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El abuso financiero

El abuso financiero surge cuando una persona busca manipular las decisiones o tomar control sobre el acceso al dinero, e incluso al crédito personal de la otra, sin su consentimiento o para beneficio propio.

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El abuso financiero

Con tristeza e impotencia, la joven me hizo la pregunta al finalizar una conferencia sobre cómo recuperar la salud financiera: “Licenciado, ¿y qué pasa cuando la causa de mis líos es el mal manejo de mis padres?”

Quedé sorprendido por la pregunta, entre otras cosas porque aquella joven de unos 22 años me compartía su testimonio en presencia de otros que nos habíamos quedado aglutinados en el conversatorio informal luego del evento.

No fue la primera vez que conocí una situación de abuso financiero en el hogar. Ese tipo de violencia se presenta en las distintas relaciones familiares: entre la pareja, entre hermanos, con hijos que abusan y se aprovechan de sus progenitores y sí, también, de padres que explotan económicamente a sus vástagos.

El abuso financiero surge cuando una persona, en relaciones de confianza familiar o sentimental, busca manipular las decisiones o tomar control sobre el acceso al dinero, e incluso al crédito personal de la otra, sin su consentimiento o para beneficio propio.

En el caso de aquella joven, la situación de agresión financiera era múltiple. El padre, reiterativamente fracasado en los negocios, había dañado su historial de crédito. Sin acceso a los bancos, pero todavía con nuevas ideas de emprendimientos que ahora sí funcionarían, había llevado a la joven a endeudarse para el capital inicial del proyecto.

La joven, que iba dando sus primeros pasos profesionales mientras continuaba sus estudios universitarios, firmó más de un pagaré a su nombre, aunque con el gran negocio del padre como beneficiario. Aquel proyecto también fracasó, la hija quedó con la deuda, pero decidió irse de la casa pues el acoso crediticio se mantenía.

Felicité la valentía y la independencia de la joven, al tomar aquella decisión, y le dije que esa situación, si no se enfrentaba con ayuda profesional (de psicólogos y especialistas en terapia familiar) difícilmente se iba a resolver por sí sola.

“Lo sé, licenciado, porque precisamente ahora mi padre está repitiendo el mismo ciclo, aunque ya no conmigo, sino con mi hermanita que desde que cumplió los 18 años han querido embaucarla en construir su crédito, ya usted sabe para qué.”

Entonces fue cuando caí en cuenta de la otra joven a su lado que, ya llorosa y con empatía fraternal, abrazaba a su hermana mayor y le daba su apoyo al desahogarse por ambas.

La historia no terminaba ahí. El colmo es que también hay un hermano mayor, entrado en edad, que a diferencia de las jóvenes no trabajaba, sino que era “mantenido” por el mismo padre que abusaba del crédito de las hijas.

En la misma línea he sabido de padres que ponen a sus hijos a sacar un crédito educativo, para estudiar en una universidad privada más allá de sus posibilidades, con la promesa de que pagarían el interés mientras el hijo estudiaba.

Promesa vacua, pues firmado el pagaré, se desentendían del compromiso y obligaban al menor a que “viera a ver cómo él iba a resolver”, aun cuando el menor habría preferido estudiar en la universidad pública que habría podido asumir sin cuotas y deudas excesivas.

El daño que se les hace a los jóvenes, susceptibles a la manipulación paternal por el correcto, aunque potencialmente explotador sentimiento de que siempre se debe honrar y respetar a nuestros padres, es grande.

Más allá del efecto financiero, plasmado en un historial de crédito “dañado” y altos niveles de endeudamiento que solo crecerán en el tiempo si son mal atendidos, está el impacto en la salud emocional del joven.

No hay que ser experto en salud mental para saber que el abuso financiero debilitará su autoestima, limitará su proceso de madurez y potencialmente lo embaucará en una enfermiza e interminable relación de codependencia con sus padres que, en algunos casos, solo con la muerte es capaz de superarse.

Estoy claro que lo que va, viene. Que igual es común ver a hijos, incluso algunos muy mayores de edad, que se aprovechan ellos de sus padres, procurando apropiarse en vida de cualquier capital que estos podrían acumular para una vejez digna o el cuidado de su salud.

También sé de padres sobreprotectores, que ponen a sus hijos a trabajar en negocios de familia, sin que estos siquiera tengan su propia cuenta bancaria o independencia económica, manteniéndolos dependientes en su tercera y cuarta década, con la promesa de que no tienen por qué preocuparse, que el padre siempre proveerá.

Con esta columna tenemos un solo propósito, un deseo o quizás una esperanza: Que demos un primer paso para superar el tabú, el ocultamiento y el miedo ante las relaciones de abuso financiero que pueden surgir en el seno de nuestros hogares.

La valentía demostrada por aquellas dos jóvenes, esa tarde del sábado al final de mi conferencia, me obliga a compartir este reto con nuestra sociedad, a favor de unas finanzas del hogar realmente sanas, más proporcionales y ojalá que más sinceras.

Algunas organizaciones recomendadas para terapias familiares en nuestro país: Instituto de la Familia (809) 534-5336, PACAM (809) 533-1813, Centro Vida y Familia Ana Simó (809) 566-0948 y el Centro Espiga de Joaquin Disla (809) 685-0466. Si llegaste hasta aquí, diste el primer paso. El segundo es buscar la ayuda. ¡Hazlo!

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