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Cavernícolas modernos en Cuevas de Cabo Rojo

Veintisiete familias habitan y utilizan las cuevas de Cabo Rojo, luchando por subsistir y desarrollarse

Pedernales. Como un viaje por el tiempo es la visita a las cuevas de Cabo Rojo: un lugar donde la gente aún vive en las cavernas. Allí, apartados de todo tipo de servicio público, sin autoridades que representen al Estado, sin baños ni sistemas de cloacas, habitan 27 familias a 10 metros del Parque Nacional Jaragua, en el mismo centro de Bahía de las Águilas, sin dolientes y postrados a la suerte de lo que el mar les depara.

Del número de familias, 17 habitan en casuchas de zinc y cartón frente a las cuevas. Las 10 familias restantes cohabitan, separadas por paredes débiles e improvisadas en una de las cavernas de unos 100 metros lineales, con camas de paja -una que otra con colchón-, escasos muebles en condiciones deplorables, todo junto, sin divisiones internas que le den privacidad a los cavernícolas residentes de esta gruta.

Los que viven en 'casitas' frente a las cuevas, cuentan con una dimensión no mayor de 6 metros cuadrados, en los que conviven hasta 8 miembros. Ellos utilizan las cuevas como depósito o garaje ya que esta gruta está dividida en más de 20 secciones, ranchetas u hogares.

Este grupo se mantiene de la pesca que practican de la misma forma en que lo hicieran los primeros ‘cueveros’, aquellos que llegaron a este alejado destino de todo indicio de modernidad, aislados de la civilización.

Pero el desarrollo acecha y amenaza su estadía en este espacio en que la naturaleza ha podido más que el hombre, aunque sea el ambiente el camino más cercano al futuro y al bienestar. Ellos ya probaron los frutos del turismo: y por eso han relegado la pesca a una actividad secundaria.

Los niños, sin televisión ni juegos modernos, se divierten correteando a perros, iguanas y lagartos, mientras el mar rompe a sus pies y salpica sus cuerpos desnudos, que resisten los rayos del Sol sin ningún tipo de protección.

De escuelas no les hablen a estos menores "ya que ellos no tienen transporte ni recursos para desplazarse los 54 kilómetros de ida y vuelta que cotidianamente tendrían que recorrer para asistir al centro de enseñanza de Pedernales", dice Bienvenido Urbáez, aparente líder de este grupo de pescadores y "operarios turísticos".

La vestimenta de los cavernícolas es rudimentaria. Sólo usan pantalones, chancletas y algunos camisillas rotas o cortadas en las mangas.

El baño es común para mujeres y hombres. Para los ‘cueveros’, como suelen llamarse a sí mismos, sus inodoros son los discretos montes que rodean las grutas.

Hay dos pulperías donde se las arreglan para vender lo necesario para poder subsistir.

"Todo lo demás debe ser comprado a 27 kilómetros de distancia, en el pueblo de Pedernales, cuando se puede porque las carencias muchas veces lo imposibilitan", dice Daniel Pérez, pescador nacido y criado en las cuevas.

Aunque la energía eléctrica no es una realidad en este lugar, paneles solares de alta tecnología están instalados en los techos de las casas de los ‘cavernícolas’, pero de los que no viven en cuevas, sino en casas de zinc frente a las formaciones o grutas que utilizan como techo.

Por este servicio básico ellos pagan de 100 a 160 pesos mensuales, y con esta energía renovable pueden encender tres bombillos, un abanico, un radio y una licuadora, claro, los que los tienen.

Capitalismo

Su nivel adquisitivo no sobrepasa los 8 mil pesos mensuales, en un mes bueno, con lo que tienen que costear sus necesidades familiares, en un lugar donde cualquiera tiene tres o más hijos.

Sin embargo, ellos no escapan a las leyes del capitalismo, ya que estos pequeños empresarios del mar han tenido que competir contra un fuerte rival: el Rancho Típico La Cueva de la Bahía y la Pescadería Santiago, del mismo dueño, Santiago Rodríguez, un empresario pesquero que puso su negocio turístico en la entrada de la comunidad de los pescadores.

Ellos compiten por los turistas que quieren dar paseos en embarcaciones ligeras o ser trasladados a la isla Beata u otro destino de este hermoso entorno poco explotado turísticamente.

El Rancho, aunque carece de títulos de propiedad, tiene un buen espacio habilitado para que el visitante pueda bañarse, comer frutos del mar y transportarse por la codiciada bahía donde grupos de inversión turística, sin resultados positivos, han tratado de instalar complejos hoteleros en la región.

Del paraíso al tercer mundo

Pese a ser un paraíso tropical, con sus bellas playas y su tesoro ecológico, es riesgoso padecer una enfermedad o un accidente en esta zona recóndita por su lejanía de un centro hospitalario.

Hay unos 27 kilómetros desde las cuevas hasta el pueblo de Pedernales, donde se encuentra el centro asistenciario más cercano. "Por eso, la falta de atención médica es lo que tiene a los niños tan llenos de parásitos y enfermedades", dijo Trankilina, una de las madres de niños que habitan en la Cuevas de Cabo Rojo, un lugar donde el tiempo parece haberse detenido a observar el mar.