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Reyes musicales a golpe de corazón

A los Reyes Paredes los une la sangre, la serie 23 (de los nacidos en San Pedro Macorís) y un par de maestros como padres. Pero lo que verdaderamente los hermana es su pasión por la música, su lucha contra las limitaciones económicas, las largas distancias y las interminables jornadas de trabajo, y sobre todo su inquebrantable deseo de seguir hacia adelante.


SAN PEDRO DE MACORIS / SANTO DOMINGO. A las 5:30 de la madrugada, cuando no bien se dispara la alarma del reloj despertador, Davidson y Cherinuel (de 13 y 12 años, respectivamente) ya se disputan en la oscuridad su turno al piano. Los dedos del más veloz se deslizan a ciegas por el instrumento en el que Daverni, el menor de los tres hermanos (con 10 años de edad), se ?anotó' una de las teclas al practicar.

El correteo por la casa a medio construir, inicia. Entre el canto de gallos de los solares baldíos que circundan este hogar petromacorisano, Isabel (la madre) prepara a toda prisa las tres comidas del día. En tanto, la sinfonía del chapoteo de la ducha matutina, del roce de los uniformes escolares, del golpeteo de los útiles dentro de las mochilas y de la flauta y el clarinete en sus estuches, junto al ?¡brrrum, brrrum!" de la motocicleta de Manuel (el progenitor), no se hace esperar.



Tras varios años de experiencia en su abordaje, los cuatro pasajeros parecen identificar de inmediato cuáles son sus fronteras dentro del único asiento de su vehículo familiar de dos ruedas. Su padre, a quien le aguarda una doble tanda en una escuela pública, los deposita a orillas de la avenida donde habrá de recogerlos un transporte escolar. A 15 minutos de esa parada, les aguarda The Palms Christian School, el colegio bilingüe donde los mayores cursan el octavo grado de primaria y el más chiquito, el sexto.



Pasadas las horas reglamentarias de clase en ese centro de estudios -en el que los Reyes Paredes invierten una cuarta parte de los ingresos familiares-, Davidson, Cherinuel y Daverni caminan hasta el colegio donde su madre devenga un salario mensual de 15 mil pesos como profesora. De ahí, con un marcador de 20 minutos por recorrer bajo el sol del mediodía, el cuarteto enfila sus pasos hacia Astrapu, la estación de transporte público que habrá de llevarlos a la Capital.

Es la 1:30 de la tarde. Isabel y sus hijos se posicionan en la parte trasera de la guagua, mejor conocida como ?cocina', para ir todos juntos y destapar con cierta holgura los envases de comida que trajeron consigo, a fin de degustar los alimentos preparados desde hace más de ocho horas.

Desde que el autobús se atesta y la bachata campea, el cobrador grita: ?¡Nos fuimooo'!". Con Daverni sobre sus piernas, para ahorrarse un pasaje y alivianar un poco el costo del transporte interurbano mensual -que les priva de otra cuarta parte del ingreso familiar-, la madre asiste a sus pequeños en la realización de sus tareas escolares entre los saltos, giros y frenazos propios de un vehículo en marcha. Muchas veces el cansancio los vence y terminan fusionándose en uno solo cuerpo: el menor se rinde sobre las piernas de la madre; el mediano, sobre uno de sus brazos; y el mayor, por encima de uno de sus hombros. Ella también da su par de cabezaditas...



Ya en Santo Domingo, el pedido de ?¡Parada, chofer!" truena y el vehículo se detiene en el punto más próximo al Estudio Diná de Educación Musical, en Gascue. Hasta allá se movilizan estos miembros familiares a pie, quienes con botellita de agua en mano tratan de recuperarse de un sofoco sin igual.

-Como tengo que tocar la flauta, necesito soplar...- dice Daverni, en son de querer justificar por qué necesita recobrar el aliento y refrescarse.

