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Crónicas del tiempo: Ulises (Lilís) Heureaux Level (3)

Entre los muchos afanes para gestionar la presidencia de la Comisión Permanente de Efemérides Patrias (CPEP) y cumplir con una de sus misiones de representar la entidad oficial en los eventos culturales e históricos, el historiador Juan Daniel Balcácer abre espacio para ir de provincia en provincia dictando conferencias. En ese hacendoso y eficaz laborantismo cultural, el intelectual saca tiempo para afrontar innúmeras solicitudes de entrevistas de periodistas, estudiantes universitarios y de colegas suyos que quieren compartir experiencias.

Miembro del Instituto Duartiano y autor de ensayos, biografías, opúsculos y conferencias de temas históricos, Balcácer ha sido editor de una infinidad de obras. Atento y cordial, Juan Daniel accede a una entrevista para que reflexione sobre la personalidad del caudillo cruel, hijo de extranjeros, Ulises Heureaux Level.

Destierro, encierro o entierro eran las tres palabras que aplicaba Heureaux a sus contrarios políticos, al decir de nuestro entrevistado.

RN. ¿Cómo se forja la personalidad de Ulises Heureaux?

JDB. El carácter individual de Ulises Heureaux adquiere contornos definidos en un hábitat muy específico, la sociedad dominicana posterior a la proclamación de la República. Una sociedad eminentemente rural y de mentalidad aldeana. Fragmentada en tres regiones distintas y distantes geográficamente, que parecían países diferentes, aislado el país del resto del mundo, y en plena guerra dominico-haitiana. Debió escuchar, de niño, las historias sobre la lucha por el sostenimiento de la independencia nacional y las hazañas de los caudillos militares de la época. Era ya adolescente, cuando sobrevino la anexión a España y en su pueblo natal, Puerto Plata, fue testigo de las hazañas de algunos dominicanos que repelieron la presencia de las tropas españolas en territorio dominicano, lo que sin duda estimuló el arrojo y las aptitudes de ese joven de extracción humilde, que deambulaba por las calles en procura de su sustento, y que, como muchos jóvenes de su época, entrevió su futuro en la actividad guerrillera, primero contra el extranjero, y luego contra quien se interpusiera en su camino para obstaculizar sus propósitos.

RN. ¿Tuvo que ver con su origen extranjero y su abandono en los primeros años de su infancia?

JDB. No me parece que su ascendencia extranjera pueda ser una de las causas de su carácter como hombre recio, tosco, sagaz, y, lo más importante, audaz. Sabía cuándo actuar y asestar el golpe letal a sus contrarios. En este sentido, no improvisaba ni solía actuar festinadamente. Es probable que la circunstancia de crecer solo, sin el calor paterno ni materno, contribuyera a moldear su carácter de manera agresiva, pues desde temprana edad se vio en la necesidad de gestionar sus propios medios de subsistencia en un medio, como la Puerto Plata de entonces, en que precisamente no abundaban las oportunidades de superación personal y social, especialmente para quien carecía de recursos para proporcionarse una educación a la altura de las circunstancias.

RN. ¿Cree usted que Heureaux actuó con espíritu de traición contra Luperón? Si fue así, ¿por qué fue Luperón muy confiado en delegarlo a Santo Domingo para que lo representara?

JDB. Siempre se ha dicho, con razón, que Lilís, en cierto sentido, fue hechura de Luperón. Particularmente creo que éste reconoció en Lilís dotes de audacia y de valor que no abundaban en el medio, y lo utilizó para acometer diferentes misiones que resultaron exitosas. Lilís, al igual que el propio Luperón, se forjaron como soldados y patriotas en la guerra restauradora. Ambos fueron producto de esa sociedad estancada, rural y aldeana a la que me he referido. Y ambos, especialmente Luperón, fueron exponentes del fenómeno sociológico conocido como caudillismo. Luperón, el caudillo, se rodea de un Estado Mayor, tiene hombres que lo admiran, respetan, y siguen sus órdenes y su ejemplo de soldado aguerrido y de probado valor. Entre los seguidores de Luperón está Lilís, puertoplateño igual que él, en quien el primero confía. No necesariamente Lilís actuó con premeditación frente a Luperón. Lo que sucedió, a mi entender, es que Lilís también tenía madera de caudillo, de hombre nacido para mandar, y Luperón, al parecer, no se percató de esa realidad.

