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Mujer y política: Lo público y lo privado

Tradicionalmente a las mujeres se nos reserva el ámbito de lo privado, asumiendo que como miembro de la comunidad a esta le corresponde colaborar "en el orden, en el consuelo y en la bella ornamentación del Estado", mientras que por su parte, al hombre como miembro de la comunidad se le reserva la tarea de "colaborar en el mantenimiento, en el progreso y en la defensa del Estado", como afirma Pateman (1996) en su bien ilustrado trabajo sobre este tema. Dichas tareas se corresponden con el ámbito reservado a ambos sujetos, a la mujer lo privado y al hombre lo público. En este sentido lo privado es el ámbito del hogar, de los sentimientos, de la belleza y la sumisión, mientras que lo público es el ámbito de lo económico, de la empresa, de la fortaleza y el poder. Considerando el ámbito público un asunto independiente de lo privado se asignan derechos desiguales para ambos sexos con la consiguiente desigualdades sociales. Aunque esta situación tolera la igualdad política en lo referente a determinadas libertades civiles, sin embargo en la práctica impone muchas limitaciones para ejercer con pleno derecho y autonomía dichas libertades. En este sentido el tema de la ciudadanía para las mujeres se interpreta en función de sus tareas domésticas en base a lo cual nos preguntamos si los derechos civiles y políticos otorgados a las mujeres se encaminan a proporcionarle determinada autonomía para participar en la esfera pública o si por el contrario se dirigen a confirmarla en lo privado reafirmándola como más débiles para asumir tareas más arriesgadas en el orden de lo público.

Las características del tiempo presente son propicias para desafiar la separación entre lo público y lo privado y cuestionar los supuestos que sirven de base a esta separación. En diferentes ámbitos de la vida social se está demostrando que las mujeres tienen igual capacidad de ejercer el poder que los hombres, desmintiendo las teorías que validan el prejuicio de que las mujeres porque son más morales que los hombres tienen menos capacidad de poder y de mando y por tanto de participar en el espacio político. Por el contrario, la moralidad y rectitud que se reconoce a las mujeres las capacita para asumir con responsabilidad las tareas que como ciudadanas en igualdad de condiciones les corresponde. Ejercer el derecho al voto bajo estos supuestos proporciona una manera de hacer valer en la práctica el derecho de las mujeres a participar en el contexto de lo público. En la República Dominicana tenemos ejemplos de mujeres que desafiaron y desafían esta separación demostrando que se puede acceder a la esfera política del poder y la fuerza, haciendo valer la superioridad moral, los atributos naturales de la feminidad como el amor y el altruismo, así como también la capacidad intelectual y la disciplina del trabajo sistemático. Estos atributos obligan a la mujer puesta en el ejercicio de la cosa pública a la honestidad en el manejo de aquello que se pone a su cuidado.

Votar como un acto político que es y ejercer la ciudadanía como una condición de igualdad confirma a la mujer como persona sujeta a ejercer otras funciones en el ámbito de lo público. Tiene la mujer amplias condiciones para conectarse con el orden social con la particularidad que otorga el papel de esposa y madre sin que ello implique subordinación a la vida privada. Sin embargo, es difícil lograr una participación igualitaria en la vida pública ya que afectan mayormente a las mujeres las situaciones sociales, así como la insuficiente formación, las oportunidades precarias de ocupación, las presiones y los prejuicios sociales. La participación política aumenta la capacidad de las mujeres y de su hogar ya que le permite trascender a un ámbito más amplio de oportunidades. Para dar el salto, como bien expresa Pateman (1996), "las mujeres no serán capaces de entender cuáles son sus intereses si carecen de experiencia fuera de la vida doméstica". No basta haber realizado una carrera universitaria para lograr la formación individual que demanda ejercer los derechos en la vida pública, es necesario capacitarse a través de la participación política para desarrolla el "espíritu público". Hannah Arendt (1997) explica como los principios que sustentan las estructuras y los fenómenos sociales se reconocen a través de la experiencia. De manera que como se vive de esa misma forma se interpreta el mundo. No se trata de si la naturaleza nos hizo más sensibles o sumisas, sino de los actos que seamos capaces de ejecutar dejando atrás los temores y las tensiones.

La mujer puede desarrollar un espíritu público comenzando por ejercer el derecho al voto y continuando por participar en la construcción de una ciudadanía responsable lo cual representa el mayor logro de emancipación (Serret, E., 2010 www.congenia.edu.mx/cedoc/?p=35), lo cual que implica comprometerse con un orden político fundado en los principios de la democracia que asegura justicia e igualdad tanto para las mujeres como para los hombres. Ahora bien, para lograr un compromiso tal de participación el orden político debe fundarse en "una ética basada en el estatuto racional del sujeto moral autónomo", donde tenga su lugar la noción de generalidad que define un espacio común y de pluralidad donde tienen cabida los intereses colectivos dejando atrás los improntas particulares de grupos que se mueven por beneficios personales. En este nivel de participación, una ciudadanía responsable está constituida por sujetos, hombres y mujeres, autónomos por el hecho de ser personas, quienes acceden a esa definición en cuanto seres racionales, libres, con derecho a participar de iguales oportunidades en el ámbito público y con iguales responsabilidades en el ámbito privado.