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José Peralta Michel: pedagogía de la resistencia

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José Peralta Michel:       pedagogía de la resistencia

Clorre desde hace muchos años, tal vez mucho antes de que yo tuviera conocimiento del caso, un cotilleo guasón que cuenta lo sucedido a un grupo de estudiantes universitarios de los tiempos de la Era con un célebre intelectual de la época.

Urgidos por la necesidad de adelantar un trabajo de tesis en la universidad, un grupo de estudiantes se presentó a la residencia del susodicho intelectual, famoso entonces por poseer una de las mejores bibliotecas de su tiempo, con la finalidad de que le permitiese acceder a la misma para consultar los libros y autores que demandaba el ensayo de grado cuyo tema habían seleccionado. Por supuesto, el intelectual acogió gustoso la visita y permitió que los alumnos realizasen in situ la investigación requerida.

Al cabo de un par de días visitando la biblioteca del culto hombre, los estudiantes comprobaron que para completar la tarea iban a necesitar una o dos semanas y, desde luego habrán pensado aquellos jóvenes que preferían encauzar el estudio en condiciones más propias de sus años, con libertad de movimiento, una que otra paradita para fumar, tomarse un refresco o bromear sobre asuntos propios de la edad. En la biblioteca del profesor sin dudas que se veían obligados a trabajar en absoluto silencio y en ambiente de inviolable circunspección. Ante el dilema, previo acuerdo en el grupo, uno de ellos se dirigió al profesor solicitándole en préstamo algunos de los libros para llevárselos consigo a la casa de uno de los estudiantes y trabajar con los mismos fuera del horario que había impuesto, de modo estricto, el reputado maestro. La respuesta fue un no rotundo de inmediato. Los alumnos insistieron y el profesor repetía la negativa: “Trabajen todo el tiempo que quieran con mis libros, pero aquí, en mi biblioteca”. Uno de los estudiantes inquirió entonces a su anfitrión: “¿Y por qué usted, profesor, no puede prestarnos esos libros, conociendo que somos estudiantes serios?”. Y el maestro le respondió sin rodeos: “Porque yo también soy serio, y todos estos libros que ustedes ven aquí alguna vez me fueron prestados”.

Cierta o no lo anécdota, cuento esto, porque en días pasados llegó por mi casa –sabe Dios alentado por algún amigo que conoce que tengo un apartado amplio con libros sobre la Era de Trujillo- un grupo de jóvenes de un exclusivo colegio capitalino que deseaba consultar textos sobre la resistencia de la juventud durante aquel nefasto periodo de nuestra historia. Les dejé entrar a mi biblioteca, les orienté sobre los libros que deseaban pero no tenía tiempo para atenderles ni mucho menos para vigilarlos. Observé que después de repasar los anaqueles y consultarse entre ellos, tomaron en sus manos tres libros que llamaron su atención: “Bajo la barbarie. La juventud democrática clandestina (1947-1959) de Juan J. Cruz Segura; “Un médico en la 40. Recuerdos de una conspiración” del Dr. José Tallaj; y, “En La Vega: resistencia antitrujillista... y más allá” de José Peralta Michel.

Vino entonces la solicitud de préstamo. Me urgía una reunión donde esperaban por mí. Contrario a lo habitual, accedí, sobre todo porque uno de los estudiantes es hijo de amigos muy queridos y no creo que a ellos les interesase quedarse con los libros. Les dí una semana para lectura y consulta. Y vaya sorpresa: regresaron puntualmente a devolverme los libros y a agradecerme el gesto de la confianza al prestárselos, pues ya habían tenido noticias previas de que no accedía a reclamos de ese tipo. Lo sorpresivo y agradable, que habla muy bien de la educación de estos jóvenes, es que cada uno me trajo de regalo un libro, que no quise preguntarles cómo se orientaron para seleccionar estos títulos que han resultado de mi completo agrado: “Momentos mágicos de la literatura” de Andrés Amorós; “La sombra de Poe” de Matthew Pearl; y, “Mil soles” de Dominique Lapierre. Así cualquiera presta.

