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Notas sobre la jornada extendida

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Notas sobre la jornada extendida

Históricamente la escuela pública dominicana ha operado en jornada de medio día. Esa jornada ha sido acortada por conflictos de diferentes matices que han afectado el calendario y el horario escolar por casi medio siglo; las dos y tres tandas necesarias para atender, con un presupuesto muy limitado, al rápido crecimiento de la población estudiantil; y otros factores. El currículo actual, aprobado en 1995, estableció cinco, seis y siete horas de docencia, pero nunca se han dado las condiciones para su aplicación.

En el nivel superior, salvo contadas excepciones, el manejo del tiempo ha sido similar. El grueso de los profesionales dominicanos completó su educación básica y media en escuelas donde la docencia era escasa y terminó una carrera universitaria sin hacer mucha vida académica.

De repente, en el pasado proceso electoral, el hoy presidente Medina prometió, no sólo que asignaría el 4%, sino que destinaría parte de éste a construir 28,000 aulas en cuatro años. Para que en el 2016 la mayoría de los estudiantes del subsector público asistiera a una escuela con jornada de 8 horas.

En un mundo dinamizado por el conocimiento científico y técnico, una sociedad sometida a grandes riesgos y una escuela cuyos resultados no mejoran, aquella reivindicación radical del tiempo para la educación podría constituir una de las iniciativas más trascendente de todo el periodo democrático.

El ritmo de construcción y rehabilitación de planteles y de implantación de la jornada extendida, no tiene precedentes en América Latina. De 21 escuelas piloto en el 2012, se pasó a 97 en el 2013, y a 576 escuelas y doscientos mil alumnos en el 2014. Tomando en cuenta que el 70% de los estudiantes del sector público se concentran en unos 1,100 grandes planteles; que en sólo dos años se habrá construido 950 nuevos planteles y rehabilitado y ampliado 500 más; que cada nuevo plantel descongestiona y la conversión de otros, habría que concluir que, para el 2016 la mayoría de los estudiantes del subsector público podría estar asistiendo a una escuela de día completo.

Sin embargo, en medio del ajetreo conviene no confundir medios y fines. Se contratan profesores, construyen planteles, adquieren equipos y materiales, ofrece alimentación, para crear las condiciones necesarias para que niños y adolescentes sean protegidos y aprendan en la escuela.

Restándole el tiempo de ceremonias, almuerzo y recreos, de una jornada escolar de 8 horas, sólo quedan, distribuidas entre mañana y tarde, unas 6 horas para la docencia. Un tiempo razonable en cualquier sistema educativo preocupado por los aprendizajes.

Tras décadas alegando que la falta de tiempo para agotar los contenidos básicos es uno de los factores que explican el bajo rendimiento de la escuela dominicana, ahora que hay tiempo, el asunto parecía muy simple. Dedicar aquellas seis horas a enseñar los contenidos de lengua española, matemática, ciencia, artes, educación física y ciencias sociales establecidos en un currículo. Y estimular a profesores y estudiantes a usar los espacios de la escuela para realizar otras actividades educativas después de agotar la jornada escolar.

Sin embargo, aun cuando ya no es piloto, sino política pública, una iniciativa que debe marcar el rumbo de las grandes líneas programáticas, se mantiene como un proyecto fuera de las estructuras formales del Ministerio. Y la nueva jornada sigue organizada en tres tiempos. Las mismas pocas horas de clase, durante de la mañana. Almuerzo, a mediodía. Y actividades diversas para entretener a los muchachos, durante la tarde.

Ahora bien, el paso de una jornada de medio día a una de día completo duplica el gasto anual por estudiante. Cuando se universalice, esta iniciativa tendrá un impacto muy significativo sobre el presupuesto nacional. Justamente por sus costos, como regla general, los gobiernos sólo extienden la jornada escolar cuando se necesita aumentar las horas de docencia en las asignaturas formales del currículo. Que es precisamente el caso dominicano.

Penosamente, por las razones que fueran, se impuso un modelo pedagógico que privilegia la animación socio-cultural, el tallerismo e informalidad sobre las normas curriculares y el conocimiento; subestima la capacidad de maestros y estudiantes para el trabajo riguroso, disciplinado y continuo; y termina legitimando la vieja jornada de medio día, ahora con costos de día completo.

Ese modelo es muy popular. Porque da más cosas, pero no más clases. Y justamente por la naturaleza de esa popularidad y la velocidad con que se mueve la jornada extendida, convendría que las autoridades centren parte de su atención en dotar esta iniciativa de una base curricular e institucional robusta. Antes que las deformaciones del actual modelo echen raíces. Y comiencen a generar crisis capaces de erosionar una gran apuesta, cuyo legado será en gran parte definido por su sostenibilidad financiera, y la protección y aprendizaje de los estudiantes.