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Miguel Phipps: El boom de la literatura infantil

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Miguel Phipps: El boom de la literatura infantil
Miguel Phipps. (FUENTE EXTERNA)

A partir de la segunda mitad de los ochenta, y con toda seguridad durante el decenio de los noventa, ocurrió en la República Dominicana un boom de literatura infantil del que poco, tal vez, se ha hablado.

La literatura para la gente menuda, fue escasa hasta ese período. Existen algunos antecedentes notables, pero no alcanzaron una dimensión trascendente. Ni siquiera, según mi apreciación, esos pocos creadores sirvieron de referencia a los cultores de dicha literatura en nuestros tiempos. Antes de los ochenta y noventa, lo que hoy podríamos incluir en la lista de producciones literarias para niños y niñas son meras experiencias de contar historias infantiles, careciendo muchas de ellas de un lenguaje y de una estrategia narrativa propias para su blanco de público.

Durante el período señalado es cuando se van a abrir las compuertas de la imaginación y la creatividad para educar, divertir y formar a los infantes dominicanos que durante largos decenios habían carecido de una literatura propia, de carácter nacional digamos, y si acaso en algunas etapas específicas, porque no creo que haya sido una práctica constante, nuestros niños habían tenido que servirse de la literatura creada para ellos desde otros horizontes geográficos.

Es asombrosa, comparada con los decenios anteriores, la cantidad de libros infantiles que se dan a conocer entre los ochenta y los noventa, lo que nos permite asegurar que es durante esta época de oro cuando se origina la mayor atención literaria a los infantes dominicanos. No es éste el momento para nombrar obras y autores, pero creemos relevante destacar este boom de la literatura infantil dominicana durante el período señalado para poder situar su importancia en el contexto general de la historia de la literatura nacional. Para que se tenga una idea del crecimiento que ha alcanzado la literatura infantil dominicana, anotemos lo siguiente: en la década de los treinta, que es cuando el investigador literario Miguel Collado determina que se inicia la publicación de libros infantiles, hasta la década de los setenta, o sea durante cinco décadas, se publicaron apenas 24 libros para niños, mientras que entre los ochenta y noventa, en menos de dos décadas se publicaron 99 libros infantiles. Obviamente, no todos son cuentos o poesías, hay también libros didácticos y antologías entre ellos, en todas las épocas.

Los ochenta y los noventa son pues los decenios donde nuestra literatura infantil habrá de adquirir su voz y su estilo particulares. Sus creadores, entre los cuales sobresale la huella femenina, dan muestras de conocer el oficio, de interesarse en hablar a la chiquillada en su lenguaje y desde sus perspectivas de comprensión, y de interesarla en “su” literatura. Es cuando se inicia entre nosotros, de manera profesional si acaso deberíamos llamarle de este modo, la ilustración gráfica, que es un componente esencial de la producción literaria infantil, en tanto determina la fijación de la historia que se cuenta y consolida la imaginación del lector-niño.

De entonces a hoy, la literatura infantil dominicana ha ido haciendo su andadura con buen pie. Durante este período se crea el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil Aurora Tavárez Belliard, una pionera de la escritura para niños, y se ampliará el catálogo de obras infantiles dominicanas, gracias a este lauro y a la producción constante de los creadores pertenecientes a ese boom. Hacia fines de los noventa y como parte de la internacionalización de nuestras ferias del libro, nos toca crear en 1998 junto a la gran amiga Olga Martha Pérez, de la Unión de Artistas y Escritores de Cuba, la colección infantil Dienteleche que une anualmente en un solo libro a autores cubanos y dominicanos, con el propósito doble de impulsar el conocimiento de nuestra narrativa infantil más allá de nuestras fronteras, y de permitir a nuestros creadores el siempre provechoso contacto con igual tipo de literatura de otros países, en este caso Cuba que tiene una bibliografía abundante y añeja en esta dirección. Esta colección incluiría años más tarde a Puerto Rico, de modo que las Antillas Mayores de habla hispana –término por cierto en desuso- unieran las voces de su creación para infantes, creando un diálogo intercultural, al intercambiar y divulgar sus producciones.

