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Incendio forestal en Constanza

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Incendio forestal en Constanza

El pasado jueves 30 de abril, al llegar a Constanza, sentí un fuerte estremecimiento al contemplar el espectáculo dantesco de lenguas de fuego, que en las cercanías del Hotel Nueva Suiza y de la Colonia Japonesa trataban de alcanzar el cielo. Formaban dos anchas herraduras de candela ardiendo al rojo vivo.

El resplandor de otras llamaradas se percibía a la espalda de esa montaña, proveniente del cañón de Río Grande y de la inmensa loma situada detrás, que lo perfila. Y más allá, en la lejanía, visible sólo por el color plomizo que irradiaban, ardían los bosques de Pinar Parejo, encumbrando su ira hasta la infinitud.

El humo cubría todo el valle como si se tratase de una espesa niebla. Mucha gente, que nunca antes había sentido y visto un incendio forestal tan de cerca, se mostraba sorprendida y muy molesta. Unos optaron por hacer uso de mascarillas, otros por abandonar el valle; y los demás por resignarse. La indignación colectiva era generalizada.

Lo cierto es que los incendios forestales se producen en cualquier país del mundo, avanzado o no, y en ocasiones son difíciles de controlar a pesar de la disponibilidad de todo tipo de equipos y recursos humanos bien preparados. Aquí, sin embargo, muchos tienen la creencia de que ocurren sobre todo por el proceder indolente de los negligentes mortales, entretenidos en sus pleitos por arañar pedazos de poder y saborear triunfos vacíos de gloria y excelsitud.

Hace un par de meses, en la misma Constanza, empezaron a producirse fuegos aislados. Era el preludio de lo que iba a suceder.

Todo el mundo lo sabe: queman para sembrar, o para vender la cuaba o el carbón, o para liberar terreno. Lo hacen para lucrar, y también por vicio. A la vista de todos, puesto que no existen sanciones, pero sí, a veces, complicidad.

El incendio se originó el 28 de abril cerca de Padre las Casas, consumió la reserva maderera de Pinar Parejo, y penetró al mismo Valle de Constanza.

La pérdida de masa forestal es inmensa. Unos dicen que tardará por lo menos 50 años para recuperar lo que había. Otros acusan a las autoridades de abandono de sus deberes. Algunos más hasta han perdido la auto estima, al contemplar como un tesoro de la naturaleza ha sido destruido tan inmisericordemente.

No hay excusas. No, no la hay. El país no está preparado para hacer frente a fenómenos de esta envergadura, ni existen planes de prevención, y tampoco de actuación rápida ante los acontecimientos. Y eso que, como una bendición, hay que reconocer el excelente trabajo que desarrollan las brigadas corta incendios, provistas de machetes, picos, y no mucho más, para controlar los embates de este jinete apocalíptico. Son excepcionales y abnegados en este trabajo tan sacrificado, y probablemente mal pagado.

En una declaración de directivos de la Fundación Moscoso Puello, se denuncia que el Ministerio de Medio Ambiente “se empeña en cobijar bajo el manto de la desinformación, por un interés espurio y marcadamente político, todo aquello que ponga al descubierto su negligencia en la administración del Sistema Nacional de Áreas Protegidas, un espacio donde se puede hacer de todo, desde talar el bosque nublado en el Parque Nacional Sierra de Bahoruco para sembrar aguacates, hasta tener ganado pastando en el Valle del Tetero en pleno corazón del Parque Nacional José del Carmen Ramírez”. Y advierte de la existencia de muchos conatos de incendio por doquier.

Es probable que esto trascienda la competencia y posibilidades del Ministerio de Medio Ambiente, desprovisto de recursos apropiados. El problema está en las prioridades que no se establecen para lo importante, o sólo se hace en palabras, pero no con hechos. Y en que el liderazgo forestal luce adormilado.

Mientras tanto, la masa forestal va consumiéndose, sin que a nadie, salvo a unos pocos, les duela. Con ella, mueren los ríos y la propia vida. Y los encantos de un lugar casi único como Constanza desaparecen por los daños causados por la mano del hombre.

Pienso, sólo por sentido común, que hay que intensificar el avistamiento de conatos de incendios para reducirlos a tiempo, antes de que se hagan incontrolables. Y si hay que usar helicópteros, aviones Tucanos, planeadores, parapentes, drones, o lo que fuere, que se usen, pues ninguna otra actividad tiene mayor relevancia que esta para la nación.

Hay que mantener brigadas activas de prevención, motorizadas o en mulos, recorriendo los bosques las 24 horas de cada día, dotadas de equipos de comunicaciones, junto con brigadas nutridas de apaga fuegos especializados, bien equipados, motorizados, situadas en las cordilleras, no en las ciudades, y tener disponibles a tiempo los helicópteros cisterna para contribuir al control inmediato de los incendios.

Hay que establecer sanciones rápidas, efectivas, aun fuesen arbitrarias, para penalizar a los pirómanos que atentan contra el futuro; y sacar, sin excepción, a todos aquellos que mantienen actividades productivas dentro de los parques nacionales, degradándolos.

Hay que establecer un cordón de aislamiento, y prohibir la siembra agropecuaria o la edificación de construcciones para el ocio en el terreno de los bosques quemados, y sancionar severamente su incumplimiento.

Hay que dar estímulos generosos a quienes cuidan, defienden y amplían el bosque.

Y, si todo esto fracasara, rogar para que llueva hasta que ahogue el llanto, y alivie la pena que abate el alma.