Me pidieron un favor adicional. Que si podía comentarles uno de los libros, y sin saber cuál de los tres, les dije que con mucho gusto. Seleccionaron el de José Peralta Michel, del que constaté habían tomado abundantes notas, que les sirvieron para cuestionarme sobre la obra y su autor. Les dije que en el 2003, cuando salió la primera edición y no conocía a don José, yo escribí un comentario sobre este libro porque me había cautivado su legado memorioso, y que a causa de esa crónica nos conocimos tiempo más tarde y tuvimos, junto al amigo Alejandro Arvelo, una larga conversación que me resulta aún memorable. Para iniciar el comentario que me demandaban atentos, hice hincapié en el prólogo de Frank Moya Pons y en los datos reveladores que aporta que nos aseguran cuanto debemos estimular la producción de libros que hagan la terrible crónica de la crueldad trujillista. Datos que, por cierto, a ellos como jóvenes debían resultarles fundamentales para adentrarse en este conocimiento de una época que no conocieron. Moya Pons consignaba entonces, o sea doce años atrás, que: la mitad de la población dominicana de esos años, nació a finales o después del gobierno de Salvador Jorge Blanco, y los mayores de esa mitad todavía eran niños menores de siete años en 1992; entre la masa de adolescentes y niños que todavía no han estudiado, y que quizá nunca lleguen a estudiar nuestra historia, existe un millón de personas de entre 17 y 25 años que nacieron cuando arribó al poder, en 1978, don Antonio Guzmán; y que, de los 5 millones de personas que nunca han leído o leyeron muy poco acerca del pasado dominicano, hay una gran masa de adultos que no asistieron a la escuela y que, si lo hicieron, no superaron el octavo curso, de modo que saben poco o nada de historia dominicana.

No hay dudas de que estos datos comprueban cuán frágil resulta la memoria histórica dominicana, si no se mantiene una línea de comunicación permanente con la población que, por diversos medios, reciba la información y orientación necesarias sobre los males ocasionados al país por la dictadura trujillista. Por eso, el enorme valor de libros como el publicado por el vegano José Peralta Michel en 2003 –que hace unos días supe tiene una reciente reedición- y por todos, los que, antes o después, relaten sus memorias sobre el régimen de Rafael Leónidas Trujillo Molina.

El de Peralta Michel tiene el valor de la crónica memoriosa construida sobre la vivencia directa de los hechos que narra. El autor tuvo conciencia temprana de los desmanes de la dictadura y se enroló muy joven a la todavía endémica resistencia contra dicho régimen. Su libro testimonia los sinsabores de la juventud de una época, sobre todo de aquella que se mantuvo alerta sobre la situación real del país, no la que pintaban los oradores de los mítines, las cuidadas voces locutoriles de La Voz Dominicana o la propaganda bombardeada día y noche por la prensa y la radio trujillistas.

Pero, además, esta obra revela las persecuciones, ultrajes y torturas sufridas por el autor y sus amigos enrolados en la actividad conspirativa, al tiempo que ofrece noticias nuevas sobre este periodo que ayudan a seguir reconstruyendo los episodios de barbarie de la época. Sin embargo, el valor sustancial del libro se encuentra en lo que denominamos su testimonio local. Se escribe regularmente sobre la Era de Trujillo en sentido general y, en los casos específicos se oferta la referencia de sus episodios más truculentos y crueles. Son pocas las crónicas que detallan la vida trujillista en cada localidad, enquistados en los caudillismos comarcales, en los liderazgos de pacotilla que Trujillo había creado para mantener la fortaleza de su régimen. Las memorias de Peralta Michel cuentan sobre el trujillismo vegano, sobre los leales a la dictadura y los que resistieron, con mucha valentía, la furia del huracán.

Los asedios y los exilios, la conspiración y la actividad represiva, las muertes y las desapariciones, las torturas y la humillación, las agresiones y la vejación, todo se describe en este libro, con sencilla exposición y letra directa, tras una memoria vigorosa que descubre para el lector nuevos aspectos de esa era oprobiosa. Para seguir construyendo esa memoria contra el olvido se levanta el testimonio de José Peralta Michel, centrado en la resistencia antitrujillista en La Vega. Parecen datos salidos de la ficción, según la anotación del prologuista, que sabe que la juventud de hoy no conoció de esa época y que muchos adultos aun viviendo los años de la dictadura no la sufrieron en carne propia como el cronista vegano. No es ficción, sin embargo. Es la exposición de la realidad dura de una época de sombras múltiples. Comenté a los jóvenes cada capítulo del libro que, como ellos comprobaron, conservo con todos mis subrayados y anotaciones al margen, y les revelé que gracias al texto de Peralta Michel yo había conocido lo que pasó cuando en Moca (de donde también es nativo este vegano distinguido), teniendo yo seis años de edad, se inauguró el Santuario Nacional al Corazón de Jesús y Trujillo no asistió a la ceremonia debido a la conspiración de los Estévez-Cabrera. Moya Pons dice que este libro es de “pedagogía política” porque es una “obra de amor a su país y a su pueblo”. Algo de esa pedagogía aprendí pues, para con ella alimentar el interés de estos jóvenes estudiantes que me dijeron muy alegres, al final del encuentro, que habían encontrado más de lo que buscaban y que se convertirían en su colegio en propagadores del estudio de los oprobios de la era trujillista.