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Y los sueños... ¿sueños son?

Contaba Eduardo Galeano que, habitualmente, sus sueños eran “de una mediocridad inconfesable”. Se trataban siempre de “vuelos perdidos, trámites burocráticos, ciudades que no conozco, caídas desde un décimo piso”.

Contrario a Eduardo, su mujer, Helena, tenía “sueños prodigiosos y humillantes” para él. A la hora del desayuno, ella le contaba sus sueños de la noche anterior que contrastaban con los suyos donde eran recurrentes las peleas con funcionarios porque no entendía lo que le explicaban o la pérdida del avión cuando estaba listo para partir a uno de sus múltiples viajes por el mundo.

Helena le contó una vez al muy leído escritor, a propósito de aviones, que ella había tenido “un sueño de aeropuerto”. Soñó que ambos estaban en una cola larga, muy larga y que cada pasajero llevaba una almohada bajo el brazo. Y las almohadas pasaban por una máquina que leía los sueños de la noche anterior, o sea, cada almohada contenía los sueños y la máquina era una detectora de sueños peligrosos. Helena le interpretaba de inmediato el sueño: “Creo que algo tiene que ver con la inseguridad pública”.

Galeano decía también que una vez sí tuvo un buen sueño. Soñó que iba en un taxi y que le ordenaba al taxista: Lléveme a la Revolución francesa. Lléveme ahí donde está Olimpia de Gouges camino a la guillotina. El escritor quería escuchar a Olimpia decir una frase que él consideraba “muy linda” y que ella pronunció cuando la llevaban a guillotinar: “Si las mujeres podemos subir al patíbulo, ¿por qué no podemos subir a las tribunas?”.

Y luego, Galeano ordenaba de nuevo al taxista: Ahora lléveme al Brasil, a Congonhas do Campo. Quiero ver al Aleijadinho esculpiendo sus profetas. El tal Aleijadinho era el hombre más feo del Brasil pero había creado “la más grande hermosura, el arte colonial americano. El hombre más feo creó la más alta belleza”. Y el taxista siempre obedecía en el sueño las instrucciones de Eduardo. “Y en el sueño yo iba por los caminos del mundo, sin ninguna frontera, ni la de los mapas ni la del tiempo”. Y ese sueño dio lugar a uno de sus libros más hermosos y reflexivos, Espejos.

Los sueños son materia complicadísima. Se puede soñar de noche o de día, depende de la profundidad de las dormidas o de la extensión de las siestas. Pero, se sueña durmiendo y se sueña despierto. Los iluminados y los místicos contemplan espacios celestes y alcanzan estamentos espirituales, vedados a muchos. Teresa de Ávila fue perseguida por los inquisidores a causa de sus sueños y más de un profesional de la psiquiatría le ha dedicado estudios a sus visiones nocturnas. Otros, los más comunes, tienen sueños de temor o de acechanzas, sueños diluvianos donde terminan ahogados por las aguas temibles de la realidad, sueños que generan pesadillas dentro y fuera del sueño, sueños visionarios, sueños de lotería, sueños con finados, sueños de amor, sueños que hacen transpirar la piel, sueños que es mejor no soñar, y entre otras tantas calificaciones hay sueños eróticos, mojados. Mi abuela me decía cuando niño que si soñaba con difuntos que nunca los tocase ni me dejase tocar por ellos. Y desde entonces los evado y en el sueño mismo, si se me acercan mucho les demando tomar su camino. Hay sueños que no desean concluir su errancia (un escritor uruguayo, Rafael Barreti decía: “Desprenderse de una realidad no es nada: lo heroico es desprenderse de un sueño”), hay sueños de emprendedores que exigen tomar las riendas de la vivencia real (Ambrose Bierce afirmaba que para hacer que los sueños se hagan realidad solo hay una fórmula: despertar), hay sueños contemplativos y sueños impotentes y sueños concentrados (Lord Byron señaló que “una sola idea durante el sueño es capaz de reunir años enteros y de concentrar en una hora la vida dilatada”) y Cervantes que puso a soñar al Ingenioso Hidalgo de distintos modos escribió que había que ser moderado en el sueño porque “el que no madruga con el sol, no goza del día”.

Concluyamos pues en que hay sueños espirituales, esotéricos, los que inducen a la superstición, los somáticos, los sueños de los poetas que se convierten en metáforas y los sueños de los que impulsan empresas que se convierten en fama, riqueza y gloria. Sigmund Freud, que tanto quiso interpretarlos, habló del sueño manifiesto y del sueño latente, y sostuvo que los sueños no son más que la realización de un deseo por parte del soñador, una actividad subconsciente de la mente. Creemos que solo los humanos soñamos pero hay revelaciones científicas que afirman que también sueña el camaleón y todos los animales y pájaros de sangre caliente, a excepción del ornitorrinco australiano que no sueña nunca. Y en cuanto al hombre, sueña más mientras más joven es –un bebé sueña más de la mitad del tiempo que duerme-, y a medida que nos caen los años pues disminuye nuestra capacidad de soñar, pues ya la memoria o su contrincante más impertinente, la desmemoria, ocupan asientos de primera fila en nuestra conciencia, en el inconsciente o en el subconsciente.

Este no es un tratado sobre el sueño, para lo que no estamos capacitados. Solo un modo de decir que los sueños pueden tener explicación razonada y que tal vez Freud Jung, Kleitman y Helena, la mujer de Galeano, hayan encontrado destino a los sueños. Y que muchas veces el carácter simbólico del sueño puede tener una explicación positiva. Por ejemplo, si usted sueña que padece achaques de salud, es probable que esté necesitando consultar al médico. Si en sus sueños aparece una biblioteca, tenga en cuenta que si está vacía a usted le está advirtiendo el sueño de que aún carece de los conocimientos necesarios para tener éxito en la tarea emprendida, y si está llena de libros es que usted posee las herramientas para triunfar (pero no aplica para los que se dedican por completo a la literatura). Si sueña con que le dan una bofetada, prepárese a sufrir el justo castigo por su maldad. Trate de no soñar con búhos ni lechuzas porque son mensajeros de males. Si sueña cantando, usted puede estar guardando una pena secreta. Ahora, si en el sueño escucha a otros cantar, eso anuncia felicidad, salvo que al que canta se le escape un gallo porque entonces lloverán sobre usted motivos de discordias. Trate pues de que el cantor siempre afine. Si se sueña hundido en un pantano o nadando con dificultad en el río o el mar, hay problemas de soledad, desconsuelo y desesperación en su vida. Si sueña con la muerte, no piense en que está cerca el final de sus días, sino que algo comienza a morir en usted: una relación, una amistad, una visión de la vida, un defecto íntimo. Y si sueña con muertos, no se desespere, porque usted se está retrotrayendo a su infancia, presa de recuerdos y nostalgias. Los muertos acompañan al soñador como “meros testigos de aquel tiempo pasado que consideramos fue mejor”, según me anota mi vademécum que yo utilizo para describir los sueños de parientes y amigos, aunque me calle los que puedan producir tristeza o crear desajustes emocionales o físicos. Porque, al fin y al cabo, Segismundo en su monólogo, cuando ha comprendido la banalidad de su vida irreflexiva y reprochable, y transformando su carácter se rinde a los pies de su padre, el rey Basilio que, al final, le traspasa el trono, entendió, a lo mejor, la verdadera cualidad del soñar: “¿Qué es la vida? Un frenesí./ ¿Qué es la vida? Una ilusión,/ una sombra, una ficción,/ y el mayor bien es pequeño;/ que toda la vida es sueño,/ y los sueños, sueños son”.

www.jrlantigua.com

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