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Globalización, nacionalismo y universidades

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Globalización, nacionalismo y universidades

El término “globalización” conduce a la idea de que nos estamos moviendo más allá de una era de crecientes lazos entre las naciones, y estamos comenzando a contemplar algo que supera la concepción del Estado-nación. Pero este cambio necesita reflejarse en todos los niveles de nuestro pensamiento, y especialmente en nuestras reflexiones éticas.

La globalización tiene algo que ver con la tesis de que todos vivimos en un mismo mundo. Es un proceso multidimensional, con consecuencias en los ámbitos político, económico, tecnológico, legal, militar, educativo, cultural, científico y medioambiental. Sin excluir los otros ámbitos, la globalización tiene un gran impacto en lo político de los Estados-nación. De ahí que ningún discurso político está completo, si no hace referencia a la globalización. Sin embargo, tenemos la impresión de que en nuestro país la globalización es una asignatura pendiente.

La globalización significa politización, esto así porque el grado de interrelación lograda se convierte en base de una orientación y organización del espacio político. La autonomía de los Estados está comprometida: los gobiernos encuentran cada vez más dificultades para llevar a cabo sus agendas nacionales sin cooperar con otras instituciones, políticas o económicas, que están por encima y más allá del Estado nacional. Los Estados individuales no pueden ya por sí solos resolver los problemas decisivos de acción política de forma efectiva sin institucionalizar formas multilaterales de colaboración.

Con la globalización, el poder del Estado nacional no desaparece, simplemente se recompone. El Estado nacional deberá enfrentarse a fuerzas políticas, económicas, sociales y culturales que no están bajo su control. “Los Estados han perdido gran parte de la soberanía que tuvieron, y los políticos han perdido mucha de su capacidad para influir sobre los acontecimientos”. Las comunidades políticas están “reprogramadas”.

En estas circunstancias, los Estados nacionales y sus ciudadanos no tienen otra salida que acomodarse –activamente- a las fuerzas de la globalización económica, que a su vez va acompañada de una amplia internacionalización de la autoridad política vinculada al sistema de gobernanza global. La globalización altera decididamente todo aquello que una comunidad nacional puede exigir a su gobierno, y lo que los políticos pueden prometer y suministrar efectivamente.

Independientemente de estas “sintonías obligadas”, los Estados seguirán siendo agentes decisivos e indispensables para la toma y ejecución de decisiones públicas, y que deberán crear mecanismos efectivos entre la acción política nacional y la internacional. Frente a esta realidad, la brecha participativa puede afrontarse mediante un enfoque tripartito de toma de decisiones, en el que los gobiernos nacionales tengan la oportunidad de dejar oír su voz con la sociedad civil y el mundo empresarial. Los agentes destacados de la política, la empresa y la sociedad civil deberán ser participantes activos a la hora de definir agendas públicas, de formular políticas públicas y a la hora de deliberar sobre ellas.

A esta tarea reflexiva e innovadora, que supera los simples resabios emotivos de los nacionalistas ancestrales, habrán de sumarse necesariamente las universidades. Para ayudar al Estado a asumir la educación y la formación como herramientas de su política económica y para promover la formación cosmopolita de los ciudadanos, que deberán estar armados de capital educativo y cultural si quieren hacer frente a los desafíos de una competencia exigente (local, nacional, regional y global), al tiempo de ser capaces de compartir un mundo global marcado por manifiestas diversidades y pluralidades.

Las universidades habrán de contribuir, además, al debate obligado de la globalización. La situación de los Estados nacionales frente a la globalización impone considerar y debatir “desde dentro” los riesgos y los límites de la “gobernanza mundial”, lo cual demandará no sólo la cooperación y la coordinación horizontal entre los organismos locales y globales, sino principalmente el establecimiento de reglas y un régimen más democrático de la gobernanza global. La globalización puede ser mejor y estar más equitativamente gobernada, regulada y modulada. Los Estados nacionales deben participación para que esto se logre.

La globalización, con sus luces y sus sombras, deja “sin funciones” a los nacionalistas. Les arrebata sus banderas y su oficio de “centinelas de la nación”. Sus ansías insulares de defensa de lo nacional excluyendo a otros “próximos y lejanos” quedan avasalladas por una economía globalizada, en la cual las fuerzas del mercado mundial tienen prioridad sobre las condiciones económicas nacionales. ¿Acaso no está nuestro país endeudado hasta más allá de lo prudente? Dirán algunos que realmente los gobernantes han hipotecado la nación. En este caso, “la defensa de la nación” debería enfocarse contra aquellos que la hipotecaron para procurarse en estado de bienestar personal en perjuicio de las grandes mayorías de la nación.

El mundo político del siglo XXI estará marcado por una significativa serie de nuevos tipos de externalidades políticas o “problemas limítrofes”. En el pasado los Estados-nación resolvían principalmente sus diferencias sobre asuntos fronterizos apelando a “razones de Estado”, apoyados en iniciativas diplomáticas y, en última instancia, en medios coercitivos. Pero hoy día esta lógica del poder resulta inadecuada e inapropiada para resolver temas tan complejos. Los entrecruzamientos de “destinos nacionales” imponen otros métodos.

La globalización ha venido acompañada de un extraordinario crecimiento de ámbitos institucionalizados y de redes de movilización política, de vigilancia, toma de decisiones y actividad reguladora que trascienden las jurisdicciones políticas nacionales. Viene al caso la consideración de Ulrich Beck. “Tener alas y raíces, unir el provincialismo con el tesoro de experiencias que depara practicar una vida cosmopolita, podrán convertirse en el denominador civilizatorio común de una sociedad mundial culturalmente heterogénea”. Los tiempos de los nacionalismos ancestrales han quedado atrás. No hay espacio para la resistencia a la globalización. Aislarnos nos llevaría a correr la misma suerte que la isla Sentinel del Norte.

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