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Antihaitianismo histórico y antihaitianismo de Estado

Ante la penetración y presencia de tantos haitianos en el país, y ante los nuevos conflictos de convivencia que se están suscitando con mayor frecuencia cada vez, podría ser útil reflexionar hoy acerca de dos formas tradicionales de antihaitianismo que se pueden equiparar con formas similares de antidominicanismo en Haití.

A una de ellas vamos a llamarle "antihaitianismo histórico", y a la otra propongo que le llamemos "antihaitianismo de Estado". El antihaitianismo histórico surge de, y se sostiene en, la evolución real de ambos pueblos, de ambas naciones. En su origen remoto, este tipo de antihaitianismo tiene mucho que ver con las malas relaciones que sostenían franceses y españoles en el siglo 18 en la isla de Santo Domingo.

Aquéllos que han tenido la ocasión de estudiar la historia colonial de la isla durante ese siglo deben recordar cuán difíciles eran las relaciones entre Francia y España en Santo Domingo, y recordarán, asimismo, los conflictos permanentes que existían entre autoridades francesas y españolas, y entre colonos franceses y españoles a lo largo de las fronteras coloniales.

Existe, pues, una raíz de malas relaciones entre ambas partes de la isla que se deterioraron aún más al comenzar la Revolución Haitiana, que se agravaron después que España cedió la isla a Francia en 1795, y que llegaron a su peor momento durante las invasiones haitianas de 1801 y 1805. Estas invasiones marcan todavía la psicología dominicana y son realmente la raíz histórica de ambas formas de antihaitianismo.

La invasión y ocupación de la parte oriental de la isla por Toussaint en 1801 y, luego, la invasión por Dessalines y Christopher, en 1805, produjeron violentos enfrentamientos entre haitianos y dominicanos que quedaron registrados en los textos históricos. En el diario de campaña de Dessalines, por ejemplo, hay descripciones de los horrores de esa guerra que, dicho sea de paso, no era en su origen una guerra de haitianos contra dominicanos, sino contra los militares franceses que gobernaban la parte oriental de la isla en aquellos momentos.

Al final de la campaña de 1805, durante la retirada del ejército haitiano, quienes llevaron la peor parte fueron los pobladores de las villas de Monte Plata, La Vega, Moca, Santiago y de las aldeas campesinas en la región central del país. Las matanzas de gente inocente y la destrucción de esos pueblos por las tropas de Dessalines marcaron la memoria nacional dominicana.

La dominación haitiana en la parte oriental de la isla ejecutada por Jean Pierre Boyer a partir de 1822 creó tensiones sostenidas durante 22 años que culminaron en la proclamación de independencia dominicana en 1844.

La rebelión independentista dominicana fue sucedida por una serie de invasiones militares haitianas y hubo una guerra de 17 años entre dominicanos y haitianos. Fue durante esta guerra que comenzó el antihaitianismo de Estado porque el Estado dominicano hace uso de la memoria colectiva, de los temores de la guerra y de los horrores de las matanzas de principios de siglo, y convirtió esa memoria en material de propaganda de guerra para sostener vivo el espíritu bélico dominicano que lucha por su independencia.

Ese temprano antihaitianismo de Estado cesó durante los años que siguen a la anexión a España en 1861 porque el gobierno haitiano, presidido por el general Fabré Gefrard, ofreció ayuda a los independentistas dominicanos que entraron en guerra contra España entre 1863 y 1865.

La colaboración haitiana a los dominicanos en su lucha contra España generó un cambio en las relaciones entre las elites y los pueblos de ambos países, de tal manera que poco tiempo después la expulsión de los españoles, en 1865, los gobiernos de Haití y República Dominicana firmaron, en 1867, el primer tratado de paz, amistad, comercio y navegación entre ambos países.

A este acuerdo siguió un segundo tratado dominico-haitiano, en 1874, para discutir la cuestión de los límites fronterizos que todavía no había sido resuelta. En el último cuarto del siglo XIX, este tratado fue sucedido por una serie de negociaciones para definir los límites fronterizos en las cuales hasta el Papa León XIII fue árbitro y mediador.

En el curso de esas negociaciones, que tuvieron una duración de varias décadas (todavía en 1911 ambos gobiernos estaban negociando), el antihaitianismo de Estado resucitó junto con el antihaitianismo histórico en los escritos de intelectuales y en los periódicos. En realidad, el antihaitianismo histórico nunca desapareció. Como prueba, nada más hay que leer los interrogatorios que hicieron miembros de una comisión senatorial de los Estados Unidos a la República Dominicana en 1871 para constatar lo que opinaban los dominicanos de los haitianos aquel año.

Hay un antihaitianismo popular que pervive a través de los años y sigue vivo ya entrado el siglo 20. Por ejemplo, en el año 1918, el gobierno militar de la ocupación norteamericana hizo una encuesta para recoger las opiniones de los maestros e inspectores de educación de todo el país acerca del estado cultural de la población.

