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Tripulantes, la escuela que aterriza el sueño de ser azafatas en el país

El centro de formación aeronáutica, primero en el país, ha capacitado a unos 450 tripulantes de cabina, de los que varios han logrado trabajar para aerolíneas nacionales e internacionales, según destaca el fundador y director de la escuela, Alfredo Hernández Paz

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Tripulantes, la escuela que aterriza el sueño de ser azafatas en el país
Estudiantes de la escuela Tripulantes durante una sesión de clases de demostración. (BAYOAN FREITES)

SANTO DOMINGO. La pasión de Alfredo Hernández Paz por la aviación se nota en el tono de voz con que habla de ello, aunque es más visible en los detalles que adornan su oficina en el mismo lugar donde instaló su centro aeronáutico Tripulantes.

Este centro, primero instalado en el país dedicado a la formación de azafatas y sobrecargos, se ambienta en la parte interna de un avión, con piezas reales de aeronaves tanto en los pasillos como en las aulas de clases.

Con aire de fantasía, esta escuela aterriza el sueño de aquellos que, como muchas niñas, soñaron con ser azafatas cuando fueran grandes y no dejaron que esa ilusión quedara sepultada en el camino a la adultez.

Con su lema “Para viajes especiales” Tripulantes ha egresado a más de 450 jóvenes, hombres y mujeres que tienen la formación y visión de dar un servicio de cabina de calidad, según destaca el instructor.

Hernández Paz fue tripulante desde los 18 años. Recuerda con orgullo aquella noche de noviembre de 1978 cuando hizo su primer vuelo, un “overnight” a Nueva York. Él salió de un grupo de 30 estudiantes que lograron pasar el estrecho filtro y mover los contactos específicos para entrar a las exclusivas clases de tripulantes que daba entonces Dominicana de Aviación, primera aerolínea del país, hoy desaparecida.

Rememora que las clases se reservaban casi siempre a familiares de pilotos, y él era hijo de uno. De su padre heredó su amor a andar por lo alto, pero entendía que la oportunidad tenía que abrirse a otros soñadores. También quería aportar a la defensa de su clase, para la que aspiraba mejor trato y formación.

A finales del 90 empezó a trabajar la idea de realizar cursos. En el año 1998 formó a los primeros ocho estudiantes de Tripulantes, aunque fue dos años más tarde cuando el centro tomó formalidad en una esquina del comedor de su casa con una resma de papel y una vieja computadora. Una tarjeta de presentación en una oficina de aviación privada de Miami le dio la idea del logo que debía tener su empresa, un sol con una media ala.

“Yo tenía RD$60,000 de una prestaciones que me dieron y le comenté a mi padre la idea que tenía. Él me dijo que no gastara mi dinero en algo que no existía, pero le respondí que no quería que mis hijos me preguntaran alguna vez por esa idea y que yo tuviera que decirle que la dejé sin siquiera intentarlo”.

Habla de esa época parado frente a una puerta en cuyo marco se lee: Boarding Gates 1-2, seguida de una figura de avión, similar a los que se vería en cualquier aeropuerto, pero el encuentro se da en la escuela ubicada en la avenida Independencia, en el Distrito Nacional.

Al pasar la puerta, un grupo de jovencitas y un joven, ataviados con sus uniformes de tripulantes, aguardan sentados en lo que simula un avión, incluidos asientos, maleteros y servicio de comida. Es el simulador de cabina.

“En la instrucción, mientras más parecido a la realidad sea, más (conocimiento) le quedará al estudiante”, explica.

Los jóvenes forman parte de los 150 alumnos que tiene Tripulantes en la actualidad. Allí se les instruye sobre cómo dar el servicio en condiciones normales y cómo durante una emergencia. Desde una sala virtual, los estudiantes hacen uso de la tecnología 3D para vivir en realidad aumentada algunas de esas situaciones.

El programa de clases incluye lecciones de inglés, de etiqueta y protocolo, maquillaje y hasta orientaciones de nutrición.

Hernández Paz explica que, si bien ya no se busca el perfil de un actor de cine como se creía antes, para evitar cualquier tipo de discriminación, sí se procura llevar al estudiante a un peso corporal que le permita actuar con cierta destreza ante situación determinadas que se puedan presentar dentro de una aeronave.

Las clases tienen una duración de un año, cuatro horas en la semana, y se imparten sábados y domingos para que los interesados puedan seguir sus actividades cotidianas.

Los estudiantes también tienen la oportunidad de entrenarse en otros países. En octubre un grupo de 41 participantes irá al Centro de Entrenamiento de Copa Airlines, en Colombia, que por seis años consecutivos le abre las puertas a Tripulantes. Además, la escuela tiene acuerdos de cooperación con dos centros de América Latina para intercambio estudiantil.

En el país, Tripulantes le da entrenamiento de cabina a la aerolínea Sky Hight Aviation Services que sigue parte de las operaciones de dejadas por Pawa Dominicana, con ocho destinos en el Caribe. Anteriormente, Tripulantes también fue centro de entrenamiento oficial de Pawa.

Mercado

Los mejores estudiantes que egresan de Tripulantes son recomendados desde el mismo centro a las aerolíneas. Este año, tres de los egresados están ya volando en Sky Hight. “Pero lo importante es que cualquier aerolínea dominicana tiene tripulantes formados en el país”, resalta Hernández Paz.

El centro busca reconocimiento en otros países, de manera que sus tripulantes puedan ser recomendados en aerolíneas extranjeras. Su fundador habla de sus contactos con la empresa Sunrise y con el gobierno chino para poder ofertarle a los dominicanos.

Quienes optan por este oficio, tienen oportunidades de salarios que van desde los US$1,000 como sueldo base, además de que reciben dietas, horas extras y licencia internacional.

Sueños

En los sueños de pequeño de Edwin Hernández se peleaban sus deseos de ser piloto con los de ser pelotero. Su realidad le eligió la pelota hasta que cumplió 15 años, cuando decidió soltar el bate y tomar nuevos caminos. En esa época, sus anhelos de tripular un avión seguían en lo imposible, pues desconocía los lugares a los que podía asistir para formarse. Pero, cumplidos los 22 años, escuchó de una amiga sobre la existencia de la escuela Tripulantes y se las arregló para saltar las limitaciones económicas que enfrentaba y poder matricularse. Hoy día, con apenas 24 años, ya sabe lo que es andar por aire convertido en un sobrecargo. Terminó el curso hace un par de meses y, aunque todavía no tiene un trabajo en esa área, está confiado en que lo conseguirá pronto. “Cuando uno se esfuerza y trabaja por lo que a uno le gusta en la vida, al final de la jornada, Dios le da la oportunidad”.

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