En ese centro de enseñanza musical, donde los tres cuentan con una beca completa, hay días de la semana en que los dos mayores de la familia Reyes-Paredes toman clases de piano y de apreciación musical, mientras que el menor hace lo propio con la flauta. Otros días, Davidson cursa chelo y lectura musical en el Conservatorio Nacional de Música; Cherinuel, clarinete y lectura musical, en la Escuela Elemental de Música; y Daverni, lectura musical también en esta escuela que prepara a los niños que pasarán al Conservatorio.

Llegadas las 7 de la noche, Isabel y su tribu retornan a la ciudad que los vio nacer. A cuestas con lo que llegaron al inicio de la tarde (sus uniformes escolares, mochilas, partituras, instrumentos y todos los recipientes de comida vacíos, pues ya engulleron el pan y queso que traían de cena), con suerte se trasladan desde Gascue hasta el Parque Independencia. De no encontrarse en ese punto con la ?voladora' que los habrá de llevar de vuelta a su hogar, su caminata se extiende hasta el Parque Enriquillo, donde abordan el anhelado medio de transporte.

A las 9 de la noche, cuatro sombras descienden del autobús que los deja frente al Estadio Tetelo Vargas de San Pedro de Macorís. En silencio se suben en un carro que los ubica en la entrada del residencial Villa España; y de ahí, los 15 minutos de pisadas que se producen durante el trayecto hacia su morada, parecen eternos.

Antes de ir a dormir, siempre es lo mismo. Los tres hijos se dispersan en la casa y ensayan con sus instrumentos en habitaciones diferentes hasta que su madre les indica:

-Ya hay que acostarse.

Ella sabe que hoy fue un largo día y, como todos desde hace seis años, mañana también.

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Isabel Paredes y Manuel Reyes se conocieron en una de las iglesias adventistas de su comunidad, se hicieron amigos y tiempo después contrajeron matrimonio.

Con 24 años, ella; y él, con 31, recibieron a su primer retoño: Davidson. Su llegada al mundo marcó la firme decisión de que tanto él, como sus hermanos estudiarían música. Manuel todavía conserva el libro de carácter religioso, cubierta ajada y hojas amarillentas, donde reposa la frase que originó todo: ?Las escuelas no solo deberían enseñar la ciencia, sino los deberes prácticos de la vida diaria".

-Cuando nos surgió la idea no había nada...- así inicia su narración de la travesía musical y de las incontables privaciones económicas que, junto a su esposa e hijos, inició hace más de un lustro.



Entre los cimientos de la edificación de la casa, cuya construcción está paralizada desde hace una década, confiesa con voz entrecortada y con una toalla, que hace unos minutos le secaba el sudor y ahora ataja las lágrimas que se precipitan por su rostro, cómo llegó a pedir dinero para solventar la educación escolar y musical de su prole.

Entre llantos, agrega: ?Yo lloro cuando oigo tocar a mis hijos, al ver sus presentaciones en el Teatro Nacional, al escucharlos hablar inglés con otras personas... Yo no esperaba que esto iba a ser así... Veo el fruto y el valor del trabajo, y ha valido la pena". Y vuelve a llorar.

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Cada vez que asisten a sus clases vespertinas, las notas musicales de composiciones de la talla de maestros como Mozart, Wagner, Bach, Beethoven, Schumann y Chopin, parecen aflorar con la mayor naturalidad del mundo a través de los instrumentos de los hermanos Reyes Paredes.

?Es impresionante lo que han logrado como artistas, lo que interpretan a su corta edad y el esfuerzo mostrado por sus padres", certifica Farida Diná sobre estos tres alumnos pertenecientes al Estudio Diná, centro de educación musical que dirige desde hace 30 años.

 

El trio surestano fue referido al programa de becas de la institución por medio a una de sus egresadas, Martha Joanna de Luna, quien impartía clases de piano en el Ayuntamiento de San Pedro de Macorís. Esta joven conoció a los niños cuando se presentaron junto a su madre en su lugar de trabajo -y, en reiteradas ocasiones, hasta en su casa- para solicitarle que les permitiese formar parte de su alumnado.

