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Por probabilidad estadística, todos tenemos en nuestro entorno más cercano una mujer que sufre algún tipo de violencia. Puede ser una compañera de trabajo, una vecina, una amiga o alguien de nuestro entorno familiar.

No siempre lo sabemos. El silencio es gran aliado de los violentos y cárcel de la agredida. Pero poco a poco vamos entendiendo mejor un problema profundamente complicado. Como sociedad vamos superando los prejuicios. Ya no se oye eso de “yo no me meto en pleito de marido y mujer” y si alguien lo dice es inmediatamente confrontado.

Todos conocemos a alguien cuya pareja le controla el dinero como forma de presión (y prisión). O al listo que se burla de su esposa ridiculizándola “atento a chiste”. Y también sabemos de muchos que aíslan a su novia del grupo de amigas. Esos novios celosos que las esperan a la salida de la universidad “tan atentos”. Tanto que ellas confunden amor y celos.

Muchas formas de violencia. Agresiones, golpes, palizas... muertes. Descorazona saber que las generaciones más jóvenes tampoco se libran y que la violencia en el noviazgo no es tan extraña como sería deseable. Todavía peor, la violencia contra niñas, normalmente en entornos en los que ellas deberían estar seguras.

Campañas van y campañas vienen. Se hacen leyes, se dictan charlas, conferencias, seminarios. Se publican sentencias, alarmas, anuncios... y el número se mantiene prácticamente estable.

Miremos mejor, miremos a nuestro alrededor, ayudemos a una mujer que conocemos. Hablemos con ella. Ya no hay tal cosa como “ese no es mi problema”.

IAizpun@diariolibre.com

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