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La escuela y la banca

Habría que reconocer el notable avance que constituye el proceso de ampliación del número de aulas y la jornada extendida, ambas en la dirección correcta, aunque debe ser complementado con acciones que lleven a un salto cualitativo en la calidad de la educación

HACE cerca de 10 años, antes de que se construyera la carretera Las Américas- Samaná, invité a una pareja catalana que estaba de visita en el país a que conocieran la zona norte, con destino a Portillo, Las Terrenas. Era un viaje de aproximadamente tres horas y media.

Salimos desde Santo Domingo, tomamos la carretera Duarte y, al llegar a Piedra Blanca, doblamos a la derecha hacia Cotuí. De ahí enrumbamos hacia Pimentel cruzando las feraces tierras de la cuenca del Camú y del Yuna, hasta empalmar con la vía que une a San Francisco de Macorís con Nagua.

Luego, atravesando parte de las tierras que pertenecieron al Gran Estero, cruzamos Nagua e hicimos contacto con aquel mar impresionante y de belleza extraordinaria situado al borde de la carretera, que da la impresión de que en cualquier momento puede desbordarse, y nos encaminamos hacia el este pasando por la Poza de Bojolo, con rumbo a Sánchez, y después a Las Terrenas.

La pareja catalana estaba encantada de contemplar el verdor de nuestra tierra, su fertilidad lujuriosa, el dinamismo de la gente, la alegría de los campos, e iba registrando en sus pupilas detalle tras detalle de lo que estaban viendo, causándole honda impresión.

Al llegar a Portillo se sintieron embelesados al contemplar la serenidad y esplendor de aquella playa.

Al día siguiente salimos a caminar temprano por la arena y así recorrimos varios kilómetros. El amigo catalán, buen conversador, lleno de curiosidad, me hacía preguntas y observaciones a lo largo del paseo.

Hubo dos que me dejaron perplejo.

Casi de sopetón me susurró que éste debía ser un país de gran desarrollo financiero, de acuerdo a lo que había visto; a lo que contesté que sí, que la banca local se había desarrollado, pero que no era para tanto como para que se sintiera deslumbrado, pues ellos venían de España, un país dotado de un sistema bancario notable.

No se conformó con mi respuesta y siguió argumentando sobre el dinamismo que había visto en la banca. Intrigado por su insistencia, se me ocurrió preguntarle en qué tipo de particularidad notaba ese adelanto.

Su respuesta me dejó perplejo, pues me dijo, --Pero, Eduardo, no te das cuenta de la cantidad de estafetas de bancos que hay a lo largo de la carretera, kilómetro tras kilómetro. Eso tiene que significar facilidades de productos financieros para la gente, provistas en lugares apartados, rurales. Un gran avance, sin dudas, sentenció.

Fue entonces que me di cuenta de la confusión que tenía. Tuve que confesarle, lamentando tener que desilusionarlo, que no eran estafetas de banco, sino bancas de apuestas que usaban ese nombre de “banca” que tiende a confundir, a pesar de que la ley reserva la palabra banco para las instituciones crediticias y de captación de recursos autorizadas, pero no se cumple.

La otra observación que me hizo fue que debíamos sentirnos orgullosos por el adelanto que se apreciaba en la instrucción o educación pública. Conociendo como sabía que no teníamos mucho de que enorgullecernos en esa materia, le pregunté en qué notaba ese adelanto. Y me respondió que en el trayecto había visto, a horas diferentes, cientos de jóvenes con uniformes azules que se desplazaban a pie por los caminos. Él interpretaba eso como sinónimo de gran actividad educativa.

La realidad, que no me atreví a contarle, era que se trataba de alumnos despachados de la escuela por motivos baladíes, antes de terminar su horario de clases, que no tenían la oportunidad de agotar su horario de aprendizaje.

Los extranjeros ven, cuando recorren nuestra geografía, un país excepcional. Se sienten atraídos por su belleza y por el encanto de la población. Y consideran que el potencial que encierra esta nación es muy grande. Regresan a sus tierras sin comprender la razón de que todavía pertenezcamos al mundo en vías de desarrollo.

Uno mismo, como dominicano, se siente sorprendido al percatarse de que esos extranjeros tienen razón en muchos de los juicios que hacen.

De aquel viaje, ya lejano en el tiempo, saqué la conclusión de que no estaría de más que, de vez en cuando, nos permitamos efectuar una introspección para que descubramos todo lo positivo que los extranjeros ven en nosotros.

Eso ayudaría a elevar la auto estima colectiva, y quizás a concluir bien lo que se encamina como regular. A diez años después de aquel viaje, si hiciera un balance, podría concluir que las bancas de apuestas siguen proliferando como la verdolaga, y que no merecen llevar ese nombre ni tampoco ser estimuladas en su expansión, sino más bien frenarlas, achicarlas y quitarles el nombre de bancas.

No podemos seguir dándonos el lujo de que los ingresos o ahorros precarios de quienes menos tienen, se esfumen en apuestas ilusorias, mientras ni siquiera disponen de un sistema de seguridad social funcional que alivie sus penurias.

Con respecto a las escuelas, habría que reconocer el notable avance que constituye el proceso de ampliación del número de aulas y la jornada extendida, ambas en la dirección correcta, aunque debe ser complementado con acciones que lleven a un salto cualitativo en la calidad de la educación.

¿Qué es lo que nos falta para alcanzar el potencial que los extranjeros nos atribuyen? Quizás, sobre todo, fortaleza institucional. Es cuanto.

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