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En tiempo de mangos

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En tiempo de mangos
R.M. bebe agua de una llave utilizada por una tienda para trapear. (Foto: Manauri Jorge)

R. M. es un niño de 12 años que sobrevive de lo que otros desechan y duerme donde el común escupe. No posee documentos que soporten su estadía legal, no se alimenta con frecuencia y no recuerda con exactitud cuándo llegó a Santo Domingo, sólo sabe que vino en tiempo de mangos.

Cuando el autor de esta historia lo conoció el niño R.M. trataba de conciliar el sueño en la acera de la avenida Bolívar esquina 30 de Marzo. Estaba descalzo, mal oliente, vestido con trapos sucios y su piel acumulaba un gris opaco por los dos meses que llevaba sin ducharse.

Accedió a compartir su historia a cambio de comida. Cruzamos la avenida para sentarnos en una banqueta en el Parque Independencia; el intento fue inútil porque un agente policial le negó la entrada al menor: "Ellos vienen a robar a las visitas", argumentó.

Al acomodarnos en la acera, R.M. confesó que en la mayoría de las ocasiones en que intenta dormir en una banqueta los policías lo golpean; tratan de impedir que los espacios públicos sean invadidos por pedigüeños, aunque el método utilizado sea poco ortodoxo.

Después de comer, ducharse y ponerse ropa limpia, R.M. se disponía a cumplir su parte del convenio: contar su historia con español irregular y con su condición de tartamudo.

*****

 

"Vengo de Ouanaminthe (Km 0). Allá vivía con mi tía, porque mis padres son brujos y la gente dice que cuando Dios venga ese tipo de personas se quedarán en el infierno, y no quiero vivir bajo la tierra". 

"Lo que hacía era limpiar zapatos y ayudar a las personas a cruzar la frontera por 10 ó 15 pesos, pero lo que ganaba no me daba para nada porque pasaba mucha hambre".

"Un día- prosigue su relato -le digo a mi tía que me iría para el fin de República Dominicana y ella me respondió que ya yo era grande. No lo pensé dos veces; me fui".

"Decidí caminar y caminar y caminar... tenía mucha hambre. Llegué a Colonia Carbonera (0-13km), luego Copey (0-16km), ahí me monté en una camioneta que me dejó en la frontera y la crucé por Montecristi (0-36,5km). Crucé la frontera corriendo; los policías no podían caerme atrás porque si dejan la puerta sola entran los otros haitianos".

Hace una pausa para tomar jugo y rememorar.

"Ya en Montecristi llego a un barrio que le llaman 17, y el sol picándome con mucha hambre, la carretera (autopista Duarte) estaba calientísima, por lo que bebía agua de los ríos. Le pedía dinero a la gente que veía y me iba a dormir a los montes. Pasé Villa Vásquez (0-62km), de ahí paso por Hatillo Palma (0-90km), Laguna Salada (0-96,5km), Boca de Mao (0-111,5km), Esperanza (0-118,5km), Navarrete (0-127,5km), Santiago de los Caballeros (0-150km), de ahí La Vega (0-190,5km), la Loma de Miranda (203,5km)".

Sonríe, se pone de pie y gesticula parte de la peripecia vivida...

"Un monte larguísimo (Loma de Miranda) que tuve que pasarlo solo; la gente cruzaba en guagua, pero no me daban una bola (desplazarlo gratuitamente). Me cansé mucho y me acosté. Cuando desperté no puedo pararme porque tenía los pies hinchados, pero tenía que continuar".

Después de reponerse logra salir a la autopista para continuar la peregrinación que le prometía un lugar de vida digna.

"Llego a un pueblecito donde un motoconchista me llevó un par de kilómetros hasta Bonao (0-226,5km). Allá me encuentro con un grupo de chamaquitos como yo que me dieron un par de tenis y una gorra. Caminé, y caminé, y caminé hasta la tardecita".

"Ya tenía mucha hambre y sed, pero no había nadie que me diera agua. Entonces veo cuatro hombres que estaban labrando tierra y me ofrecieron 100 pesos para que trabajara hasta la noche. Pensé que me dejarían dormir con ellos, pero el jefe me ordenó irme porque dijo que no podía quedarme. Salí de la tierra para la autopista, esta vez bajo un tremendo aguacero"

"Caminé hasta el pueblecito de Bonao; me senté en la carretera a esperar una bola y apareció un hombre en un camión de los que transportan gas (GLP) que me subió. Hablamos muchos disparates... cuando llegamos a Manoguayabo (0-297,5km) el chofer me dio 200 pesos para que comiera algo".

"Con los chelitos compré un chow fan, una botellita de agua y pagué un pasaje hasta la avenida Duarte".

Al desmontarse en la Duarte esquina París el niño R.M. pensó que había llegado a la gloria; veía decenas de tiendas, vendedores ambulantes, muchas personas transitando y cientos de vehículos. Desde pequeño escuchó que la Duarte es el pueblo de la capital y acumulaba las ansias de comprobarlo.

Según narra, durante su travesía las noches que logró conciliar el sueño fue por pocas horas, tanto por el miedo como por el hambre.

