Euforia crediticia
Las deudas producen una especie de euforia, que dura mientras los dineros se están desembolsando. Nuevas obras públicas son iniciadas y otras son inauguradas. La nómina de empleados públicos se mantiene alta, sustentando el gasto de consumo para alegría de los comerciantes. Las importaciones crecen sin dislocar el valor de la moneda. La venta de los bonos se toma como prueba de la confianza en el país. La prima de riesgo se compara con la de otros deudores, demostrando la habilidad negociadora de los entes oficiales. Y se pronostica que el crecimiento económico suplirá los recursos tributarios para pagarles a los acreedores.
Esa colección de hechos y conceptos no es exclusiva de nosotros. Se ha repetido una y otra vez en naciones desde Italia y Jamaica hasta el Congo y Grecia. Y sucedió también en la Argentina de los 1980 y 1990, donde la euforia duró hasta finales del 2001, cuando la moratoria unilateral de pago fue acompañada de una crisis socioeconómica con ribetes trágicos, marcados por el corralito de depósitos, el desabastecimiento, la devaluación cambiaria, la inflación y el desempleo. La alegría, el optimismo y el orgullo fueron reemplazados por la tristeza, el pesimismo y la humillación.
En ese contexto de crisis, unos inversionistas hicieron una apuesta al parecer arriesgada. Compraron bonos a acreedores desesperados por recuperar aunque fuera algo de su dinero, pagándoles una quinta parte o menos de su valor. Y esperaron pacientemente, rechazando cualquier oferta argentina que no fuera el pago total, con apoyo judicial en los EE.UU., que bloqueó los acuerdos con otros acreedores. La apuesta les salió bien, y ahora se preparan para recibir al menos tres cuartas partes del valor de las deudas, varias veces más que el monto en que las adquirieron.
Argentina tomará nuevos préstamos, para pagar esas deudas, y para nuevos gastos públicos. El ciclo de euforia comienza de nuevo.
gvolmar@diariolibre.com
Gustavo Volmar
Gustavo Volmar