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La “revolución del esquisto”

El tema de la independencia energética de Estados Unidos no es nuevo. El 4 de agosto de 2008, su presidente, Barack Obama, pronunció un discurso titulado “New Energy for America” , cuyos postulados ha vuelto a reiterar en ocasiones posteriores a su triunfo, lo que proyecta una idea de cuán empeñada está su administración en alcanzar una mayor producción de hidrocarburos, a los fines geoestratégicos.

Cuando explotó la crisis del petróleo en 1973, el presidente Richard Nixon había planteado la necesidad de que su país gestionara estrategias de exploración y control de la producción de petróleo a escala global, de manera que su país no dependiera de otras voluntades o de los vaivenes políticos del Cercano y Mediano Oriente, cuyos gobiernos no comparten los ideales de democracia y economía de libre mercado que enarbola Norteamérica. Visto desde el punto de vista norteamericano, esos argumentos son válidos.

El desplome vertiginoso de los precios del crudo en los mercados internacionales, que retrocedieron un 50 por ciento desde junio del año 2014, tiene que ver, en primer lugar, con una guerra de precios en los mercados encabezada por Arabia Saudita, principal productor del mundo y líder de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP); ha coincidido, además, con la disminución del consumo debido al débil crecimiento mundial de la economía, especialmente en Europa. Otro factor importantísimo para que los precios se mantengan en baja, tiene que ver con un calculado shock de oferta por parte de Estados Unidos, que ha incrementado su producción en un tercio. Otro elemento a considerar ha sido el crecimiento sostenido de la economía norteamericana después de la crisis, que le permitió hacer las inversiones en proyectos energéticos para mediano y largo plazos.

No es un fin de estos tiempos que los gobiernos norteamericanos hayan invertido en una renglón estratégico como la energía, partiendo de la experiencia de la guerra de Yom Kipur, ocurrida en octubre de 1973, que tuvo que enfrentar Nixon, cuando los países árabes impusieron un fuerte embargo de petróleo a Occidente, que provocó aumentos de precios en los hidrocarburos y, de paso, alta inflación y cero crecimiento de la economía de los Estados Unidos, fenómeno al que los expertos llaman estanflación.

(Se recuerda que la guerra del Yom Kipur no fue más que el enfrentamiento armado entre Israel y los países árabes de Egipto y Siria; estos dos últimos lanzaron una ofensiva militar coincidiendo con la festividad hebrea de Ramadan, 6 de octubre de 1973). El embargo petrolero de parte de países árabes se repitió en 1979.

Es decir, desde Nixon hasta la fecha, los presidentes de los Estados Unidos incorporaron en sus discursos la estrategia de la independencia energética: Ford, Carter, Reagan, Bush padre, Clinton, Bush hijo y Obama.

El primer paso en firme con el propósito de ir construyendo la anhelada independencia energética se llevó a cabo hace 5 años cuando, en febrero de 2009, se aprobó un paquete de estímulo a la economía de 787 billones de dólares, más 400 billones adicionales dos años después. Buena parte de estos recursos (10 %) fueron destinados a programas de energías alternativas, renovables, y la modernización de la infraestructura energética norteamericana.

El galardonado periodista norteamericano Michael Grunwald, en su libro “The New New Deal” (El nuevo trato nuevo) aborda cómo el presidente Obama tomó aquel paquete de estímulo y apostó, a pesar de las críticas de sectores de derecha e izquierda, a una amplia estrategia económica dependiente de energía limpia, con programas de eficiencia energética, fabricación de vehículos eléctricos, biocombustibles avanzados y fabricación verde, entre otras iniciativas, como respuesta a la crisis financiera global. Otra parte de los recursos se dedicaron a salud, combate a la pobreza y seguridad social.

Gas y petróleo de Esquisto

Ahora, esa estrategia de independencia energética de Estados Unidos, ¿está sobre bases firmes?

Desde hace diez años, Estados Unidos apuesta a la extracción de gas y petróleo con el sofisticado método de exploración denominado “from shale rock” (esquisto), que supone inyectar el subsuelo para posibilitar o aumentar la extracción de gas y petróleo, empleando agua, arena y productos químicos para provocar el flujo de gas que hay en el sustrato rocoso.

El 60% de los pozos en extracción actualmente usan fractura hidráulica, con alto componente de costo y daño medioambiental, contaminación de los acuíferos y la disolución de las rocas, con propensión a derivar en actividades sísmicas.

En base a esta técnica, Estados Unidos ha pasado a ser el primer productor de petróleo del mundo, por encima de Arabia Saudita y Rusia, de acuerdo con las informaciones suministradas por la Agencia Internacional de Energía (AIE), que establece que en la primera mitad del año, Norteamérica alcanzó 11 millones de barriles de petróleo diario.

Como es natural, el gobierno estadounidense no ha pretendido colocar sus commodities (gas y petróleo), extraídos de su territorio, en los mercados, sino que los ha utilizado para su consumo interno, pues fue éste un tema de fuerte presión desde 2008, en medio de una batalla electoral, por la subida de los precios de los derivados de combustibles fósiles para los consumidores norteamericanos.

El empleo, sin embargo, de gas y petróleo de esquisto es una discusión que ha provocado ardorosos debates entre los especialistas del tema energético, y diversas entidades que luchan por la preservación del medioambiente, pero también desde el punto de vista de aquellos países como Arabia Saudita, que apuesta a recuperar su sitial de primacía a mediano y largo plazos, pues las autoridades saudíes entienden que los costes de extracción de gas y petróleo de esquisto por parte de Estados Unidos, sumamente altos, no son sostenibles en el tiempo.

Expertos y entidades internacionales como la AIE, entienden que Estados Unidos mantendrá la supremacía en la producción por más de diez años, a pesar de opiniones contrarias que indican que la independencia energética se prolongará por varias décadas, con lo cual el centro geopolítico energético se habrá desplazado a Occidente. La creencia de que el porcentaje de gas natural en el total de energía, iguale al del petróleo en el 2030, afianza la tesis del reinado de Occidental en materia energética.

Hay, empero, otros factores que se convierten en desafíos ante la estrategia estadounidense:

1) No se sabe cuánto gas de esquisto hay disponible y recuperable en las actuales condiciones económicas y tecnológicas en Occidente; 2), no todo el gas de esquisto es comerciable. La Exxon en Europa fracasó en la exploración de dos pozos en Polonia; 3) Hay que sortear las políticas de cada país con reservas potenciales de gas en lo atinente a las normas oficiales, la protección al medio ambiente y los derechos de indígenas, particularmente en América del Sur y México, donde se encuentran tres de las principales reservas de gas; 4), creación de infraestructura y 5), los costes altos y la falta de capital humano calificado para la industria. La alianza chino-rusa que se viene haciendo hace años en los campos militares, financiero, energético y tecnológico es otro desafío para la estrategia energética de EE.UU.

Si el gas y el petróleo de esquisto es una falsa seguridad energética como se supone, se sabrá con el tiempo; en tanto, los bajos precios favorecen a los países no productores y afectan los ingresos fiscales y el presupuesto de los productores como Rusia y Venezuela, dos naciones colocadas en el tablero político de Obama. Los saudíes tienen otra apuesta.