Debo lamentar hoy que algunas de las voces que iniciaron y desarrollaron ese boom hayan abandonado el oficio. Pero, aunque dije que no deseaba nombrar autores, lo haré ahora para resaltar trayectorias que sirvieron para desarrollar ese estallido de la literatura infantil dominicana. Señalo a Lorelay Carrón, Lucía Amelia Cabral, Margarita Luciano, Mary Collins de Colado, Aida Bonnelly de Díaz, Leiby Ng, Eleanor Grimaldi y Marianne de Tolentino, entre otras y otros, porque creo que ese boom fue fundamentalmente labor de mujeres, al que luego se agregarían obras notables de creadores masculinos.

En el entramado que configura este boom, ha de surgir el nombre de Miguel Phipps Cueto, un petromacorisano ejemplar, pero sobre todo, y deseo destacarlo, un hijo meritorio del Ingenio Consuelo que desde la fronda de los cañaverales y su ascendencia cocola de barloventinos migrantes, ha sabido crear y sostener una obra literaria fecunda como parte de una rica tradición de escritores que dan brillo a nuestra literatura y que proceden de la etnia citada. Phipps inició su carrera literaria como novelista y cuentista para lectores mayores, pero muy pronto dirigió sus letras hacia la gente menuda y desde los años ochenta comienza esta faena que treinta años más tarde ha terminado por convertirle en el creador de narraciones infantiles más numeroso de nuestra historia literaria.

Miguel Phipps posee un caudal creativo sorprendente donde la naturaleza cubre un rol protagónico, creando en el lector menudo un interés por la valoración de las riquezas naturales. Sus historias tocan sentimientos, actitudes y señas de identidad que sus personajes muestran para ser deleite y moraleja, o sea divertir desde la enseñanza de valores y provocar un disfrute pleno en el infante para que aprenda a discernir sobre hechos y situaciones específicas. Y, la sencillez de sus relatos, el lenguaje que utiliza y la brevedad de la mayoría de sus creaciones permiten al lector infantil acometer la tarea de la lectura sin complicaciones. Creo que estas características constituyen casi un breviario de cómo debe escribirse para los niños. No es que no se utilicen términos que no sean del lenguaje parvulario, porque de alguna manera cuando eso ocurre no se enriquece el vocabulario de estos lectores pequeños, pero sabiendo acoplar los mismos con una prosa sencilla, acorde con la historia que se narra y con los lectores a quienes se dirige esa historia. Hay algo más. Los libros infantiles de Phipps están siempre bellamente ilustrados, lo que es una materia que nunca debe ser desdeñada por los autores en esta rama literaria. La ilustración es parte fundamental e imprescindible de los relatos para infantes, porque contribuyen a acrecentar y enriquecer su imaginación.

Juan Bosch, descendiente de migrantes, es poseedor de muchas glorias literarias, pero pocos recuerdan que entre esas glorias hay que incluir que fue el primer escritor dominicano en publicar un libro de cuento infantil, cuando apareció en Santiago de Chile su célebre Un Cuento de Navidad, publicado en 1956, hace justo sesenta años. Y con otro cuento infantil titulado El culpable, publicado en 1985 –hizo treinta años en el pasado 2015- en el suplemento Isla Abierta, a solicitud de su editor, el poeta Manuel Rueda, concluyó su carrera literaria. Miguel Phipps Cueto, descendiente de migrantes, inició su oficio de escritor infantil con su relato La araña y el mosquito sabio, publicado en 1982, hace 34 años. Todavía no concluye su labor, pero si fuese a ponerle punto final dejaría un legado de cincuenta libros para infantes, que aparte de ser la mayor cantidad publicada por autor dominicano en cualquier época lo convierten además en el más destacado escritor de ese formidable boom de narradores para la gente menuda del que ya hemos dado buena cuenta esta vez. La de Miguel Phipps es una hazaña portentosa por mantenerse durante más de tres décadas sirviendo con decisión y calidad al desarrollo de la imaginación creadora de la sociedad de la infancia en la República Dominicana.