinas públicas.

Previamente y oyendo comentarios de las propiedades coloniales, donde se construiría la obra, en la calle El Conde a esquina Sánchez no hace mucho adquiridas, el señor Copello hizo buscar con un aparato rastreador de metales los pisos de las mismas sin que la máquina detectara nada.

Más adelante de la obra, hacia el lado este, Don Adelino Sánchez, comerciante español inmigrado al país con motivo de la Guerra Civil Española tenía un colmado en la misma intersección de esa principal arteria, el Conde esq. Sánchez.

Para finales de 1938, los pocos que recuerdan dicen que a mediados de noviembre, los obreros que se encontraban demoliendo las tres contiguas casas coloniales de El Conde con Sánchez, en la esquina Norte y Oeste, para dar paso a la construcción del Edificio Copello, al derribar una de las gruesas paredes medianeras del lado opuesto a la Sánchez, hacia la mitad de la casa, encontraron una tinaja de respetable tamaño encerrada allí. Sin sacarla picaron la misma y empezó a brotar de su interior monedas de oro, morocotas, y fue entonces que al punto se armó una desquiciada, desordenada, frenética algarabía entre los obreros. Algunos metían la mano en el interior y agarraban lo que podían, otros se lanzaban al suelo a recoger las que se habían desparramado entre la roja tierra del barro y las piedras de la demolición. No faltó la consabida práctica del “Kaput”, consistente en golpear fuertemente la mano de quien tenía morocotas bien empuñadas para que las soltara y luego recogerlas. No pocos lograron embolsillarse unas cuantas y salieron en veloz carrera para nunca reaparecer, en prevención de que las autoridades o los dueños se las quitaran. Otros, hambrientos o sedientos o más bien con alguna ignorancia, fueron al colmado de Don Adelino, para comprar generosas porciones de cerveza, ron y comida. Cuentan que Don Adelino les recibía las monedas y las guardaba en la convencional gaveta de negocio que era usada como caja. Pero a todo esto, la noticia cundió rápidamente y llegó a las autoridades.

Uno de los obreros que logró tomar su porción se quedó rezagado en el mágico acto de desaparición que efectuaron casi todos los “descubridores” y en el momento que llegó la policía quiso deshacerse del pequeño botín guardado en una fundita de papel y acudió rápidamente a un amigo vendedor de chinas en la cuadra siguiente, Conde con José Reyes, pidiéndole el favor de que le escondiera, sin abrirlo, ese paquetito, que él regresaría y le daría algo cuando regresara. Pero el reperpero, las carreras, la intervención de la policía y todas las noticias de “los chorros de morocotas de oro” encontradas en la construcción Copello, despertaron curiosidad y dudas en el frutero, que algo nervioso y discretamente sacó, para ver qué había, la fundita del cajón de chinas con tan mala suerte que ésta se le cayó rompiéndose y desperdigándose las monedas en la acera, atrayendo a curiosos y vivos que de inmediato hicieron ‘coca’ y sólo dos o tres monedas pudo el chinero recuperar. De lo que sucedió entre el obrero que le encomendó guardar el paquetito y el chinero que lo perdió, nada se supo.

En el corre-corre algunos de los trabajadores de la construcción, para evitar ser robados u obligados a devolver lo que habían tomado, se tragaban las monedas. Misterio acerca de lo que les ocurriría después.

El embrollo no tenía una hora de haber comenzado con motivo del descubrimiento de la tinaja, cuando se apersonó nada más y nada menos que Petán: José Arismendy Trujillo, hermano del dictador, ordenando detener a todo vivo que se encontrara dentro y en los alrededores de la construcción.

Interrogando –y registrando- enérgicamente a los obreros y circunstantes aún todavía por allí, algunos confesaron que habían comprado algunas cosas en el colmado Elah de Don Adelino. Allí se apersonó Petán y cuestionando a su propietario éste admitió que había aceptado de obreros, como pago por compras, morocotas de oro. El avispado fraterno del jefe le preguntó dónde estaban las morocotas y, abriendo el cajón del dinero, Don Adelino se las mostró –¿Y eso es todo? –Sí, contestó el propietario, dejando ver las ocho o nueve monedas que allí había. Petán las recogió diciendo, –esto es del gobierno por Ley, como Ud sabrá. Don Adelino se resignó a perder sus monedas y la mercancía que había expendido a los eufóricos obreros. Pero, como nota curiosa, meses después de este acontecimiento mudó su establecimiento a un gran local en la Arzobispo Meriño, montando un próspero negocio de supermercado con el mismo nombre.

El dictador Trujillo, al conocer la noticia simultáneamente, y enterarse que se le había adelantado su astuto hermano, llegó una hora más tarde acompañado de su entonces super-asistente y luego Ministro Anselmo Paulino Álvarez y al encontrar la tinaja completamente vacía, aún empotrada en el muro y hacer varias indagaciones, ordenó que en su presencia fueran derribando las paredes contiguas y según cuentan, ya en ese momento encontrándose también presente el señor Copello, se descubrió una segunda tinaja de tamaño similar a la primera. Trujillo dispuso una parte de lo encontrado para el señor Copello e hizo llevarse el resto rodeado de estrictas precauciones. Por varios días, y reanudadas las demoliciones y primeras zapatas no faltaban curiosos que rondaban la obra, algunos subrepticiamente, metiéndose, para ver más de cerca y quién sabe si, con la esperanza de encontrar algo brillante en algún resquicio de lo demolido.

Y de lo demás, ya poco o nada se sabe. El Edificio Copello fue inaugurado el 16 de agosto de 1939, en presencia del dictador Trujillo, quien impactado por las hermosas líneas grávidas y modernas de la obra, encomendó al Arquitecto González Sánchez importantes diseños y proyectos, entre los que se encuentran el Palacio del Ayuntamiento, el Plan Maestro de la Feria de la Paz, el Hotel Jaragua, el Parque Ramfis, hoy Eugenio María de Hostos, y que valga reconocerlo, restaurado primorosamente y aún mejorado de manera notable por el actual Ayuntamiento en casi todos sus elementos originales. La fachada del Gascue y lo que fuera luego el Malecón fue realzada con la modernidad arquitectónica en muchos edificios de apartamentos privados que diseñara y construyera este sobresaliente arquitecto. Y toda esta tendencia embellecedora inició con la admiración general que suscitó el Edificio Copello.

Tal vez pueda ser convertida esta singular y pionera obra de la modernidad arquitectónica, casa del Gobierno Constitucionalista y cuna de la curiosa semblanza de las morocotas encontradas, en un hito patrimonial e histórico: quizá en Museo de la Gesta de Abril de 1965.