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El barbero y el libro

Era el acto de puesta en circulación de mi libro, Al Amanecer, la Niebla.

Recuerdo que lo conocí hace muchos años cuando me recortaba el pelo en la barbería Las Cinco Avenidas, que estaba situada en el recinto de una estación de gasolina ubicada en la avenida Kennedy con Lope de Vega.

El acto se desarrolló con sencillez.

Sentado yo hace poco en el sillón de afeitar del barbero ya semi retirado, colocado ahora en un espacio de su propio apartamento, sonó el teléfono. Lo llamaba uno de sus clientes, el periodista Silvio Herasme Peña.

El prólogo lo escribió el reconocido crítico literario y escritor, José Rafael Lantigua. Sus juicios sobre la obra me llenaron de emoción y me habrán de obligar a seguir esforzándome para quizás, algún día, si la inspiración y las fuerzas me acompañaran, tratar de hacerme digno de la confianza expresada.

Al cerrar el teléfono, el barbero me comentó el orgullo que sentía al comprobar que un hombre de la prensa como Silvio Herasme Peña, ex director de periódicos, continuara guardándole fidelidad como cliente de sus servicios a pesar de sus 86 años cumplidos. La llamada procuraba recabar datos complementarios sobre la familia del profesional que me recortaba en ese instante el pelo, para dedicarle un artículo de prensa.

La presentación del libro estuvo a cargo de Adriano Miguel Tejada, jurista, periodista e historiador, a quien he de agradecerle sus comentarios, que elevan y tonifican mi espíritu, y también la cálida acogida que dispensa a mis artículos en Diario Libre.

Al día siguiente de la llamada de Silvio Herasme al barbero, me enteré, por aquellas cosas inescrutables del destino, que el laureado periodista había muerto súbitamente. Lo sentí. Y, al mismo tiempo, pensé: -Caramba, cómo es la vida, en el momento en que Silvio pretendía reconocer públicamente la ejemplaridad del barbero, se fue hacia la eternidad sin que pudiera hacerlo.

Contemplé sentado en la primera fila a Manuel Arturo Pellerano Peña y reconocí en público su soporte permanente y di las gracias porque dentro de su espíritu emprendedor e innovador hubiera decidido patrocinar la edición de mi libro, que es lo que permite que salga a la luz y adquiera vida propia.

Sabía que entre sus clientes había estado gente de gran prestigio, como el profesor Juan Bosch, quien había sentido por tantos años el contacto de sus tijeras afiladas sin menoscabo de su piel.

Me fijé en la concurrencia.

Conocía también que fue el director de la escuela nacional de peluqueros durante casi 20 años. Y que su vida había sido y continuaba siendo un ejemplo formidable de trabajo honrado, dedicación y decencia. Decidí entonces, en el siguiente corte de pelo posterior a la muerte de Silvio Herasme, invitarlo a la puesta en circulación de mi libro.

Lo saludé cuando le vi entrar al salón, lo que me llenó de regocijo.

Expresé mi profunda gratitud por el aliento que para mí significaba la presencia de tanta gente. Y por su calidez y amistad, que me reconfortaba y estimulaba. Cuando me tocó pronunciar las palabras para cerrar el acto, terminé diciendo: -Espero no defraudarles.

Más tarde, mientras el público vaciaba el recinto y salía a la calle en medio de una pertinaz lluvia, lo vi de nuevo, cobijado en los aleros de la Biblioteca Nacional Pedro Henríquez Ureña, en espera de que lo vinieran a buscar. Le ofrecí llamar a su casa. Así lo hice. Le comuniqué a su hija que ya el acto había terminado. Y allí quedamos, él y yo, casi solos, en lo que pasaran a recogerlo.

Ese era el broche final de una noche espléndida.

Me di cuenta de que por un azar del destino tenía la oportunidad y la obligación moral de concretar el reconocimiento público a un hombre humilde, laborioso, interesado en cultivarse, y a la vez hacer realidad el deseo del aguerrido y veterano periodista.

El barbero de esta historia lleva nombre de monseñor, pues se llama Agripino Núñez. Nació en las cercanías de Moca, en Las Lagunas.

Siendo tan sencillo como es, Agripino es sinónimo de nobleza. A base de su trabajo persistente y de alto estándar, seriedad y responsabilidad, pudo levantar una familia de profesionales, que son su mayor orgullo.

Los Agripinos que hay en el país son los héroes de lo cotidiano y del engrandecimiento de la nación, que debemos mimar.

Ahora le digo, en primera persona: Agripino, mi apreciado barbero, discreto, equilibrado, amante de los parajes campestres, viajero por vocación como instrumento de ampliación de su cultura, ¡qué feliz y distinguido me sentí al comprobar tu presencia en ese acto tan especial para mi! Ese fue el colofón final de una noche maravillosa.

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