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¡No la mate... déjela, no lo castre, aléjelo!

Ahora, cuando estuve en República Dominicana, volví a encontrarme con un amigo que hace muchos años era soltero, y ahora está casado. Aquella vez comentábamos de una mujer que le había cortado el pene a su marido, y se lo había enviado en una bandeja, envuelta en papel de celofán, a una vecina que había sido la amante de su esposo. El hombre murió desangrado. ¡Ay... mi Dios! Mi amigo, abogado, al igual que yo, argumentaba que el arma utilizada había sido un cuchillo, y yo le decía que, por el corte, tan perfecto, debió ser una chaveta. Lo mío lo hizo entrar en pánico, y me dijo que yo, como mujer, era una experta en ese procedimiento. ¡Ay, Virgen de La Altagracia...! Le dije entonces que algunos de esos “ejercicios” habían logrado la necesidad fisiológica de orinar. Y él, mirándome con espanto, me preguntó: ¿Y algo más...?

En nuestro país, la castración, es un crimen sancionado por las leyes, al igual que la criminalidad que los hombres cometen contra las mujeres, lo cual tiene un porcentaje casi incalculable. El porcentaje de las mujeres en nuestro país sube a un 51%. Y la psiquis femenina, en materia de castración, es más original y selectiva. Los golpes, los maltratos, los insultos, las humillaciones, son soportados en silencio y con aparente humildad, lo cual convierte a la mujer en la cabeza de Medusa. Y así se encuentran, frente a frente, con la violencia masculina.

Interpretar el silencio y la actitud pasiva de la mujer maltratada como un rasgo de inferioridad, es un error público, periodístico y judicial. Llega el momento en que no hay miedo, en que el silencio se rompe a golpe de cuchillo, tijera, chaveta y acompañado de la fuerza contenida.

Los psicólogos y psiquiatras tienen la palabra. Los jueces y fiscales tienen la solución. Violencia de lado y lado hay que investigarla. Se ha visto con mucho dolor cómo las mujeres denuncian los malos tratos y no se les hace caso. Los fiscales y los jueces, muchas veces encierran la mirada. Decir adiós a la relación sería lo correcto. Ni cortarle el pene al marido sería necesario. ¡No lo castre... sepárese! Creo que hay que poner escuelas donde asistan la parejas para decirles qué hacer y cómo comportarse.

¡Ah, se me olvidaba contarles el detalle original de esta conversación! Esa vez, hace muchos años, quise presentarle a mi amigo a una vecina mocana, pues como estaba soltero, quizás se enamoraban. Pero él, al saber el pueblerino origen de la mujer que había castrado a su marido, no quiso conocer a ninguna mocana. ¡Ay mi Dios... tuve la suerte que no se alejó de mí! Hasta hoy, para él, las mocanas, sabemos castrar a quien nos ha sido infiel. Eso no es verdad, pero ahora, al volver al tema, nos reímos hasta más no poder. Y le dije, mira, las mocanas somos secas, sacudías y medías por buen cajón. Y para que se diviertan, querido lector, estimada lectora, les cuento que ahora está casado con una mocana hermosa, y muy buena madre y esposa. ¡Adiós a los malos recuerdos! Ja, ja, ja.

Los psicólogos y psiquiatras tienen la palabra. 

Los jueces y fiscales tienen la solución. 

Violencia de lado y lado hay que investigarla.