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Los muertos sin nombres ni quien los entierre

Falta de reclamaciones obliga al Inacif a disponer de cuerpos que permanecen meses en sus cavas

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Los muertos sin nombres ni quien los entierre
Cementerio Los Casabes, donde suelen sepultarse los cuerpos no reclamados en el Inacif. (DIARIO LIBRE/JOLIVER BRITO)

Sin flores, sin rezos y sin una despedida que los nombre, más de treinta cuerpos que nadie reclamó fueron enviados esta semana, en silencio, al panteón del Instituto Nacional de Ciencias Forenses. Descansan ahora en el cementerio de Los Casabes, cerca del vertedero de Duquesa, como si la muerte también supiera de periferias.

El traslado se hizo bajo un protocolo estricto, casi aséptico, activado cada diciembre para liberar espacio en la morgue. No es que muera más gente -dicen-, es que hay menos quien pregunte por ellos. Cuerpos que pasaron días, semanas, a veces más de cinco meses en las cavas del Inacif, aguardando un nombre que nunca llegó. Al vencer los plazos y ante la ausencia de reclamos formales, el Estado los retiró. Una rutina que se repite con puntualidad funeraria.

"Esto pasa siempre para Navidad", confiesa una fuente del proceso. Entre esos cuerpos hay migrantes sin papeles, personas en condición de calle, jóvenes muertos en accidentes o hechos violentos. Llegan solos y se van igual, como si la vida los hubiese ido borrando mucho antes del final.

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Infografía
Cuando nadie reclama, Inacif cierra el ciclo de los fallecidos. (DIARIO LIBRE/JOLIVER BRITO)

Pero detrás de las cifras y los formularios hay historias detenidas en la angustia. Trabajadores del cementerio recuerdan el caso de un hombre que pasó tres meses en las cavas mientras su familia lo buscaba vivo. Durante ese tiempo fue un "desconocido" en el sistema, mientras sus parientes recorrían destacamentos y hospitales, preguntando por un ausente que ya estaba bajo custodia del Estado.

"La familia lo buscaba vivo, sin saber que ya estaba muerto", dice uno de los sepultureros, con la sobriedad de quien ha visto demasiado. Solo una pesquisa burocrática, lenta y dolorosa, permitió dar con él cuando parecía perdido para siempre.

Incluso cuando hay quien quiere reclamar un cuerpo, el camino es arduo. No basta mirar el rostro. La descomposición exige ciencia: ADN, huellas, papeles que certifiquen la sangre y el derecho al duelo. Hay que presentar documentos, autorizaciones de fiscalía, un expediente completo con códigos y sellos. Sin eso, no hay entrega, aunque el ataúd esté listo y la tumba abierta.

Ese hombre finalmente fue identificado y enterrado por los suyos. Otros no corren la misma suerte.

Duelo y espera

La calma reciente del Inacif se quebró el martes con la llegada constante de familias que aguardaban noticias de los suyos. Solo ese día se contaron más de siete casos, decenas de personas de pie, esperando horas frente a un edificio donde el tiempo se detiene. Muertes por balas, cuchillos, machetes; un intercambio de disparos. Afuera, el duelo se mezcla con la espera. Adentro, la muerte sigue su curso administrativo. Y en algún punto, entre el protocolo y el silencio, quedan los nombres que nadie pronunció.


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Egresada de la Universidad Católica Santo Domingo. Apasionada por el periodismo humano, con experiencia destacada en temas políticos, culturales y de moda.