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30 de Mayo, democracia e instituciones

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30 de Mayo, democracia e instituciones

En la soledad imperturbable de aquella noche, un grupo de hombres iluminados por la obsesión de libertad arremetió contra uno, en apariencia, casi solo.

Detrás de ese hombre que se desplazaba en dirección este-oeste a lo largo de la costa caribeña, gravitaba el Estado y un aparato de terror integrado por decenas de miles de soplones y espías, fuerzas armadas y policiales entrenadas para oprimir a la población e inspirar miedo, y docenas de torturadores.

Esa es la razón de que la conspiración fuera de peligrosidad extrema, de altísimo riesgo.

Cuando se puso fin violento al oprobio de Lilís, nunca se sospechó que posteriormente sería necesario ajusticiar a nadie más. La lección no quedó aprendida, ya que 30 años más tarde surgió Trujillo y 31 años después la guásuma del 26 de Julio tuvo que dar amparo a su tiranicidio.

El magnicidio del 30 de mayo de 1961 fue un hecho trascendente que cambió el destino de un pueblo hasta entonces envuelto en la sumisión, limitado en su desarrollo económico y social. Constituyó el capítulo final de un largo proceso, abonado por la sangre de la juventud ofrendada para sacudir las consciencias y abrir camino a la democracia.

Quizás no haya habido ni vuelva a haber nunca una navidad tan llena de emociones, candor y entusiasmo, como aquella de 1961 en que las fibras del sentimiento patriótico quedaron desbordadas y el valor de la libertad se llegó a apreciar como un bien supremo.

Estando en Moca en un día como el de ayer celebrando un nuevo aniversario de la gesta histórica, sentí que en ese pueblo se mantiene encendida la llama libertaria. Me di cuenta que nada ni nadie podrá apagarla nunca, porque forma parte de los valores esenciales de su gente. Y comprobé que esa llama proyecta un arco que con inocultable celo cubre toda la extensión de la geografía nacional.

Al pueblo dominicano la democracia no le ha sido leve. Se ha impuesto el dominio autocrático, autoritario, dictatorial y tiránico.

La historia es un formidable espejo de agua ante el cual puede refrescarse el sentimiento patriótico si se toma como referencia para evitar repetir errores antiguos, o, en cambio, asistir impotentes a la consumación de hechos que podrían haberse evitado si hubiera habido consciencia suficiente para impedir que ocurrieran.

A esta altura de los tiempos la discusión de si estamos preparados o no para vivir en democracia, para ejercerla, podría resultar un ejercicio fatuo o académico. O tal vez no.

Son muchos los que piensan que una democracia sólo funciona adecuadamente cuando se trata de ciudadanos en capacidad de ponderar el alcance de sus deberes y derechos.

De ahí podría desprenderse que un pueblo inculto, ignorante, y sobre todo pobre, no está en condiciones de ejercer la democracia porque su nivel de consciencia es bajo y puede venderla a cambio de mendrugos de pan. La otra cara es la de quienes usan el poder para corromper aprovechando la miseria material e intelectual de los ciudadanos.

Escribía Federico García Godoy que “los pueblos siempre están preparados para adelantar y avanzar en un sentido de cada vez más efectiva consciencia democrática siempre que a su cabeza esté el hombre o los hombres de buena voluntad interesados leal y patrióticamente en tal empeño”.

Si fuera así el asunto se concretaría a la existencia y escogencia de un liderazgo impregnado por los valores democráticos, en vez de los autoritarios. Pero, ¿cómo escoger si el proceso se enturbia y adultera?

Habría que convenir, dando la razón a García Godoy, en la necesidad de contar con “hombres capaces de personales iniciativas y de erguirse en todo tiempo y circunstancias contra lo que reputen atentatorio a la verdad y a la justicia”.

O sea, hombres de carácter, formados para servir y no para servirse.

Aún si aparecieren tales hombres, existiría la incógnita de si saldrían airosos ante la actuación concertada por medio del uso masivo de los resortes del Estado para mediatizar la voluntad soberana. O de si tendrían que utilizar medios distintos para ejercer su apostolado, legitimados por la evidencia de que para enfrentar el mal todos los recursos estarían permitidos.

Estoy convencido de que en estos momentos la mejor forma de honrar a nuestros héroes es trabajar con serenidad y constancia, sin descanso, por la refundación de las instituciones políticas democráticas, heridas en profundidad por el clientelismo sin rubor derramado desde el Estado. Se va a necesitar del carácter e iniciativa de los mejores ciudadanos para hacer que se rectifique el rumbo.

Crear contrapesos efectivos que impidan el abuso en el uso de los recursos públicos para afianzarse en el poder, hará más grande a este pueblo. Esa es la gran tarea a ser emprendida de inmediato.

Loor para siempre a la gesta del 30 de Mayo.