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Bob Gibson sobre la injusticia racial y el béisbol

El lanzador de los Cardenales fue una de las figuras más intimidantes sobre un montículo

Bob Gibson ahora tiene 84 años de edad. Ha venido luchando contra el cáncer de páncreas exactamente como uno lo esperaría – sin quejarse – desde que fue diagnosticado con la enfermedad en el verano de 2019. La única cosa por la que ocasionalmente se disculpó durante nuestra conversación telefónica el miércoles fue cuando se equivocó en el año o en algún detalle de la historia que estaba relatando. Le atribuiría dichas fallas a lo que él llamó “cerebro de quimio”.

Pero lo cierto es, Gibson se comportó como él mismo, lo que significa que fue duro, honrado, decente y bien inteligente. Sigue siendo, incluso hoy en día, una voz esencial en el béisbol – no sólo acerca de su juego, sino acerca de su país y lo que ve de éste en los últimos días.

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“Lo que estoy viendo ahora”, expresó Gibson, “es que nada ha cambiado. Punto”.

Luego hizo una pausa.

“Recuerdo cuando iba en camino a mis primeros entrenamientos primaverales con los Cardenales en 1957”, relató. “Casi fui emboscado por cuatro sujetos en el tren. Tuve que buscar un lugar para esconderme en ese tren para que estos cuatro sujetos no me golpearan”.

Sonrió.

“Afortunadamente para mí”, dijo Gibson, “ellos nunca me encontraron”.

Y afortunadamente para los Cardenales de San Luis.

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Gibson fue ascendido por los Cardenales cuatro años más tarde y se convirtió en una presencia tan brillante e inolvidable sobre el montículo para uno de los equipos más grandes del béisbol, los Cardenales de los 60, que disputaron tres Series Mundiales, de las cuales ganaron dos y en otra llegaron a tener ventaja de 3-1 contra los Tigres en 1968.

Gibson tuvo efectividad de 1.12 ese año. Sería nombrado JMV de la Serie Mundial en dos ocasiones. Ahora se encuentra en el Salón de la Fama, por supuesto. Abrió nueve juegos de Clásico de Otoño en su carrera – ocho de ellos completos – y registró efectividad de por vida de 1.89 en dichas presentaciones.

Fue una de las figuras más intimidantes sobre un montículo que el juego haya visto. Fue una extraordinaria e inspiradora travesía para él después de salir de su natal Omaha, Nebraska, tanto dentro como fuera del terreno, pero jamás una fácil.

Le pregunté el miércoles si piensa que el país saldrá avante de todo lo que ha acontecido en las calles desde la muerte de George Floyd.

Hubo una larga pausa.

“Siempre es posible”, exclamó Gibson. “Pero, ¿es probable? No estoy seguro de ello. Después de 1968, y lo que sucedió ese año [los asesinatos de Robert F. Kennedy y del Reverendo Martin Luther King], yo también deseaba en aquel entonces que fuésemos un mejor país. Pensé que las cosas serían diferentes. No fue así.

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“Pero ahora eso no significa que no haya cosas que me den esperanza, especialmente en nuestro juego. No sólo veo a peloteros de raza negra levantando la voz, de la manera en que siempre lo han hecho. Veo algo más profundo. Veo a jugadores blancos escuchando más de lo que antes lo hacían".

Gibson cree que los deportes pueden ayudar a liderar un nuevo diálogo acerca de la raza en los Estados Unidos. Le mencioné que Bill Bradley, el ex Knick, senador y candidato presidencial de los Estados Unidos, me dijo una vez que los vestuarios en los deportes eran una de las mejores clases de sociología jamás inventadas.

“Tiene mucha razón en eso”, coincidió Gibson. “Gente negra y gente blanca y gente de otros países, todos vivimos la misma vida, todos abordamos el mismo autobús, el mismo avión y habitamos el mismo clubhouse, y luego pasamos más tiempo juntos del que estamos con nuestras familias. Estamos obligados a encontrar quién realmente somos y de qué estamos hechos. Y puede ser la mejor educación en el mundo”.

Hubo otro momento de silencio de su parte, mientras trataba de encontrar las palabras correctas para lo que quería decir a continuación.

“Usualmente no soy político”, enfatizó. “Pero ahora lo soy. Y me enfurece, porque no deseo serlo. Y a mi edad, y viendo lo que ya he visto, no debería serlo.

“Tim McCarver ha sido mi amigo por 60 años. Yo salí de una vivienda pública. Él salió de Memphis (Tennessee). Pero aprendimos uno del otro. Uno de mis mejores amigos de la infancia era blanco: Dick Mackey. Comía en su casa. Él comía en la mía. Entonces siempre me preguntaba por qué la gente de raza negra y la gente blanca no podía llevarse bien. Hasta ahora no lo entiendo. Ya me has juzgado porque soy negro. ¿No te agrado porque soy negro? ¿Por qué? Soy una buena persona”.

No. Gibson es más que una buena persona. Es uno de los mejores hombres que haya tenido el béisbol. Le pregunté durante la llamada si llegó a conocer a Jackie Robinson, y me dijo que se habían encontrado una vez, durante el Juego de Estrellas de 1969 en Washington, D.C. Gibson era parte del equipo de la Liga Nacional, y Robinson había sido invitado al juego, ya que Major League Baseball celebraba su 100mo aniversario en 1969. Hubo una recepción para los jugadores en la Casa Blanca con el entonces presidente Richard Nixon como el anfitrión. Robinson de hecho había apoyado a Nixon en 1960 cuando compitió frente a John F. Kennedy, porque pensaba que Nixon tenía un mejor historial en derechos civiles. Para 1969, sin embargo, Robinson había visto suficiente.

“Me encontraba en esta larga fila, alistándome para entrar a este salón inmenso para conocer al presidente”, rememoró Gibson. “Y, de último momento, me retracté. No podía dejar que me utilizaran de esa manera. Me di la vuelta y me marché y decidí esperar a uno de los autobuses que nos trajeron hasta aquí. Y a bordo ese autobús estaba alguien más: el Sr. Jackie Robinson. Charlamos por una hora esa noche, sólo él y yo. Disfruté la charla. Él también la disfrutó. Descubrí esa noche que nuestras maneras de pensar eran las mismas. Su voz era la mía”.

Y la voz de Gibson todavía es una voz digna de escuchar, ahora más que nunca.

“Uno de estos días”, indicó, “la gente en este país va a dejar de tenerle miedo a lo que no conoce. Ese día aún no ha llegado. Y eso no sólo me enfurece. También me pone triste”.

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