Protección contaminante
Lo cierto es que parece no haber forma de anticipar los problemas ambientales. Si algún beneficio trajo consigo la pandemia, afirmaban los ambientalistas, era que por un breve período de tiempo las descargas de contaminantes en la atmósfera, los océanos y los ríos disminuyeron gracias al cierre de gran parte de las actividades económicas. Sabían que esa mejoría era transitoria, hasta tanto se reactivaran las economías, pero por lo menos había quedado demostrado que era factible combatir la contaminación vía cambios en la generación de energía, los sistemas de transporte y el reciclaje de desechos, faltando sólo la voluntad política para lograrlo.
Pero ahora una nueva amenaza surge de forma inesperada.
Hace unos días un grupo de investigadores marinos reportó haberse confundido en una de sus exploraciones. Inicialmente creyeron ver un conjunto de medusas en las aguas, pero pronto se dieron cuenta de que eran mascarillas faciales desechadas. Según datos del Fondo Mundial para la Vida Silvestre, bastaría que el 1% de las mascarillas cayese en los mares para que decenas de millones de éstas se dispersaran por la naturaleza, lo que ha estado sucediendo desde que comenzaron a ser usadas. A ese respecto, la organización Océanos de Asia reportó haber encontrado cientos de mascarillas en el mar y en las playas de las deshabitadas islas Soko, cercanas a Hong Kong.
Y mientras más protección la mascarilla confiere contra el virus, peor tiende a ser el problema ambiental. Las mejores son más resistentes y están fabricadas con varias capas de materiales que pueden contener polietileno o polipropileno, materiales que no se degradan fácilmente. Se estima que una mascarilla quirúrgica puede demorar hasta 400 años para destruirse.
Y las mascarillas, aunque más visibles, no son el único aditamento puesto en boga por la pandemia. A ellas se suman los guantes plásticos, que están acumulándose en vertederos y rellenos sanitarios por todo el mundo.