La última milla
Todas esas medidas, anunciadas hace ya dos semanas, procuran (teóricamente) fortalecer nuestro sistema financiero y de pagos
?Conozco a Ale desde que tengo recuerdo de mis caminatas los fines de semana en el Parque Mirador. Su presencia ahí, en el Kilometro 0, nunca falla. Es un punto de referencia, de servicio y hasta de confianza para cientos de caminantes como yo.
Además de vender botellitas de agua y otras bebidas, tiene un surtido de papitas, galleticas y nueces (para los más saludables). Las bebidas las tiene frías y temperatura ambiente, pues Ale conoce los gustos de sus clientes, aunque nos vea solamente los fines de semana.
Su rol va más allá de mero proveedor de comestibles. Ale es también custodio de nuestros bienes más preciados, desde celulares y llaves de vehículos, para aquellos que salimos a nuestro encuentro, ahora distante en la imaginación, con la salud, la naturaleza y otros amantes de las caminatas, el “jogging” o la bicicleta.
Tal es la confianza que se genera a través de los años, que Ale también nos fía, a los de barriguitas cerveceras que a veces olvidamos el efectivo en la casa. “No te preocupes, ya nos conocemos. Tu me pagas eso después. Llévate lo que tu quieras.”
Lo vi por última vez un par de semanas atrás. Porque sabía lo que ocurría en otros países en cuanto a medidas de cuarentena y distanciamiento social a raíz del Covid-19, sabía también que esa sería la última vez que intercambiaría con Ale en mucho tiempo.
Luego de pagarle (esta vez nada de “fiao”) y darle su buena propina, le pedí el número de su teléfono celular. En principio el simplemente me entregó su móvil, pues pensó que yo lo necesitaba para hacer una llamada. “No, Ale. Es tu número que necesito.”
Nuestros microempresarios
Como Ale hay cientos de miles de microempresarios en nuestro país. Gente que se levanta todos los días a caminar, a brindar sus servicios, muchas veces a clientes en la calle, recurrentes y regulares. No tienen sofisticación y, por lo pequeño de sus negocios, las limitaciones de recursos y el alto costo de la formalidad, operan desconectados de las redes de apoyo social que brinda el Estado.
Pienso por ejemplo en Dayra. Una manicurista de primera que le “arregla las uñas” a mi esposa, a veces aquí en la casa, otras veces en el salón que frecuenta. Años de servicio, atendiendo a su clientela, con todo el profesionalismo, la calidad y confianza del mundo.
Muchos conocemos también a Orlando – Palito de Coco – Zapata. Fijo en la Gustavo Mejía Ricart con Lincoln, suple, también con excelencia y decencia, a los cientos y quizás miles de transeúntes y choferes que, antes del Covid-19, rumbo a nuestros hogares o lugares de trabajo, resolvíamos una necesidad de algo dulce o de azúcar con sus excelentes coconetes.
Ale. Dayra y Orlando. Los tres, además de ser vendedores o proveedores de servicios ambulantes e informales y de sostener a sus hogares con el sudor de su trabajo, tienen algo en común: Le quedan muy pocas semanas, días quizás, de solvencia económica, dadas su incapacidad de producir el “diario” en las calles por las medidas de sanidad que obligó imponer el nuevo Coranavirus.
Ale, Dayra y Orlando también tienen otra cosa en común. No están solos, dependiendo de la medición que usted prefiera, hablamos de cientos de miles, quizás incluso millones de microempresarios que ahora mismo no están produciendo, cuentan con muy pocos ahorros y ni hablar de acceso a crédito bajo las condiciones actuales.
Las medidas monetarias
La reducción de la Tasa de Política Monetaria. Facilidades de expansión de liquidez. Repos. Depósitos remunerados. Flexibilización del encaje legal. Ventanilla de provisión de liquidez a los bancos. Cientos de millones de dólares “inyectados” al mercado cambiario. Relajamiento regulatorio o normativo.
Todas esas medidas, anunciadas hace ya dos semanas, procuran (teóricamente) fortalecer nuestro sistema financiero y de pagos, facilitar la provisión de liquidez a las empresas y los hogares y mantener la estabilidad macroeconómica.
Pocos serán, en toda la población dominicana, los que entenderán la naturaleza o el alcance de estas políticas. “Alejandro”, me imagino a Ale preguntándome, “¿Y eso en qué me ayuda a mi, que estoy encerrado aquí en la casa y que no puedo vender, que tengo compromisos fijos, con pocos ahorros y siendo así, con nadie que me preste?”
