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El virus lleva al límite a mujeres en países en desarrollo

KAMPALA, Uganda (AP) — Rebecca Nakamanya pone los ojos en blanco, restando importancia a una pregunta sobre cuotas escolares. Lo que de verdad le preocupa es cómo alimentar a tres niños y a una pareja sin empleo con un salario diario de menos de 3 dólares, una vez restado el transporte de ida y vuelta a su trabajo como cocinera.

“Ni siquiera hemos empezado a pensar en las matrículas escolares”, dice. “¿Cuando no tenemos qué comer? ¿Cuando el casero también está esperando?”.

En torno a una terminal de autobús de Kampala hay un laberinto de tiendas normalmente bullicioso. Allí, Nakamanya y otras mujeres se sientan ociosas en su restaurante al aire libre, esperando a clientes que apenas llegan.

Tienen suerte de tener algo de trabajo. El negocio ha ido tan mal por las cuarentenas contra el coronavirus que sus competidores más cercanos han cerrado. Su restaurante sigue abierto principalmente porque el arrendador les aplazó los pagos del alquiler, un gesto de buena voluntad poco común.

La pandemia del COVID-19 podría hacer que millones de mujeres en África y otras regiones en desarrollo pierdan años de progresos contribuyendo a los ingresos de sus hogares, ganando independencia y aumentando su inclusión financiera.

A menudo cobran al final de cada día, una vida de subsistencia que tiene consecuencias para toda la familia cuando hay poco trabajo. Ahora, muchas se ven bajo creciente presión al ver menguar sus ahorros mientras sus caseros amenazan con desahucios.

El impacto del COVID-19 “tiene el rostro de las mujeres”, especialmente en África, indicó este mes a la prensa Bineta Diop, enviada especial de la Unión Africana.

Aunque las medidas de confinamiento han afectado al 81% de la fuerza de trabajo global, “las vidas económicas y productivas se verán afectadas de forma desproporcionada y diferente a los hombres”, indicó Naciones Unidas en abril.

“En todo el mundo, las mujeres ganan menos, ahorran menos, tienen empleos menos seguros, son más propensas a tener empleos informales. Tienen menos acceso a protecciones sociales y son la mayoría de los hogares monoparentales. Por tanto, su capacidad de absorber un shock económico es menor que la de los hombres”.

Más del 70% de las mujeres africanas en empleos no agrícolas tienen trabajos informales como venta en calles y mercados, trabajos que no requieren diplomas, currículos ni aprobación formal. No pagan impuestos, pero en momentos difíciles eso implica que es improbable que se beneficien de ayudas del gobierno.

Un Uganda, que el domingo tenía 848 casos confirmados de coronavirus, las autoridades dicen que las restricciones en negocios donde hay un contacto estrecho, como salones de belleza, son necesarios para impedir un brusco aumento de los contagios. También hay muchos hombres que tienen empleos no regulados, pero ahora se permite trabajar a mecánicos de vehículos, operadores metalúrgicos, taxistas y carpinteros, que a menudo son hombres.

Los sectores considerados como en gran riesgo de perder empleos este año -servicios de hostelería, bienes raíces, servicios administrativos y de negocios, manufactura y comercio mayorista y minorista- emplean a 527 millones de mujeres en todo el mundo, que representan el 41% del empleo femenino total, frente al 35% del empleo masculino total, indicó este mes la Organización Internacional del Trabajo.

Los números sugieren que “es probable que los empleos de las mujeres se vean más afectados que los de los hombres en la crisis actual”, señaló la OIT.

Muchas mujeres afrontan problemas adicionales porque algunas autoridades locales en África derriban mercados destartalados y restringen el acceso a espacios públicos donde es más probable que trabajen mujeres, afirmando que están mejorando las infraestructuras y protegiendo a los ciudadanos. Se han registrado demoliciones de esa clase en República Democrática del Congo, Zimbabue y Kenia.

En un reporte este mes, el grupo humanitario CARE advirtió que la pandemia tiene “un impacto desproporcionado sobre las mismas mujeres emprendedoras que han trabajado tan duro para salir de la pobreza”. La organización puso el ejemplo de Guatemala, donde el 96% de las mujeres emprendedoras que se benefician de los programas del grupo ya no pueden permitirse alimentos básicos.

La respuesta internacional a la pandemia “debe incluir un fuerte énfasis en la justicia económica y los derechos de las mujeres” para conservar los avances logrados durante décadas en la igualdad de género, dijo Reintje van Haeringen, miembro de CARE.

Grace Twisimire, de 25 años, trabaja en una tienda antes próspera en Kampala. Ahora, señala, puede pasar horas sin vender siquiera unas chanclas de plástico de menos de dos dólares. Cada vez que pasa un posible cliente se levanta con rapidez, y después vuelve despacio a su asiento cuando pasan de largo. Los tejanos colgados junto a la puerta están acumulando polvo.

“Ahora no hay dinero”, dijo. “No hay gente. No lo sé, pero si el negocio no mejora, puede que vuelta al pueblo”.

A menudo se ven mujeres en las aceras de Kampala, en cuclillas y vendiendo desde fruta de la pasión a ropa interior. Pero deben estar atentas por si ven a las fuerzas de seguridad, que en ocasiones confiscan mercancías vendidas en puestos no regulados. Hace poco hubo un brote de indignación pública después de que se viera a hombres con uniformes militares azotando a mujeres que cargaban cestas de fruta en la cabeza.

“Simplemente corremos. De otro modo se llevarán nuestras cosas”, dijo Gladys Afoyocan, que tenía en el regazo una cesta llena de fruta de la pasión. “Lo hago por mis hijos. Nuestros hijos deben seguir vivos”.

Afoyocan, que tiene cinco hijos, tarda una semana o más en vender una sola bolsa de fruta. Antes del virus, solía bastarle con dos días.

“¿Qué puedo hacer ahora?”, dijo. “Este es mi negocio”.

Incluso empresarias relativamente acomodadas como Marion Namutebi, que dirige un restaurante especializado en platos locales, han suspendido su actividad y dado licencia a sus empleados hasta nuevo aviso. Es la primera vez que ha tenido que cerrar desde que abrió el restaurante en 2014.

“Las cuentas simplemente no salían”, dijo. “Para mucha gente, ahora ir al restaurante es un lujo”.

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