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Mercado y estabilidad cambiaria

La estabilidad que el país requiere es la que surge de fundamentos sanos, no la montada en una burbuja de deuda y de déficit; que sea consecuencia de la sobriedad fiscal y monetaria, tasas de interés bajas, y fuertes estímulos a la actividad exportadora. Hace falta una elite que asuma estos valores y los lleve a la práctica. Elite política, económica, intelectual.

Según la Real Academia de la Lengua persuadir es “inducir, mover, obligar a alguien con razones a creer o hacer algo”. En un país como el nuestro, la persuasión, en vez de atender a razones, se suele convertir en intimidación.

Es de conocimiento común que en el mercado de divisas se intimida para que los agentes económicos se abstengan de mover el tipo de cambio más allá de los puntos que la autoridad indica. Y de que también se “sugiere”, con ejemplar sutileza, publicar comunicados institucionales para resaltar que la tierra se mueve con normalidad bizantina.

A pesar de lo anterior, los mercados obedecen a su propia lógica, y cuando son reprimidos buscan vías paralelas de escape.

No es cierto, como algunos parecen creer, que el mercado libre de divisas sea incompatible ni esté reñido con la idea de estabilidad, de la misma forma en que no lo está el mercado interno en que se determinan los precios de los bienes y servicios, verbigracia el plátano.

El mercado libre ni induce estabilidad, ni desestabiliza.

La existencia de un mercado de divisas libre que funcione como tal, es un reflejo del buen estado de salud de una economía y de que sus fundamentos son sólidos, no ficticios. En argumento contrario, la opacidad y rigidez en ese mercado tienden a señalar fallas que deben corregirse, no esconderse.

En una época que se creía superada, existían dos mercados, el oficial y el paralelo. Ahora se ha vuelto a esa práctica como lo evidencia la cola de demanda que existe a un precio dado, el oficial, cola que desaparece a un precio mayor, el paralelo.

Ha sido usual en la política cambiaria tratar de mantener la rigidez del tipo de cambio bajo la presunción de que es sinónimo de estabilidad, lo cual es una falacia.

De ahí que esté implícito en esa visión que el burócrata es quien conoce y debe imponer el precio. Lo hace respondiendo a intereses, a veces gubernamentales; en ocasiones privados-empresariales. Ambos caminos conducen a mantener una cadena de fidelidad y apoyo.

Y ahí están los ganadores. Y los perdedores, que ocupan el amplio abanico del aparato productivo. En realidad los grandes perdedores son los trabajadores dominicanos.

El control cambiario consiste en mantener bajo, a trancas y barrancas, el precio de la divisa en moneda nacional. Ese es el ideal de la clase que más ha crecido y acumulado riqueza. Y también lo es de la clase gobernante.

Todo lo que florece en este país está marcado por el sello de lo importado, que comparte sitiales de honor en ese aspecto, y solo en ese aspecto, con el mercado de las drogas y de la corrupción.

La otra cara de la moneda es la de las exportaciones estancadas y los salarios bajos, para poder compensar la apreciación secular de la moneda.

Y, sin embargo, la única manera de que este país podrá desarrollarse es si multiplica por muchas, muchísimas veces, sus exportaciones de bienes y de servicios. Pero para que eso ocurra habría que ejecutar políticas públicas orientadas hacia esa finalidad.

Los sectores productivos han podido sobrevivir con precariedad en medio de la represión del tipo de cambio por el oasis que ha significado la llegada masiva de haitianos indocumentados, y por el efecto a la baja del salario que produce su presencia en el territorio nacional. (Oasis que se paga muy caro: con desnacionalización progresiva).

Y así se cierra la ecuación. Economía que crece en los sectores no transables y pierde terreno en los transables; mano de obra dominicana desplazada por la haitiana. Desnacionalización. Salarios deprimidos. Concentración de riqueza en pocas manos. Auge del mercado informal laboral. Pobreza amplia en la población, atenuada con subsidios que en el fondo son un mecanismo de dominación política. Déficit y endeudamiento público. Debilidad de las instituciones. Corrupción.

Y todo ese entramado se sostiene porque el fisco contribuye a financiarlo. Así, para este año 2017 el costo fiscal para mantenerlo ascenderá a setenta y cinco mil millones de pesos.

Algunas de sus derivaciones son baja cobertura de la seguridad social, tasas de interés elevadas, bajo acceso de los sectores productivos al crédito, e inexistencia de un mercado de capitales porque el ahorro de largo plazo esta represado en el Banco Central.

Ese modelo, si es que pudiera llamársele así, delineado en trazos muy gruesos, tendrá que ser revisado. Hasta pudiera ser que fuere el fermento del que se nutre la inseguridad personal en este tiempo.

La estabilidad que el país requiere es la que surge de fundamentos sanos, no la montada en una burbuja de deuda y de déficit; que sea consecuencia de la sobriedad fiscal y monetaria, tasas de interés bajas, y fuertes estímulos a la actividad exportadora.

Hace falta una elite que asuma estos valores y los lleve a la práctica. Elite política, económica, intelectual.

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