*****

"De la Duarte bajé al Barrio Chino, a San Carlos, a Gazcue y me quedé en el Malecón para sentarme en la orilla del mar y pensar cómo iba a comer. Vi un hombre al que le pedí dinero y me compró un sandwich. Llegaron dos policías que me dieron dos chuchazos para que me fuera; corrí sin mirar atrás. Quería ir pa´ un centro de los que tiene el  CONANI (Consejo Nacional de la Niñezi), pero los demás niños me dijeron que ya no hay abiertos y no tuve otra opción que quedarme en la calle hasta el sol de hoy".

"Duermo donde me da sueño: en la calle, en la acera o donde sea. No me importa el frío. Donde duermo ahora hay muchas cucarachas que me pasan por al lado, pero qué me va a importar si no tengo a dónde ir".

Dentro de su madurez prematura alberga la idea de ser un abogado para ganar dinero "fácil", pero antes planea instalar una zapatería. Ya tiene dos cepillos y una brocha que le servirán para limpiar zapatos, aunque le falta lo más importante: la caja limpiabotas.

El poco español que logra articular lo aprendió por los años que trabajó en la frontera domínico-haitiana, aunque con mucho orgullo dice que habla tres idiomas: "creole, dominicano y boricua".

***** 

En un intento por cumplir su petición inmediata de vivir bajo un techo, el niño R.M. fue llevado a Conani. Ya en la institución conversamos con la abogada Maribel Soto, representante del Departamento Legal, quien desinfló en principio las esperanzas del menor al presentar un convenio con la Embajada de Haití en República Dominicana donde el Estado se compromete e entregar a todos los menores indocumentados que sean llevados hasta esa institución.

Después de buscar por más de dos ocasiones la comunicación con la Embajada, se logró el contacto con Ronald Beldor, primer secretario haitiano, quien dijo que les era imposible albergar al menor por las precarias circunstancias que atraviesan, al tiempo que pidió por favor que le brindaran asilo a R.M. hasta que un representante lo evaluara y determinara su futuro migratorio.

Conani se esforzaba en encontrar un espacio al niño en algunos de los centros, pero todos albergan más de lo que su capacidad les permite. El ánimo de R.M. parecía caer porque las cosas indicaba que volvería al nido de ratas donde pernoctaba. Un último intento arrojó resultados: se le encontró albergue en una casa hogar localizada en Costa Verde, kilómetro 12 y medio de la carretera Sánchez.

Y como si para sustos no fuera suficiente, después de encontrarle espacio al menor el problema era que no había en qué transportarlo hasta el recinto. Se buscaron todas las vías posibles, pero a fin de cuentas tuvo este periodista  que llevarlo hasta Haina en un vehículo privado con la debida acreditación y cuidado que ameritaba la situación.

Frente al hogar un árbol de almendra protege a los niños del sol, mientras la pared de más de dos metros de altura evita que alguno pretenda escaparse. No todos los que están en ese lugar permanecen por voluntad propia, sobre todo los que continúan en tratamiento para dejar las drogas.

Pero esta historia no termina como los comunes cuentos de fantasía...

*****

Para las 10:00 de la mañana del viernes 27 de julio me encotraba en la Embajada Haitiana en busca de profundizar las investigaciones sobre R.M. y otros niños indocumentados.

Ronald Beldor me recibió con mucha diplomacia en su oficina, donde otros tres abogados le hablaban en creole sobre la situación de cientos de haitianos que permanecían en las afueras del recinto esperando respuesta sobre sus documentos. Dos minutos después los despidió para conversar en privado: "Lo primero que te voy a decir es que tengas mucho cuidado con el tipo de ayuda que hagas; quizás tengas buenas intenciones con esos niños, pero te advierto que tu vida corre peligro. Ayer ayudaste a uno, mañana puede que aparezcan dos que quieran lo mismo y eso te puede perjudicar".

Las dudas comenzaron a bombardearme, pero en este caso presentí que el silencio sería más favorable para contar la historia.

"Nosotros (dipomáticos haitianos) quisiéramos que la prensa nos ayude con la situación de la explotación infantil. Una vez conducía por la avenia Abraham Lincoln y me detengo para conversar con tres niños pedigüeños; no bien me desmonté de mi vehículo cuando apareció un hombre armado amenazando con matarme si no me marchaba del lugar".

Lo más grave de su narración fueron sus conclusiones: "Para ayudar a los niños haitianos que piden en las calles necesitamos de la colaboración de ambos países y, créeme, en el negocio hay gente fuerte de los dos bandos. Además de que esos niños son adiestrados para no decir nada cuando alguien les pregunte. Honestamente, es un problema muy difícil".

Antes de marcharme me reiteró cuidarme y abandonar esos casos hasta que las autoridades decidan hacer frente al problema sin demagogia. Aseguró que podría aportar información valiosa sobre el particular, pero que tiene las manos atadas porque en el lío hay personas muy poderosas que manejan influencias determinantes.

Al niño R.M. le realizarán un interrogatorio para determinar su procedencia y enviarlo de regreso hasta Haití. De antemano advierte que si lo sacan de República Dominicana morirá de todas formas: por hambre o por suicidio.