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Cuando fuimos euclidianos

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Cuando fuimos euclidianos

Segundo de bachillerato. Liceo Eugenio Deschamps, Geometría Plana y del Espacio. En el trasfondo Euclides, un sabio griego que vivió 300 años antes de Cristo y que en papiros escribió aquellos “Elementos de Geometría” que ahora repasábamos unos mozalbetes doctorados en ilusiones, relajos y naderías. Confundíamos las hipotenusas con los hipopótamos, apenas distinguíamos los batracios de los trapecios, los triángulos equiláteros de los helicópteros y que isósceles no era el papá de Icelsa, existían números primos que no se exprimían.

Jamás supimos que aquello que mostraba el profesor Arturo Peña en la pizarra, procedía del libro de texto más antiguo y más exitoso de todos los tiempos. Que nos nutríamos de las mismas proposiciones, hipótesis, postulados, axiomas y definiciones que una vez fascinaron al más grande del siglo XX, Albert Einstein. Nadie nos dijo que esa Geometría de Euclides era después de la Biblia, el libro que había tenido más traducciones y más ediciones y que también seguía al libro sagrado en influencia cultural. Un chistoso preguntó en la clase… ¿Qué le dice la curva a la tangente? Y una compañera más tonta respondió… ¡No me toques! Entre bromas y cuerdas se nos iban colando círculos y segmentos, tangentes y secantes, esferas y conos, prismas y pirámides, poliedros y polígonos, intersecciones, radios y números Pi, planos, puntos, rectas, números conmensurables e inconmensurables y montones de cosas más. En lo adelante no olvidaremos que “el todo es mayor que la parte” y que “cosas iguales a una misma cosa son iguales entre sí “. Ninguno logró entender las cuadratrices del círculo ni las trisecciones del ángulo. Luego de donde… no lo aprendimos todo pero nuestro raciocinio si que aumentó. Gracias Euclides aunque de ti no quede ni el polvo.

Nosotros en una escuela perdida de la Línea Noroeste desconocíamos que nada nos llevaban generaciones enteras de griegos, fenicios, judíos, árabes, persas, ni los alemanes, ingleses, norteamericanos y japoneses. Que también ellos en sus lejanas aulas se refrescaron en Euclides y juntos participábamos de la alucinante aventura de conocer aquello que el premio Nobel Bertrand Russell calificaba como “la mayor disciplina científica”. Ignorábamos que teníamos en las manos (aunque mimeografiado) el mismo texto donde aprendieron gigantes como Galileo, Isaac Newton o Immanuel Kant. Increíble, definitivamente cierto. Participamos de la grandeza que solo confiere la educación y el contacto con páginas sagradas y a esa edad apenas nos dimos cuenta. Hoy aquellos “Elementos” han pasado a la historia, se consideran algo así como una lengua muerta; nuevas visiones de la geometría han venido a reemplazarla. Solo en aquel año de nuestra educación secundaria fuimos orgullosamente “euclidianos”, algo tan sabroso para el espíritu como decir “hostosianos”, “freudianos“, “kafkianos” o “duartianos”.

Un atrevido del grupo preguntó que para qué servía la geometría, la respuesta se la dio la vida a una quinta parte de aquella clase que con los años se volvieron ingenieros, arquitectos o diseñadores. También a los que viven en edificios, pasan por túneles, puentes y carreteras. Anteriormente la dieron los egipcios y aztecas que construían pirámides, los que levantaron catedrales, mausoleos y faros. En los dibujos de Miguel Ángel y los cuadros de Picasso. La más bella geometría dominicana está en la cúpula del Palacio de Bellas Artes y en los arcos del Alcázar de Colón. Hay geometría en la navegación, la astronomía y la agrimensura, en los neumáticos circulares de los carros, en los planos, mapas y en los algoritmos de las computadoras, en la vida y en la naturaleza, en la circunferencia del sol y el diámetro de la luna, en el ecuador de la tierra y en las pupilas de los ojos. Y un fresco dijo que también en los “triángulos amorosos” de artistas y políticos y para otro en el “romo, rombos y romboides”. Medio en serio, medio en broma terminaremos con la misma expresión que finalizaba Euclides todos sus teoremas…”quod erat demostrantum” (Lo cual queda demostrado).