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Los motoristas y los carritos cepillos del SIM

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Los motoristas y los carritos cepillos del SIM

En la época del terror impuesto por Trujillo, la población temblaba al escuchar acercarse el ru tu tu tu tu de los carritos cepillos del SIM.

Eran las 8.30 de la noche. El conductor del vehículo observó que una motocicleta con dos a bordo venía detrás. Dobló y disminuyó la velocidad. Los de la moto pararon en la intersección, miraron, y luego siguieron derecho. El conductor paró en la casa ubicada a mitad de la calle. Se desmontó, y cargó a la niña de apenas 8 meses. Al levantar la cabeza, alertado por el ruido que se aproximaba, se dio cuenta que los motoristas habían dado la vuelta a la manzana, y venían ahora en dirección contraria.

Los carritos cepillos del SIM transportaban a los calieses, torturadores y criminales del régimen.

Raudo, el conductor cruzó la puerta de la verja de la casa con la niña en brazos para protegerla, cuando escuchó que uno de los que venían en la moto le decía al otro, "tírale, tírale". La esposa del conductor que acababa de desmontarse del vehículo, corrió y gritó desesperada a lo largo de la acera. Un par de vecinos salieron al escuchar los gritos, y ante esa situación inesperada, los motoristas decidieron abortar el atraco.

Cualquiera podía ser buscado, apresado y asesinado por este grupo sanguinario de calieses del SIM.

Tres semanas después en la misma calle, al amanecer, a las 6 a.m., un señor paseaba a su perro pequeño. Llegó a la esquina y dobló a la izquierda. Otro señor estaba caminando cerca de la misma intersección. En eso escuchó el ruido de una moto. Se situó contra la pared al lado de la acera con el propósito de observar a los tripulantes de la moto, sin que lo viesen a él. Los vio cruzar y seguir derecho. Entonces decidió abandonar su posición de alerta, y reanudar la marcha hacia la esquina.

No había dado cinco pasos cuando de pronto vio que el señor que paseaba al perrito regresaba corriendo a mil por hora llevando a la mascota en volandas. Cuando alcanzó a ver al caminante exclamó horrorizado: ¡es un asalto! Los motoristas le habían pasado por el lado, y al percatarse de que iba solo, se devolvieron para atracarlo, momento en que salió corriendo para tratar de evitarlo.

Ahora, en 2014, se teme a los motores de dos ruedas, que se han convertido en sinónimo de indefensión ciudadana y muerte.

Los motoristas se encontraron de frente con el caminante que estaba casi llegando a la esquina. En esas circunstancias enderezaron la dirección del motor, para no enfrentarse a dos personas al mismo tiempo.

En un acto reflejo, o tal vez por hacer alarde de la condición de impunidad en que operan, el que iba sentado en la cola del motor hizo al caminante una señal con la mano como si le fuera a disparar, y a seguidas un gesto de que iba a sacar de inmediato un arma de fuego de su cintura.

Es un contrasentido que a los motoristas de la época democrática se les llegue a temer tanto como a los carritos del SIM de la tiranía.

Ante esa situación de emergencia, el caminante, que iba armado en razón del ambiente de inseguridad que se ha creado, sacó con rapidez su pistola y la sobó. Cuando apuntó al blanco, se dio cuenta que el motorista no había sacado arma alguna. Entonces movió la orientación del arma hasta un punto vacío, y disparó sólo para ahuyentarlos.

Después de eso han continuado los atracos en la zona, a toda hora y en cualquier calle. Y los periódicos recogen cada día episodios de gente baleada, asesinada, o atracada por esta escoria que prolifera como flor silvestre.

Que a los motoristas se les tenga ahora tanto miedo, como antes se temía a los torturadores y criminales del SIM, habla muy mal de la funcionalidad de las instituciones democráticas.

La policía ha adoptado medidas de vigilancia, pero los motoristas continúan circulando con total impunidad, y los atracos no se han frenado, pues cuando se atrapa a alguno la justicia no impone penas o no se cumplen. Las autoridades y la justicia tienen que tomar medidas más efectivas.

Es hora de que los motoristas sean revisados sistemáticamente por las patrullas policiales, a ver si van armados, si tienen documentación, si llevan cascos, si circulan con placa, si son propietarios de la máquina, si poseen justificación para andar por barrios residenciales sin ser vecinos de esos barrios; es hora de parar este cáncer maligno.

Es tiempo de que estos malhechores sientan el peso de la ley, oprimiendo su cuerpo como si fuera una losa del tamaño de la montaña que los aprieta contra el suelo.