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Ciudad Colonial
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Guiado por un duende madrugador

En mis años estudiantiles llegué a percatarme que las horas de la madrugada eran las más rentables para la actividad intelectual; no solo sentía que la capacidad de almacenamiento de la memoria en esas horas aumentaba notablemente.

Los años avanzan y ya sabemos que los menos jóvenes tenemos problemas para que, una vez se interrumpe el sueño nocturnal, se pueda reestablecer esa sensación divina del sueño reparador y por lo tanto hay que poner a fruto ese “handicap”.

Desde hace un tiempo vengo reiterando que nuestro Centro Histórico de Santo Domingo es el contenedor primigenio de donde se esparció la semilla cultural que unió las diferentes culturas preexistentes en toda América, pero parecería ser que ese valiosísimo contenido quisiésemos dilapidarlo, convirtiéndonos en baratilleros de ese patrimonio único por razones de desarrollo mercantil mediante la vía del turismo.

Bien que intentemos extraer razonables beneficios económicos de la singular característica de ese Centro Histórico, haciendo que nuestros visitantes, ávidos de conocer el lugar a partir del cual se catapultó la cultura y las tradiciones hispánicas en América, dejen algún beneficio, inclusive pernoctando en algunos centros de hospedería hotelera que allí se puedan gestionar, gastando en adquisición de bienes artísticos y artesanales e inclusive, ¿por qué no?, disfrutando de nuestro folklore y la genuina hospitalidad característica de nuestro pueblo.

Otra cosa muy distinta es que con esas premisas se quiera convertir al Centro Histórico en un parque temático para la explotación vulgar e inconducente desde el punto de vista cultural de ese legado histórico y ello es lo que está sucediendo, lamentablemente, ante nuestros ojos a los cuales es dado mostrar solo fachaditas multicolores vacías de contenido y guiadas por muy discutibles criterios de “negocios turísticos”, haciendo de sus calles, antes singulares y llenas de historia y contenido social, en una vulgar operación donde todas las vías han recibido el mismo tratamiento innoble del anonimato adocenado y barato.

Algunas preguntas brotan espontáneas: ¿queremos honestamente revitalizar el Centro Histórico de Santo Domingo?

¿Queremos que las calles queden libres de vehículos y esos horribles postes dizque para defensa del peatón o adefesios llamados “bolardas”, ya todos torcidos por su fragilidad e inutilidad antes de terminar esa intervención desafortunada, convirtiéndolas en atractivas para los paseos amplios y las sanas caminatas? ¿Por qué en vez no se piensa en recuperar y reconectar ese centro germinal a la metrópoli por medio de soluciones viales simples y eficientes que den acceso a múltiples y amplios estacionamientos soterrados para que nosotros, los dominicanos, volvamos a vivificar esa zona con la sangre de familias jóvenes, que tengan todos los servicios urbanos en condiciones eficientes, que tengan allí sus escuelas, sus centros de atención médica, sus negocios y todo aquello que hace atractivo cualquier zona de la ciudad para que las familias pre existentes se sientan igualmente a gusto hasta que se produzca el inexorable cambio generacional? ¿Por qué no se procede a rehabilitar a fines habitacionales adecuados para familias jóvenes y en armonía con el entorno amplias zonas degradadas al interno de su perímetro amurallado como lo es la antigua parte oeste de esa zona que se llamó Navarijo en los principios del siglo pasado? ¿No se alcanzaría con ello el restablecimiento y consolidación de la trama social de esa muy especial zona que da vida y razón de ser a todos los conglomerados humanos, sobre todo cuando son referentes culturales e históricos?

¿Sería acaso un pecado seleccionar para sombrear con adecuada arborización múltiples espacios que existen en esa zona y que serían idóneos a tales propósitos y para construir debajo de ellos estacionamientos soterrados? Estamos en el trópico caliente, frondoso y exuberante y no en las frías tierras que dieron origen al modelo de las poblaciones extremeñas de la península que Ovando quiso evocar en estas tierras. Donde se establecen espacios sombreados en zonas urbanas del trópico es sinónimo de punto de reunión y encuentro al fresco de los vecindarios y visitantes, no importa que pertenezcan a perímetros históricos; la naturaleza nunca ofende.

¿Por qué no se libera el mismo de ese adefesio de muralla en la Avenida del Puerto que encierra y acogota un bellísimo entorno enmascarado por una pared anónima y fría de concreto para que la población y el turista puedan disfrutarlo, re estableciendo así la hermosa visión desde el río Ozama y el Puerto Turístico?

¿Por qué no se piensa en una muy factible conexión soterrada con la red del Metro por debajo de la calle El Conde como se ha hecho exitosamente en otros centro históricos para reincorporarlos al tejido urbano?

¿Por qué no se declara de una vez por todas, de manera oficial, que dentro de la inexplicable concepción de parque temático, que ya se ha desistido del proyecto del Centro de Congresos en que querrían ser convertidas las Ruinas de San Francisco?

Creo que el Gobierno de la Nación debe una explicación al pueblo que les puso a cargo esa responsabilidad por tanto dislate cometido en el Centro Histórico de Santo Domingo con la ambigua e incomprensible anuencia del Banco Interamericano de Desarrollo y algunos sectores privados del turismo.

Ya el coro de los que protestamos como lo hago yo aquí es lo suficientemente amplio y calificado como para que merezca ponérsele atención. Y que no se argumente que me manifiesto de este modo porque estoy en la oposición pues no estoy enlazado con ninguna razón política ni mucho menos persigo hacerme de contratos de diseño o construcción pues, en mis más de cinco décadas de ejercicio profesional, no he estado vinculado a algún proyecto del Estado.-

Se malbarataron treinta millones de dólares y botar por la borda otros noventa millones sería imperdonable y un pecado de lesa patria.

Antes de que se acabe de consumir ese ominoso atentado contra nuestra cultura y nuestra historia, sería bueno hacer un alto, formular una profunda reflexión y ponderar adecuadamente ese error al intentar crear exclusivamente un ambiente propicio al negocio turístico, ignorando sus valores intrínsecos fundamentales de manera supina.

Está muy claro que cabe y se hace necesario la reformulación de ese “proyecto” a partir de conceptos que privilegien la revitalización del legado patrimonial y social del Centro Histórico de Santo Domingo y que ello se haga en tiempo útil. Lo agradecería el mismo Centro Histórico, la ciudad, la región metropolitana y el país entero. Todavía queda algo de ese legado y mucho se puede recuperar.

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