Agresividad e innovación

Al ser la existencia de Uber un resultado de los avances técnicos en internet y las telecomunicaciones, no es extraño que entre sus propietarios figurara Google, una de las empresas más innovadoras. Y tampoco es raro que uno de los bancos de inversión más agresivos, Goldman Sachs, hubiera confiado en la expansión de una compañía que hacía nueve años ni siquiera existía.

Uber misma ha sido innovadora y agresiva. Fundada en el 2009, lanzó en junio del 2010 la “aplicación” para teléfonos que sustenta sus operaciones. Vía de contacto y a la vez medio opcional de pago, los teléfonos inteligentes sobre los que Uber descansa evolucionan continuamente de la mano de los avances tecnológicos, y la empresa tiene que mantenerse al día con los sistemas operativos y las características de los nuevos dispositivos.

Su componente de agresividad, sin embargo, ha recibido mayor atención que sus innovaciones, pues Uber entró a competir en el sector transporte, muy connotado a nivel mundial por su militancia sindical, índole estratégica y ferocidad territorial. Son los conflictos de Uber con gobiernos municipales, gremios de taxistas, agencias tributarias y departamentos de transporte, algunos salpicados con incidentes violentos, los que han llamado más la atención de los medios de prensa, habiendo padecido prohibiciones de operación en varias ciudades y países.

Pero a esos conflictos externos se han sumado otros de tipo interno, potencialmente más inquietantes para Uber. La primera protesta pública de conductores de vehículos afiliados a la empresa tuvo lugar en Londres en el 2015, disgustados porque ella aumentó de 20% a 25% la comisión que les cobraba de cada servicio. A partir de ese momento protestas similares han ocurrido en diferentes lugares, ha sufrido cambios gerenciales, y hay quejas de que afilia un número excesivo de conductores para dar un servicio rápido y no ceder clientes a los taxis tradicionales.

Gustavo Volmar