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Niñas que rompen barreras en el Batey Lechería

MANOGUAYABO, República Dominicana.. El sol abrasador hace latir las venas en el Batey Lechería. Deja la piel brillante bajo una capa de sudor. Las calles están bordeadas de basura. Botellas de vidrio rotas brillan y fundas plásticas bailan en el viento. La tierra ensucia de lodo a todo niño que se revuelque en ella. Casitas coloridas de zinc y madera albergan a extensas familias de tíos, abuelas, madres, hijos y primos. Dentro de una de ellas se encuentra Josefina, una laboriosa joven de dieciséis años.

Josefina Ventura Pérez vive con su abuela y su hermanita, Maika. Su familia tiene un pequeño colmado, donde ella ayuda antes de ir a su tanda escolar. Su casa tiene el suelo de tierra y está hecha de una madera vieja pintada de verde que aparenta estar luchando para no caerse a pedazos.

Lechería, como otros bateyes, se caracteriza por la falta de infraestructura y población densa. “Y los vecinos, vamos a suponer, son como mi familia”, dice Josefina, “porque como uno vive tan cerca, cuando uno tiene un problema los primeros que te rescatan son los vecinos”. En Lechería todo el mundo se conoce.

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Infografía
Josefina y Maika posan frente a su casa. (DENNIS M. RIVERA PICHARDO)

Un batey es un pueblo marginado y densamente poblado construido alrededor de un campo de caña de azúcar donde trabajan sus residentes, quienes son, por lo general, inmigrantes haitianos o dominicanos descendientes de ellos.

Los bateyes se originan en el siglo XX, mayormente durante la ocupación estadounidense de 1916. Inmigrantes haitianos empezaron a entrar a la República Dominicana a trabajar en los campos expandidos por los americanos para explotar la lucrativa industria azucarera, trabajando por salarios injustamente bajos.

Batey Lechería pertenece al sector Manoguayabo y sus orígenes se remontan a los tiempos de la dictadura de Rafael Leónidas Trujillo. La explotación de la caña en Lechería terminó en los años 90, dejando a los residentes desempleados y desesperados, registrándose un aumento en la delincuencia y la violencia.

Según el primer censo de Batey Lechería, conducido por Sara Torres, Elizabeth Raisbeck y Alexandra Shery en enero de 2015, alrededor de 1,360 personas, que componen unas 360 familias, habitan el lugar. De estos residentes, 105 son niñas adolescentes (de 12-18 años), de las cuales 86 están estudiando y 13 ya son madres o están embarazadas. En Lechería residen 68 mujeres entre las edades de 19 y 24, de las cuales 47 abandonaron sus estudios debido a embarazos y solo 10 se graduaron de bachillerato.

Josefina reconoce este patrón en su comunidad. Cuenta que ella y las demás adolescentes tienen “muy poca edad” para casarse y comenzar familias. Por eso, dice con certeza: “Lo que yo veo por delante de mi ahora es el estudio”. Se enorgullece al decir que ya las tendencias están cambiando, que hay muchas chicas que “siguen un camino derecho” y “escuchan los consejos de sus padres”. Josefina planea trabajar duro y nunca abandonar sus estudios para así tener una buena carrera y “ser alguien en el mañana”.

La historia de una niña en Lechería se repite generación tras generación. Se caracteriza por un estado de marginalidad que lleva una carga emocional más allá de la pobreza física. La marginalidad socioeconómica junto a estrictas barreras de género, violencia y las prevalecientes prácticas de abuso doméstico hacen que muchas jóvenes sientan que no tienen voz, valor, opciones o control. Se sienten atascadas en el ciclo y no se atreven a aspirar a algo fuera de él.

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Alexanda Shery García, líder comunitaria del batey. (DENNIS M. RIVERA PICHARDO)

“Yo decidí hacer un cambio, no por mi, pero por las chicas de mi comunidad”, dice Alexandra Shery García, quien con solo diecisiete años ya es una líder carismática. Explica que criarse en Lechería “es fuerte.” Al ver niñas de su edad quedar embarazadas, abandonar sus hogares y sus estudios, decidió que era necesario predicar con el ejemplo. Algo que realmente la cambió fue lo que vivió con su hermana, quien se escapaba de la casa para salir de fiesta y como resultado su abuela la golpeteaba “muy feo”. Luego de un incidente, su hermana decidió mudarse y pronto quedó embarazada. “A los diecisiete años”, cuenta Alexandra. “Cuando mi hermana tuvo su primer bebé, ella ni tenía casa en dónde vivir. Por eso se casó desesperada con un hombre que resultó ser un adicto que gastaba todo su dinero en drogas y casi ni tenían para comer. Todo esto fue ya con un segundo bebé. Con todas las ganas que yo tengo de viajar, andar y conocer personas, yo no pudiera hacer nada de eso con un bebé,” confiesa Alexandra. “Mi hermana ni podía salir de su casa a una actividad”, agrega.

Pero ya Alexandra nota cambios en proceso. Expresa que “ya hay más oportunidades de hacer con tu vida lo que tu planeas”. Con distintos talleres y cursos ya hay más facilidad para conseguir empleo. Alexandra observa que “recientemente son pocas las chicas que quedan embarazadas”. Algunas de las organizaciones que colaboran con Lechería son Fe y Alegría, Café con Leche, Alerta Joven, de USAID, y Project Girl.

