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El país que se suicidaba

Los países se suicidan. No de golpe, pero sí con entusiasmo. Venezuela es un país suicidándose a la vista del mundo. Sus gobernantes han impuesto un modelo de gobierno dirigido con determinación a destruir el tejido social y productivo. Además, se persigue a los opositores, y ahora a los empresarios. Destruyen la libertad de prensa, y ofrecen su gran riqueza, el petróleo, para ensalzar la figura personal de sus líderes. (Que nos hayamos beneficiado, probablemente en menor medida de lo que se nos ha vendido, no impide ver que PetroCaribe perjudicaba a los venezolanos.)

Venezuela es un país empobrecido con empeño, pues tiene riquezas, territorio, población..., que eligió seguir un sistema político que ya se había demostrado sobradamente incapaz.

Los países se suicidan poco a poco. Se empieza por destruir la esperanza en el futuro, empujando a la emigración a los más preparados, a los más emprendedores, a los más decididos. Se insitucionaliza la corrupción. El poder se reparte entre camarillas organizadas. Se enquistan los grupos, y se heredan las posiciones. Aparecen los salvapatrias.

Venezuela es hoy un manual de lo que debe hacer una sociedad para colapsar.

Y con ese ejemplo doloroso en tiempo real (eso pasa hoy, no es nostalgia de los años sesenta) aparece con éxito en España un partido, Podemos, que no sólo adora a Chávez, sino que ofrece aplicar las fórmulas económicas que han llevado a Venezuela al precipicio.

Por fortuna, ya parece haber tocado techo.

IAizpun@diariolibre.com