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El obispo vasco

Monseñor Francisco José Arnáiz presumía tanto de ser vasco, "o sea español" decía, como de su segunda patria, República Dominicana. Jesuita orgulloso de serlo, sacerdote inspirador y gran ciudadano, murió conforme con su vida.

Pensaba ya en la muerte, y sin temor o miedo, la aceptaba como el siguiente trámite de una existencia volcada en una vocación. Sacerdote alegre, trabajador, sentía que los fundamentos de la orden de los jesuitas que le habían atraído en su juventud, allá en la tierra de San Ignacio de Loyola, seguían vivos y seguían siendo los válidos.

Expulsado de Cuba por Fidel Castro, llegó al país, y nunca más pidió otro destino. Trabajó con los sindicalistas y los obreros, con intelectuales y políticos, con estudiantes y grupos parroquiales. Colaboró con periódicos, y en realidad... con todo el que se lo pidiera.

Queda en la memoria de quienes le escucharon esas homilías inteligentes, espirituales, y siempre preparadas al máximo. Un hombre de Dios, dedicado y entregado hasta el último momento a su misión.