Para Ale, Dayra y Orlando, que están en “la última milla”, como le llamara Agustin Carstens, actual director del Banco Internacional de Pagos en Basilea, Suiza y exgobernador del Banco de México (y amigo de nuestras actuales autoridades monetarias), las medidas, además de lejanas a su realidad, son francamente incomprensibles.
¿Cómo lograr que esas decenas de miles de millones de pesos en liquidez no se acumule en el sistema bancario, sino que fluya, de alguna forma, hasta que por lo menos gotas lleguen a los cientos de miles de microempresarios que la están necesitando en la actualidad?
Una propuesta
¿Quiénes conocen, personal y empresarialmente, a Ale, Dayra y Orlando? ¿Sus teléfonos? ¿Dónde viven? ¿A qué se dedican? ¿Qué tan buenos son en sus negocios? ¿Quiénes son sus clientes, quiénes sus proveedores? ¿Qué tan bien cumplen con sus compromisos? ¿Quiénes darían la cara por ellos, en caso de necesitarse una garantía?
No es la Tesorería de la Seguridad Social. Tampoco la Dirección General de Impuestos Internos. Posiblemente ni la misma Dirección Nacional de Inteligencia.
Sin embargo, es altamente probable que los banqueros de esos microempresarios, muchos de los cuales tienen ya vínculos establecidos con entidades que se dedican a las microfinanzas, como los bancos ADEMI, Adopem o Fondesa, y hasta la misma “Banca Solidaria” del Estado, sabrían responder cada una de esas preguntas, quizás no para la totalidad, pero si para un número importante, que estimo en más de medio millón. Solamente el Adopem trabaja con más de 390,000 emprendedores en situación de vulnerabilidad.
Para lograr canalizar el crédito hacia estos microempresarios, no basta con las medidas de liquidez anunciadas por el Banco Central o la flexibilización de las normas prudenciales. El Gobierno, si de verdad quisiera apoyar a este segmento poblacional, debe compartir parte de los riesgos con los proveedores microfinancieros.
Estaba ya en el tintero una ley de Garantías Reciprocas, además de la recientemente promulgada ley de Garantías Mobiliarias. Entiendo que, además de las medidas monetarias y financieras, el Estado debe establecer un fondo de garantía, quizás avalado por futuros pagos de impuestos o por asignaciones presupuestarias extraordinarias, para viabilizar el que la liquidez de las decenas de miles de millones de las que habla el Gobernador Valdez Albizu llegue a “la última milla”.
Sin esas garantías estatales, que se han utilizado ampliamente en otras jurisdicciones para situaciones y poblaciones vulnerables como esta, difícilmente un banquero prudente y experimentado se atreverá a sacar dinero fresco de los ahorros de sus depositantes para colocarlos en la calle bajo las condiciones actuales.
Ciertamente, una parte de esos recursos, bajo el esquema que visualizamos, no se recobrará en el futuro. De esta tan crítica y lamentable situación que estamos viviendo y sufriendo todos, quizás uno de nuestros tres microempresarios no logrará reponerse.
A través de un mecanismo como este, sin embargo, por lo menos habremos apoyado a los otros dos, de una forma lo más racional posible, basada en condiciones y conocimiento del mercado que tienen los micro financistas, pero sobre todo generosa y solidaria posible.
La alternativa es tirar dinero al aire, sin criterio y sin enfoque, apoyando a vividores y oportunistas, posiblemente bajo líneas demagógicas, populistas y partidarias, a costa de los microempresarios de buen carácter y experiencia, con voluntad de pago pero que enfrentan ahora duras condiciones que ponen en peligro su capacidad de pago.
Hasta el más encumbrado y colosal “Gobernador de los Gobernadores de Bancos Centrales”, como el ex fondomonetarista Agustin Carstens, desde Suiza, valora a Ale, Dayra y Orlando, como piezas fundamentales de la economía mundial en los momentos actuales.
Ojalá que nosotros hagamos por igual.
PD. A Ale le pedí su teléfono para luego solicitarle su número de cuenta bancaria y hacerle llegar una donación. Con Dayra y Orlando hicimos, en nuestro hogar, lo mismo. Ojalá que el gentil lector tenga la misma consideración, en la medida de sus posibilidades, con sus proveedores y servidores de siempre, que ahora necesitan de nuestra solidaridad.
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