Equilibrio demográfico

Aunque se desconoce el dato exacto, las poblaciones de Haití y la República Dominicana parecen estar bastante equilibradas, a razón de unos diez millones por bando. Hay más haitianos que dominicanos, dicen algunos, pues hay que contar a los haitianos que viven de este lado, más los que no son contabilizados allá por deficiencias de registro.

Como sea, oímos al respecto una conversación interesante, en la que varios participantes argumentaban que la disminución de la tasa de natalidad que se observa en nuestra clase media y media alta era perjudicial.

Razonaban, con cifras y ejemplos, que esa menor tasa abría espacios y era compensada por la inmigración haitiana y, aún más grave, por la proliferación de descendientes de haitianos.

Siguiendo esa línea de pensamiento habría que concluir que sin un fuerte crecimiento demográfico en nuestro lado aumentaría el riesgo de pérdida de la identidad nacional dominicana.

En los tiempos en que el poder militar se medía por el número de soldados que un país podía movilizar, prevalecía la asociación conceptual entre población y poderío nacional.

Ya no, siendo así que la fortaleza de la economía, la cual permite el acceso a educación, equipos y tecnología, es el más poderoso instrumento de defensa. Pero esa realidad no es suficiente para aplacar los temores de quienes consideran que la penetración silente, pacífica, erosiona y transforma progresivamente nuestros valores y tradiciones.

Criterios como ésos existen en otras naciones también, desde Japón a Israel, pasando por Australia, Francia y Holanda. A ellos se opone el concepto de que los inmigrantes tienden a adaptarse a los valores de la nación que los acoge, más que a conservar los suyos, pues sus posibilidades de avance económico y social dependen de su capacidad de integración, la cual se dificulta cuando se les margina y se les mantiene segregados.

Pero ese debate no va a terminar por ahora.

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Gustavo Volmar