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El dilema judicial

La razón de ser de la función judicial, que se llama también políticamente Poder Judicial, ha variado notablemente desde que se aceptó que jueces imparciales juzgaran los hechos de los hombres.

En un principio, su misión era estrictamente reparar el daño hecho a la sociedad y a la víctima, pero con la evolución de la sociedad humana, se fue modificando el criterio, pues el propio Estado se convirtió en un enemigo más poderoso y cruel que el vecino delincuente.

Así, los jueces, ahora designados con cierto nivel de independencia de los detentadores del poder, se fueron convirtiendo paulatinamente en defensores de los derechos y libertades de los individuos, más que en protectores de la sociedad, aunque esto lo hacían por medio del efecto de sus decisiones.

Así, el juez-Talión se convirtió en el juez-garantista.

El juez garantista tiene varios dilemas en una sociedad que todavía sigue apreciando al juez-Talión: aunque está consciente de que hace lo correcto al proteger las libertades del acusado, sabe que sus decisiones no van a ser populares y sí incomprendidas por la generalidad del público y de una opinión que muchas veces es manejada, a pesar de que la ley esté correctamente aplicada.

Así pasará siempre con la madre de la cerveza, el ladrón del salami o la gallina, y el gran delincuente estatal. Las garantías están hechas para protegerlos, al igual que a los ciudadanos que protestan por el fallo. ¿No es peor el linchamiento? Lo único que salva a la sociedad es la aplicación estricta de la ley.

atejada@diariolibre.com