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Globalización y lenguaje: un parecer

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Globalización y lenguaje: un parecer

Alfonso Quiñones me convida a examinar el cada vez más extendido uso de la lengua inglesa en propuestas comerciales, centros educativos, medios de comunicación y vías públicas de Santo Domingo. A lo sumo, podríamos hacer algunas aproximaciones, como el destacado periodista sugiere, debido a que el tema facilita pormenores para elaborar todo un ensayo.

Parece como si hubiese ocurrido ayer. Fue cuando comenzó a hablarse de la globalización sin que entendiésemos bien los alcances de un propósito que parecía entonces teoría pero que, sin darnos cuenta, ya había iniciado su camino. Algunos economistas le llamaron “mundialización”, y en el terreno de las discrepancias con lo que se avecinaba un sociólogo estadounidense definió el novísimo proceso como “macdonalización”. Términos ambos, ya en desuso.

Pero, muchos años antes, cuando ni se soñaba con interconectar el mundo a través de la globalización, el reclamo permanente de la izquierda era el de la “penetración cultural”. Nos bombardeaban, se decía, con estilos, gustos, modas, términos, formatos económicos, planteamientos intelectuales y formas culturales diversas que habrían de producir una alienación social que agrietaría la identidad cultural. A esa hora ya sumaban miles los que habían partido al exilio económico y que iban a recibir, ellos y aún más sus descendientes, el impacto de esa pérdida de los valores locales. Aparte, un grupo no pequeño accedía a una educación de primera calidad en universidades norteamericanas y europeas. De modo que la alienación cultural terminó arrimándose a la globalización. Y ambas ganaron la batalla porque ya no hay vuelta atrás. Tal vez la izquierda, que en no pocas ocasiones erraba el tiro, en este caso tenía razón.

Al cabo de estas décadas mundializadas, tenemos definidas algunas cosas. La globalización tiene claras ventajas y ocultas desventajas. Las primeras son observables a simple vista. Las segundas nunca terminamos de darnos cuenta cuáles y cuántas son hasta que se han instalado en la sociedad. Incluso, las desventajas no sabemos si realmente lo son y tal vez tengamos que esperar un tiempo prudente para determinar si afectan o no a nuestras raíces culturales, o si ya quedaron vinculadas y estamos viviendo una nueva etapa en el formato cultural, con respecto a usos y costumbres y, sobre todo, con los efectos en la lengua que hablamos.

Las élites económicas tienden a absorber todo lo foráneo, fundamentalmente lo norteamericano. Es casi un sello de identidad de clase. Y como este sector es el que tiene mayor visibilidad mediática y social, terminamos creyendo que el resto de la sociedad, que es la mayoría, celebra el Thanksgiving Day o Día de Acción de Gracias, una celebración que tiene un marco espiritual, pero que no tiene raíces criollas como su equivalente en nuestra cultura que es la Nochebuena. Es una parte tan ínfima de la sociedad dominicana que celebra ese día, de unos años a esta parte, (o sea, cuando la penetración cultural norteamericana se asentó formalmente) que eso no agrava nuestra tradición cultural. Los millones de pobres, la clase media baja y la clase media alta incluso (esta última siempre está a la caza de lo que consumen las élites), no entienden bien eso de Thanksgiving, sino del puerco en puya del 24 de diciembre que está a la vuelta de la esquina.

El Black Friday, para mencionar otro evento surgido en nuestro país hace apenas tres o cuatro años, ha tomado auge porque las clases menos pudientes –que no entienden el por qué de esta fecha de descuentos ni su origen- encuentran ese día la forma de acceder a bienes temporales a buen precio. Y eso no está mal, salvo que los que ofertan jueguen limpio y no engañen al consumidor y, desde el punto de vista lingüístico, que los medios de comunicación y los comercios le denominen Viernes Negro y no Black Friday.

Las vallas en inglés que comienzan a establecerse en el paisaje citadino, es una clara forma de alienación cultural, aunque como otros éste sea ya un término en el olvido. Entiendo que algunas entidades educativas que ofertan su enseñanza en inglés, se vean obligadas a promoverse en la lengua en la que formarán a sus potenciales clientes. En principio, no veo mal la acción. Lo alarmante es que se oferten productos, tiendas y espectáculos con textos en inglés, o en otra lengua, violando normativas que obligan al uso del idioma español. Debiera, y no solo en los envases lácteos como ha sucedido recientemente, decretarse claramente el uso del español en toda expresión pública: la que se exhibe en las calles y la que se muestra en las góndolas de los supermercados. Los denominados street banner –pasacalle, estandarte o pancarta comercial- no debieran estar escritos en inglés porque el segmento poblacional que maneja esa lengua en nuestra sociedad es muy pequeño y adoptar una lengua extraña a la de la mayoría es puro esnobismo.

La globalización copiante –copiona, dirían en el Cibao-, ésa que ya hemos dicho que trae ocultas desventajas, se manifiesta de muchas formas en nuestro ambiente. Los centros educativos, en inglés, tienen sus propias fechas de celebración, al margen de las que señala el calendario escolar dominicano. De modo que este jueves recién pasado, por ser Día de Acción de Gracias –en EUA, y no en RD- no se impartieron clases y algunas hicieron “puente” hasta el lunes. Un largo fin de semana para que profesores y estudiantes de estas escuelas aprovechen estas fiestas del school year previo al diciembre de Santa Claus para atender una invitación al Wine Fest de algún comercio vinicultor, disfruten de su móvil haciendo phubbing mientras participan en convites sociales o abrazarse a la moda –que nunca incomoda– del mannequin challenge con su grupo.

En fin, la globalización no se va a desinflar y la penetración cultural se estableció firmemente desde hace rato. Cierto, la globalización debe tener controles, pero no nos animemos mucho con estos diques que al fin terminará imponiéndose, aunque sea solo en las élites y en las clases que siguen a pie juntillas los dictados de aquella. Esta situación tiene otros aparejos. Pero sí, hay que propender a la defensa y proyección de las manifestaciones que se forman en las raíces populares, y de nuestra lengua, porque esa es la única garantía que tenemos de que no se nos muera la tradición y los valores ident itarios, y de que no sigamos todos haciendo el performance de las importaciones culturales. De las malas y de las buenas. Pero, este tema da para más.

www.jrlantigua.com

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