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La vendedora de seguros

La conocí una tarde, cuando llegó a casa a visitar a su cliente, mi mamá.

Ella vendía seguros, pero era una leyenda viviente, de ésas de las que se habla por lo bajo, porque en su modestia no invitan al aplauso ni a la vocinglería.

Cada vez que podía, en su ruta de Santiago hacia Salcedo, pasaba por mi casa. Yo la observaba, menuda y seria, con el corazón siempre en la mano para entregarlo a quienes encontraba. Mi mamá me explicaba, luego de que se hubiese marchado, que ella era una mujer símbolo, la sobreviviente de una tragedia horrible que marcó el comienzo del fin de la dictadura de Trujillo.

Yo, en mi adolescencia, no podía creer que aquella mujer que parecía tan frágil, y que vestía más como una burguesa dama de sociedad siempre bien puesta, que como una heroína mitológica, pudiera ser ese roble que capeó el terrible temporal de la dictadura, para mantener incólume el legado de sus hermanas, y criar en la bondad, el respeto y la seriedad, a esos niños que le fueron entregados, casi arrebatados al viento del remolino destructor de la tiranía.

Ella, doña Dedé Mirabal, era la encarnación viviente de las virtudes que hicieron de su familia una reserva de pulcritud y de dignidad de la nación dominicana.

Siempre me preguntaba por "doña Amparo", aun después de muerta mi madre. El recuerdo que guardo de ella quedará por siempre en mi memoria, como ejemplo y como acicate. Déle nuestro agradecimiento a las muchachas, y usted, descanse por fin en paz, que cumplió muy bien su misión en la tierra.

atejada@diariolibre.com