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Pobreza
Pobreza

Y para qué alcanza el Estado...

Lo vieron excavar con la pala lo que serían los cimientos de su humilde casa, hecha con palos de madera vieja, pedazos de zinc, materiales usados, y piso de tierra. Ella, la madre, todavía joven, llena de atributos, lucía ajada por las inclemencias. Él, provisto aún de vigor y fuerza, con el rostro cruzado por hondas cicatrices, proyectaba la imagen intensa del cansancio.

Tenían tres niños, muy delgados, de hermosura deslumbrante. Dos hembras que rebosaban energía y encanto, y un varón que mostraba decisión. En sus ojos podía notarse un pálido reflejo de lo que pudo haber sido un signo de esperanza, pero sus pupilas eran mate, carecían de brillo, tal vez porque desde el vientre de su madre aprendieron que su horizonte estaría tronchado para siempre.

La pala manual extraía materiales de una ladera que terminaba en un manso arroyo. Y luego sus manos hurgaban entre escombros situados en cualquier sitio para recolectar materiales con que levantar el rancho.

Como él había muchos, allí y en sitios diferentes, alentados por la expectativa de que algún día milagroso pudieran ser desalojados por conveniencia pública.

-Caramba, tú sabes que son padres de familia. Y sufres porque estás consciente de que no debe permitirse que nadie se sitúe en lugares vulnerables de alto riesgo, ni tampoco que se degraden los espacios públicos, ¿verdad que lo sabes?

-¿Acaso no lo somos todos? Yo sé que son víctimas de la desigualdad, causa de su empobrecimiento educativo y cultural, que prolonga la pobreza a los hijos, a los hijos de sus hijos, y así para los siglos de los siglos, amén.

-Pero tú no ignoras que la permisividad facilita que se conviertan en votos. Están convencidos que si ocurre una desgracia el Estado los compensará con una casa mejor que el rancho que tienen, ¿verdad que no lo ignoras?

-Él sugiere a nosotros, que te incluye a ti, pues nosotros somos todos, que un pobre es un voto. Millones de pobres, millones de votos. Si tuviera razón, pudiera ser que a algunos políticos les conviniese que aumentara la producción de pobres y el consiguiente regalo de funditas y de bonos en vez de crear condiciones que eliminen la desigualdad, ¿no es así, verdad?

Un buen día terminaron su rancho. Se cobijaron bajo su techo y crearon un fundo, algo propio aunque vulnerable. Esa era su riqueza, ya que sólo vale lo que se tiene cuando se necesita.

Encerrados en las paredes de su rancho esperaban con fruición que el sol cerrara sus ojos; apagaban la lumbre y convertían el sexo en furia endemoniada como si quisieran compensar todas las desgracias y penurias, sin que les importara que sus criaturas, que yacían casi al lado, escucharan sus bramidos y contemplaran sus contorsiones desquiciantes. Eran felices.

-¿Acaso puede haber felicidad junto a tanta miseria e ignorancia y lugar para amar, soñar, creer, reír, o será fruto de tu candidez?

Debajo de la barranca en que estaba el rancho corría el arroyo; arriba, la montaña casi vertical y de materiales sueltos. El aire siempre limpio pero no así el entorno, contaminado por los residuos de sus cuerpos, por las heces, orines, basura que rodaba por doquier.

Agua la tenían en el arroyo. Luz no faltaba, pues utilizaban las ramas y troncos para cocinar y hacer lumbre. El patio era el retrete amplio, fresco y despejado, con la ventaja de que podían prolongarlo hacia el monte cercano.

El trabajo consistía en aventurar por el día a ver qué encontraba, mientras la mujer cocinaba y buscaba el agua en el arroyo. Apenas les alcanzaba para compartir escasos víveres. El resto consistía en sintonizar las noticias en una deteriorada radio de pilas y acostarse con su mujer sin que importara si la dejaba o no preñada.

Y así transcurría el tiempo, incapaces de preguntarse qué sentido tenían sus vidas pero contentos de vivirla. Temían que el silencio eterno fuera aún menos atractivo que la precariedad que los abatía en el mundo de los vivos.

En eso, en medio de las continuadas y torrenciales lluvias y en la oscuridad de la noche, se escuchó primero el rumor repentino y estremecedor de la crecida del río, y un poco más tarde un crujir ronco y desgarrador, seguido de un golpe seco. El árbol que daba sombra al rancho se vino abajo con un estrépito tan grande que parecía que todo el cielo se le caía encima.

Después el silencio absoluto y el fango rebosante de la ladera deslizada. Sólo sobrevivió una de las niñas y esto así por capricho del destino. ¡Qué pena tan inmensa! Un drama espeluznante que jamás debería repetirse, que coincidió con muchos otros en el período de inundaciones.

Luego llegó el apoyo público, comida, colchones, sábanas y frazadas, agua potable, funcionarios, helicópteros, vehículos oficiales, los medios, las fotos, el salto a los charcos. Y el complemento privado, medicamentos, zapatos, ropas, junto a más fotos.

-Cierto, fue un accidente pero siento impotencia de que estas cosas ocurran porque a nadie debe permitírsele que se aloje en lugares vulnerables.

-Deberías estar consciente de que, a pesar de los lamentos, se repetirá de nuevo. O, ¿sabes si como sociedad estamos decididos a hacer algo distinto, o solo a contentarnos con el ejercicio de la caridad y de las soluciones mediáticas?

-Él habla como si fuera fácil organizar a este pueblo; al fin y al cabo el contrato social, que ninguno ha firmado pero existe, parece que no alcanza para eso.

-Dime entonces para qué alcanza y qué tendremos que hacer para que algún día pudiera servir para algo.

-¿Entonces cuestionas la justificación del Estado? ¿O del Estado que tenemos?

-!Ah!

Los cimientos de su humilde casa sirvieron de lecho para sus horribles muertes.

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