¿Cuál estímulo?
Todos están de acuerdo en que debe estimularse la economía para crear más empleo, y alguna que otra lindura de las que le gustan a los políticos, pero ¿cuál estímulo? Ahí es donde surge el desacuerdo.
Todos también están de acuerdo en que hay estímulos “buenos” y “malos”, es decir, unos que contribuyen a mejorar la competitividad y la productividad y disciplina laboral, y otros que simplemente van a los bolsillos de los empresarios, que desincentivan la productividad y, de paso, nos hacen menos competitivos.
Es evidente que debemos preferir a uno sobre el otro, pero como las decisiones se toman en mesas donde a veces las cartas están marcadas, los malos estímulos han probado tener más larga vida que los buenos estímulos. Esto explica por qué sobreviven tantas políticas contraproducentes, que penalizan la producción y el ahorro interno, y que afectan de manera directa a los que menos tienen.
Mejorar el sistema eléctrico, cambiar la política tributaria y otras medidas similares son impostergables.