Cuando llegó el momento de ocupar posiciones políticas de envergadura y de defender intereses de grupos y particulares, los dos hombres se enfrentaron, y Lilís ganó la partida frente a Luperón. Recuerda que al final de los días de este último, Lilís, ya presidente de la República, buscó a su antiguo jefe y lo trajo al país. Pero ya entonces Luperón no significaba una amenaza para el liderazgo que ejercía el caudillo, convertido en dictador desde hacía años.

RN. ¿Cómo califica usted la propensión de Heureaux de fusilar a sus contrarios, incluso amigos suyos? ¿Qué rasgo de su personalidad incidía en esta actitud?

JDB. Hay que tener presente que la Segunda República (1865-1916) fue el período de los caudillos y caciques militares que dominaron el escenario político. Cada jefezuelo tenía su ejército particular, y por cualquier “quítame esta paja” se originaba una revuelta que, dada la fragmentación regional del país porque se carecía de vías de comunicación terrestre que unificara al Sur, al Este y al Norte, por lo general se derrocaba al presidente de turno, o éste lograba aplacar las revueltas fusilando, encarcelando o desterrando a sus contrarios. Podría decirse que era la norma. Así que Lilís, al que no podía apresar, lo deportaba o lo fusilaba. Alguien, al describir esas fórmulas típicas de los dictadores latinoamericanos frente a sus adversarios, sostenía que ellos solían aplicar la siguiente fórmula: el destierro, el encierro o el entierro.

No cabe dudas de que Lilís perfeccionó su instinto criminal durante el bienio del padre Meriño (1880-1882) cuando ocupó la cartera de Guerra y Marina, y le correspondió aplicar el célebre Decreto de San Fernando.

Una pincelada sobre Lilís. Como ilustración, me permito citar aquí un fragmento sobre la personalidad de Lilís del doctor Américo Lugo que figura en el prólogo del libro de anécdotas de Víctor de Castro titulado Cosas de Lilís: “Y este hombre extraordinario a todos engañó, a todos venció, a todos gobernó con ilimitada autoridad. Partidos destruyó, pacificó aterrando, sofocó el pensamiento, que es la niñez de la acción, aherrojó la acción, que es la victoria de la mente, y por todas partes impuso su fuero, su criterio, su capricho, sus instintos, sus pasiones, estableciendo finalmente un centralismo monstruoso en que el senado, los tribunales, la plaza pública, la escuela, el hogar mismo, todo cayó bajo el argivo y briareo control presidencial; aunque presidente no fue, que el nombre no suele ser sino la máscara de la realidad, sátrapa sí, un Ciro, Cambises o Artagerges, acaso el más completo y curioso de América y sin duda uno de los más notables por su capacidad política, por su autoridad personal, por su don de gente, por su heroica naturaleza, por su fortaleza casi sobrehumana, por el sello mismo de grandeza que puso a sus crímenes.”

RN. ¿En sentido general, cómo califica la gestión gubernamental de Lilís?

JDB. Me adscribo al criterio generalmente aceptado por la historiografía dominicana: la gestión de Lilís, desde 1886 hasta 1899 cuando fue ajusticiado, fue una cruel dictadura que, a despecho de que el país comenzó a evolucionar en diferentes ámbitos, colocó a la nación en una situación financiera calamitosa debido, sobre todo, a que su política fiscal fue desastrosa.

Incluso, fue bajo la administración de Lilís que se inició en República Dominicana la injerencia norteamericana, primero en el aspecto financiero (a través de la San Domingo Improvement Company) y luego en el plano político de dominación que se expresó materialmente a partir de 1916 tras la ocupación militar del país por los Infantes de Marina de los Estados Unidos.

rafaelnuro@gmail.com,

@rafaelnunezr.

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