Bajo su tutoría, la evolución de los pequeños fue tan sorprendente que un día le comunicó a Isabel Paredes la noticia que habría de cambiar el curso de su vida y de la de su familia.

-Chabela, te tengo buenas nuevas- telefoneó Martha Joanna.

-¿Me becaron uno en el Diná?- espetó la madre.

-¡Te becaron los dos!- celebró la exalumna del Estudio.

?Al principio admitimos a Davidson y a Cherinuel, pero al ver que la madre venía con el más pequeño y este mostraba cierta inquietud e interés, yo le pregunté qué quería tocar y él me respondió sin dudar: '¡Flauta!'... Y, así, Papá Dios me mandó como regalo a los tres", comenta Farida Diná, quien no solo se enorgullece de que el mayor de los hermanos haya ganado en reiteradas ocasiones el reconocimiento al mayor índice académico de todo el estudiantado del Centro, sino que aspira a seguirle abriendo las puertas a estos nuevos talentos.

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En sus ratos libres, una montaña de libros y el sueño de convertirse en médico acompañan a Davidson mientras dormita en su litera y se mece entre los acordes de una de sus obras favoritas, difundida a través de Radio Raíces y su programa favorito ?Música de los Clásicos".

Cuando no toca en el coro de su iglesia, acude a una presentación artística o juega baloncesto, el pasatiempo de este adolescente es descubrir nuevos sonidos dentro de su cotidianidad, planear cómo le enseñará música a otros niños de escasos recursos y ver de qué modo le devolverá a la sociedad todo lo que él ha recibido.

En tanto, a Cherinuel no solo se le da aquello de lanzar la pelota desde el montículo y de escudriñar las biografías de sus compositores predilectos, sino que  le llama el jazz y se ruboriza cada vez que recuerda el momento en que tuvo que interpretar una pieza de Rafael (Bullumba) Landestoy frente al mismísmo maestro.

Para este joven su instrumento musical es su ?arma de reglamento', y a petición de sus vecinos no duda en ?desenfundarla' cuantas veces haga falta, para que fluya su clarinetista interior. Al igual que su hermano mayor, le gusta la medicina y también acaricia la idea de fundar su propia escuela para enseñar música a los niños sin cobrarles nada a cambio.



Daverni, el menor, es fanático de los caballos y, tal como sus hermanos, asocia con la música todos los sonidos que escucha en la calle. Cada vez que toca la flauta siente que cabalga y todavía se avergüenza de haber sido quien se ?cargó' la tecla del piano familiar.

Se ve como veterinario en el futuro y, del mismo modo que los demás en su casa, escucha con mucha seriedad las palabras de sus padres: ?Nuestros hijos están en la obligación de servir a los demás, tal y como nos han ayudado a nosotros. Hay mucha gente buena en la calle y ellos (Davidson, Cherinuel y Daverni) tendrán que sacrificarse, porque han sido muchos los que se han sacrificado por ellos".

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?¡Se acabó la música! ¡Ya no vamos a seguir en eso!", anuncia contundente el cabeza de familia ante su esposa y sus descendientes.

Él sabe que para adquirir un clarinete y un chelo, a fin de devolver los que les prestaron a sus dos hijos mayores, tendrá que buscar entre 12,000 y 15,000 pesos, respectivamente. También está consciente de que para satisfacer las progresivas necesidades musicales de su primogénito habrá de comprarle una laptop... Pero de lo que está más que claro Manuel Reyes, con un guiño escondido detrás de sus lágrimas es de que: ?Ellos cuatro se me han plantado, porque saben lo que quieren y hacia dónde van".

-Aunque es mucho sacrificio, estoy muy contento por todo lo que hemos logrado y siento que ha valido la pena...- reflexiona él por encima de su desesperanza económica, mientras vuelve a deslizar la toalla por su rostro a mares.

-Y como todavía vale la pena seguir, ¡lo haremos hasta que Dios quiera!- le deja por sentado su media naranja tanto en nombre de ella, como de los suyos, con una sonrisa dulce, pero firme... Siempre firme.