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Aburrirse no es tan malo

Aburrirse no es tan malo. Es algo natural y los científicos están descubriendo que posee unos beneficios ignorados hasta ahora: aburrirse mejora la creatividad, estimula el mundo de las ideas. Y aplicado a la educación de los niños, resulta que es lo que necesita su imaginación, desarrolla su carácter y personalidad. Madres, dicen los sabios, ríndanse y no se obsesionen con llenar la agenda infantil de actividades programadas. La libertad también se aprende.

Divertirse parece ser una obligación de la época. El que se aburre es un perdedor, piensan los adolescentes. Divertirse todo el tiempo, cada vez más y más lejos; más tarde y más caro. Divertirse en grupo, por supuesto. La soledad, la intimidad, la introspección son sinónimos de aburrimiento. Y en esa evolución el ser humano se deja sus rasgos esenciales de individualidad y se convierte en un elemento masificado. (¿Vida interior? ¿Alguien ha oído en los últimos diez años hablar de discreción, intimidad, individualidad?)

Aburrirse no es tan malo. Ya nadie pasa un rato despreocupado mirando por la ventana, viendo la vida pasar. Ni se ve a un niño columpiando los pies mientras mira a las musarañas.

Aburrirse favorece el pensamiento individual, dicen los científicos. Pero ahora queremos (o nos quieren) a todos en masa. Mirando lo mismo. Oyendo lo mismo. Divirtiéndonos todos a la vez. Con ruido, para no pensar.

Aburrirse es, a veces, hasta divertido.

IAizpun@diariolibre.com