Los que lean esa encuesta podrán observar que cuando se preguntó acerca de los haitianos, las opiniones de los inspectores de educación, directores de escuelas y algunos maestros fueron consistentemente negativas.

Las opiniones eran tanto más negativas cuanto más cerca de la frontera estaban los interrogados. Esto es muy importante tenerlo en cuenta porque esas opiniones reflejan las actitudes de los que tenían contacto directo o cercano con los haitianos.

Eran opiniones muy negativas, lo que quiere decir que existía entonces un antihaitianismo histórico subyacente, permanente, concreto, muy vivo.

Durante la ocupación militar norteamericana había censura de la prensa en ambos países. Por ese control se perdieron muchas expresiones que pudieron ser escritas, y por ello parecería como si no hubiera antihaitianismo en la República. Sin embargo, el substrato cultural antihaitiano, el antihaitianismo histórico, continuó vigente aunque no se encuentren publicadas muchas manifestaciones del mismo.

Durante la ocupación militar norteamericana, la mentalidad antihaitiana persiste y se mantiene. En varios de sus libros, el historiador diplomático Bernardo Vega ha mencionado cómo a partir de 1930 Trujillo hizo esfuerzos por mejorar las relaciones con Haití, lo cual es un indicador de que el antihaitianismo de Estado entró en receso desde la firma del Tratado de límites fronterizos de 1929, hasta la matanza de los haitianos, en septiembre-octubre de 1937.

A partir de este momento, el Estado recogió de nuevo todos los contenidos del antihaitianismo histórico y los convirtió en el material fundamental de una nueva propaganda antihaitiana. Se elaboraron entonces nuevas doctrinas antihaitianas, y el Estado trujillista convirtió el antihaitianismo en un elemento consustancial a la misma interpretación oficial de la historia dominicana.

Podríamos decir que el antihaitianismo histórico fue siempre básicamente político y sociocultural. Fue político en el siglo XIX porque atendía el problema de la supervivencia nacional. Los dominicanos libraron una guerra para preservar una república que era amenazada de muerte por el emperador Faustino Souluque, quien juró que si los haitianos triunfaban, ni las gallinas quedarían vivas en Santo Domingo.

Esas declaraciones de Soulouque, desde luego, asustaron terriblemente a los dominicanos porque los dominicanos recordaban muy bien lo que hicieron las tropas de haitianas en Moca, La Vega, y Santiago durante la invasión de Dessalines en 1805.

Para entender el fenómeno del antihaitianismo contemporáneo es importante tener presente esos contenidos de la memoria histórica dominicana que fueron reforzados por los conflictos entre haitianos y dominicanos durante la Dominación Haitiana (1822-1844) y durante la guerra dominico-haitiana (1844-1859).

Durante esa guerra la elite política dominicana utilizó como parte de su propaganda de guerra las diferencias raciales y las diferencias religiosas. Si ustedes leen los manifiestos de esos años, incluyendo el primer manifiesto de la independencia dominicana, observarán el esfuerzo que los dominicanos realizaban para marcar las diferencias culturales y políticas que los separaban de Haití.

Los dominicanos se veían a sí mismos diferentes de los haitianos, no solamente porque hablaban un idioma diferente, sino porque consideraban que su vida religiosa y sus instituciones eran diferentes a las haitianas, lo mismo que sus costumbres conyugales, familiares y domésticas.

La autopercepción nacional dominicana tendía entonces, como ahora, a marcar las diferencias con Haití. Ser dominicano durante la guerra de la independencia no era solamente no ser haitiano, sino también ser antihaitiano. "El que sea prieto, que hable claro", era uno de los refranes más populares entonces.

El antihaitianismo histórico tiene mucho que ver

con las malas relaciones que sostenían franceses y


españoles en el siglo 18 en la isla de Santo Domingo.

¿Por qué? Porque el ejército estaba compuesto por muchos soldados procedentes de las clases populares que eran hombres de color, y había zonas como San Cristóbal en donde la población era mucho más oscura que en el resto del país, y entonces los generales del ejército dominicano no sabían, recién terminada la dominación haitiana, cuál de esos negros podría ser todavía leal a Haití pues había sido justamente el gobierno haitiano derrocado el que los había sacado de la esclavitud 22 años antes. De ahí la importancia sociocultural del refrán: "el que sea prieto, que hable claro".

Ahora bien, el antihaitianismo de Estado también es un antihaitianismo político, pero a partir de la Era de Trujillo (1937 y 1938) su propósito fundamental no fue tanto mostrar las diferencias políticas con Haití, sino enfatizar las diferencias raciales con Haití. Durante la Era de Trujillo el antihaitianismo de Estado asume el racismo como elemento especial de su propia definición. Pero como se nos acaba el espacio, dejamos esta historia para la próxima semana.