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Ocio divino, oficio de los dioses

Era mayo y la lluvia dando paisaje fresco en Denver dejaba caer gotas sobre los árboles como si un velo de novia, adornado con perlas diminutas, flotara con el viento y meciera cada rama abrazada en un rico vaivén acariciado. Vi cómo las plantas, después de ese halago, se emergían airosas y agradecidas y parecía que daban besos a la Madre Naturaleza. Ver aquello fue una obra de arte que me produjo deleite milagroso. Sentí que se limpiaba el mundo. Que la vida tenía un cuerpo luminoso, que esas gotas frías y fulgurantes eran alcanzarlas en un ocio divino, tal como es el oficio de los dioses.

Un tiempo libre, silencioso, en calma, mi ocio en un breve momento en que sentí que el mundo giraba y giraba por mi espacio "fue una luz que iluminó todo mi ser..." Un momento en el que sonreía viendo aquello, también sintiendo los abrazos y los besos, y, por qué no, también para el amor, el desamor y el adiós, para contemplar danzar el fuego que crece en las delicias de la vida y sentir el suspiro que brota de una canción, o el gemido tan efímero, o tan eterno, como lo que siente cada quién. (Escuchaba también en ese momento, canciones de Lope Balaguer, uno de mis cantantes favoritos). Y mis ojos se llenaban del verde intenso de las cotorras en vuelo y alboroto que cruzaban cada mañana y cada tarde por las ventanas de la casa en que vivía.

El ocio nos ayuda a ver como un bebé descubre sus deditos, como las nubes dibujan y desdibujan rostros y paisajes. Que las flores, pétalos a pétalos, se abren y riegan sus aromas en un espacio-tiempo en que su olor nos lleva a ver la vida de otra forma. El ocio es un tiempo pequeñito para muchos, largo y ancho para los dioses. En esos minutos, cuando llueve, miro al cielo y me siento como una diosa sentada al lado de la Madre Naturaleza. Tanto en Denver, como en República Dominicana, en especial en Moca, donde nací y me crié, amo la lluvia. En especial, cuando la noche va cobijada de un techo de zinc y ventanas de madera, y me siento como si el Dios-Todopoderoso, me cantara una canción. Desde Denver, mi país renace y crece en los recuerdos y nostalgias. Todo es distinto aquí y allá, y hay igualdades, y esos minutitos de ocio, que le arrebato a los dioses, me hacen ver con mucho amor lo que se debe sentir por la Loma de Miranda.

No habrá, ni un segundo de ocio, si la Loma de Miranda es explotada. Que se vayan ya... pues no entiendo por qué los que quieren hacer una mina de la belleza de ese lugar, no lo hacen en las lomas de Canadá o vienen aquí a destruir las montañas de Colorado. ¿Por qué será? ¿Será porque en nuestro país se consigue todo lo que sea incorrecto y peligroso? ¿Se puede matar la Naturaleza y luego quejarse de que no hay agua, de que el calor acaba con la vida, de que ya no existe lo que Dios nos ha dado? Así no habrá ocio sagrado para los dioses, ni un minuto de reposo. Ojalá piensen con el cerebro, si es que lo tienen sano, y vean lo que puede pasar. Y así habrá ocio sagrado y descanso.

Denver, Colorado.

En esos minutos, cuando llueve, miro al cielo y me siento como una diosa sentada al lado de la Madre Naturaleza. Tanto en Denver, como en República Dominicana, en especial en Moca, donde nací y me crié, amo la lluvia. En especial, cuando la noche va cobijada de un techo de zinc y ventanas de madera, y me siento como si el Dios-Todopoderoso, me cantara una canción.