Cambio de pronóstico
Los vaticinios eran dramáticos. No sólo la prensa escrita en papel estaba en camino a la extinción, reemplazada por las noticias contenidas en páginas de internet, sino que estas últimas pasarían en poco tiempo a ser controladas por quienes eran antes los televidentes y lectores de periódicos. En lo que muchos describían como un proceso de democratización de la información, las personas comunes y corrientes, usted, yo y cualquier otro individuo, serían las encargadas de difundir el conocimiento de los hechos ocurridos, reseñando eventos y mostrando fotos y videos en sitios virtuales como YouTube, Facebook o Twitter. Siendo esas personas en muchos casos protagonistas o testigos directos de accidentes, tramas, conspiraciones, escándalos, crímenes, indiscreciones y demás acontecimientos, mal podría la prensa pretender adelantarse a sus revelaciones.
Una verdadera epidemia de noticias falsas ha trastocado ese vaticinio. Trump llama “fake news” a las noticias propaladas por los medios de prensa que le son adversas, pero la avalancha real de informaciones falsas está en las redes sociales y en las incontables páginas personales y de supuestas agrupaciones de que la web está llena. Aunque pueden ser robóticas manipuladas por gobiernos hostiles para diseminar rumores y dislocar las instituciones y los líderes de sus adversarios, son los usuarios individuales los principales contribuyentes a la desinformación.
Sus motivaciones son muy variadas. Puede ser que quieran hacerse pasar por expertos en algún asunto. O que deseen impresionar a los demás sabiendo cosas que otros ignoran. O que intenten promover opiniones políticas o religiosas. O que exageren para enfatizar puntos que entienden correctos. O quizás sólo repiten lo que oyeron o leyeron en otro lado. Como sea, su actuación está revitalizando a los medios de prensa, cuya credibilidad se considera mayor por ser más fácilmente cuestionada si lo que dicen es falso.