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Eliana junto a su prima Alexandra. (DENNIS M. RIVERA PICHARDO)

Es un típico día de verano. Los niños corren y juegan descalzos, sus pies trotando sobre la tierra húmeda. Se sientan en neumáticos que sirven como bancos en el parque. Los bebés andan en cueros, mocos secos decoran sus rostros sonrientes. Bajo la sombra de un viejo árbol, unas chicas tejen su pelo en elaboradas trenzas coloridas. Alexandra y su prima, Eliana Shery Ramírez, caminan juntas por la calle. Eliana le cuenta emocionada que va al cine esta noche con el equipo femenino de fútbol del cual es parte. El equipo crea unión, pasión, orgullo y motivación entre las jóvenes de Lechería. Cuando Eliana habla del fútbol sus ojos brillan con emoción y esperanza.

Niñas como Josefina, Alexandra y Eliana saben que tienen un valor incomparable. Esto no es algo común en Lechería, donde hasta hace algunos años era normal quedarse en la casa lavando, limpiando y cocinando, embarazarse a los 15 años y no aspirar a nada más. Alexandra dice que la diferencia entre su generación y las de antes es que ya ellas tienen información y control. “Mis tías no podían decidir nada acerca de sus vidas”, cuenta Alexandra, “Mi abuela les decía ‘tu te vas a casar con fulano’ o ‘tienes que parar de ir a la escuela para cuidar a tus hermanos’”. Una de sus tías fue casada a los 17 años con un hombre que le llevaba unos 15 años y dice Alexandra que “además de que a ella no le gustaba, le tenía que aguantar sus maltratos”. Al vivir la experiencia de su tía y estar expuesta a su tristeza, Alexandra supo algo tenía que cambiar. Niñas como Alexandra, Josefina y Eliana, que conocen su valor, aspiran a romper el patrón y son agentes de cambio para un pueblo atascado en el ciclo vicioso de la pobreza.

La pobreza generacional que afecta bateyes como Lechería no se resolverá con soluciones rápidas como dinero y donaciones. Pensar eso es ignorar la esencia humana que caracteriza esta pobreza. La injusticia social no se resolverá sin afrontar sus causas emocionales y sociales. Se necesita empoderar a niñas como Josefina, Alexandra y Eliana, para que conozcan y afirmen su valor y así consigan la fuerza para atreverse a salir adelante.

A raíz de esto se creó Project Girl DR, un proyecto liderado por estudiantes de bachillerato del colegio Carol Morgan de Santo Domingo. Josefina, Alexandra y Eliana son todas parte del programa.

El proyecto originó a comienzos del 2015, cuando al conducir el primer censo de Lechería, Sara Torres, una joven de dieciocho años, notó cuántas niñas de su misma edad quedaban embarazadas y desertaban del colegio. Decidió que, con la ayuda de Alexandra, conduciría un taller educativo para las adolescentes de 12-18 años en un salón comunitario de Lechería. Este taller marcó el comienzo de un movimiento.

Ya para los próximos se unieron Andrea Vega y Luisa Estrella, las otras fundadoras de Project Girl, ambas también de dieciocho años. Juntas, las tres lograron cultivar amistades con las jóvenes y proveer una serie de oportunidades educativas a través del año escolar.

Al llegar el verano, decidieron extender el programa y dedicarle más tiempo. Juntas crearon un campamento de cinco semanas con un currículo original que incluyó clases de inglés, educación sexual, actividades de trabajo en equipo, paseos divertidos y culturales, charlas dictadas por profesionales y conversaciones dirigidas por ellas mismas sobre temas como las relaciones y el autoestima.

La misión de Project Girl es empoderar a las niñas y adolescentes de Batey Lechería para romper el ciclo de pobreza y comenzar un movimiento hacia el cambio en su comunidad, al proveer oportunidades educativas y emocionales, para que juntas puedan salir adelante.

Ya Project Girl se estableció como club de servicio comunitario en el colegio Carol Morgan, con unos 20 voluntarios. Hacen talleres cada dos semanas a través del año escolar, tocando temas variados, como educación sexual, robótica, salud y autoestima. Recientemente terminaron su segundo campamento de verano el cual incluyó un programa para chicas de 8-12 años y otro para adolescentes de 13-18. Durante el año escolar entrante, el proyecto será liderado por Francesca Maglione, Camila Pozo, Teresa Mella y Mario Gamundi, cuatro adolescentes del colegio Carol Morgan, creando así un cambio sostenible.

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Niños juegan en el batey. (DENNIS M. RIVERA PICHARDO)

Es un miércoles cualquiera, las niñas de Lechería interrumpen su mañana de limpiar, lavar, cocinar y cuidar, para dedicarse un poco de tiempo a sí mismas. Saltando sobre charcos llegan al salón comunitario y se encuentran con un mar de trenzas, pajones, “tubis” y sonrisas. Hoy, la charla de Project Girl la lidera Elaine Féliz, conferencista y educadora sexual, quien vino a dar un taller sobre tener un proyecto de vida. En una parte, Elaine les pide que repitan una frase en voz alta. Las niñas la exclaman con emoción: “Yo nací para ser feliz. Yo nací para ser exitosa”.

En fin, la visión de Project Girl es poder crear un espacio seguro, de confianza y amistad, en el cual una adolescente pueda crecer, aprender su valor, continuar sus estudios y así salir a romper el patrón. Con sus valores de colaboración, empoderamiento, equidad y empatía, Project Girl y las niñas de Lechería están rompiendo barreras.

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