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Inés Aizpún, Sin rodeos

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Inés Aizpún, Sin rodeos
Sus "A.M." han calado hondo en la sociedad dominicana y se ha ganado una legión de admiradores que la siguen semana a semana. A veces podrán estar de acuerdo, otras no, pero hay que reconocer que, junto a un mínimo grupo de periodistas, Inés no rinde pleitesía a ningún gobierno y con su crítica aguda, ácida y certera en sus comentarios demuestra que el papel de un comunicador debe huir de los elogios complacientes, decir con argumentación lo que otros no se animan o atreven a decir y desarrollar un periodismo al servicio del país. Sin pelos en la lengua, Aizpún pone el dedo en la llaga.

No podíamos esperar menos de esta hija de la ilustre ciudad de Pamplona, noble como todos los navarros, orgullosa de su tierra y proveniente de una reputada saga de políticos y abogados. Lo lleva en los genes.

Habrá quienes quieran tildarla de "extranjera", pero son cerca de 20 años los que Inés lleva viviendo y conociendo este país, y así lo ha debido de percibir la Asociación Dominicana de Periodistas, que el próximo 3 de noviembre le entregará el premio Caonabo de Oro, en reconocimiento a su aporte a la sociedad dominicana.

Pero esa faceta seria y peleona no es sólo la que define a Inés. Para los que no la conocen, salvo sobre tinta y papel, deben saber que tiene un sentido del humor que anima cualquier tertulia y baila merengue como si hubiera nacido en este país. Le pierde una buena tortilla de patatas (mucho más si la prepara Mari Carmen, porque la cocina e Inés no son compatibles), zambullirse en las olas de Samaná, darse su mangú, un partido de béisbol (apoyando al Licey, claro está), el aperitivo de los sábados con una discusión inteligente, un Barça-Real Madrid (adivinen a cuál va), sus chacabanas hechas en la zona colonial, una buena comedia romántica y, cómo no, el eje de su vida, sus dos Fernandos.