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Percepciones diferentes

Hablan de la misma cosa y la ven de distinto modo. Algunos le atribuyen ser fuente de beneficios y otros le achacan provocar graves trastornos. Hay quienes las esperan con optimismo, pero hay también quienes las aguardan con aprensión.

Los economistas suelen ver las elecciones como un peligro para la estabilidad de la economía. En su búsqueda de votos para los candidatos del partido oficial, es común que los gobiernos deseen terminar obras, dinamizar la actividad económica, crear empleos y cumplir promesas postergadas, pero para hacer todo eso necesitan dinero para gastar, y con frecuencia lo consiguen incurriendo en déficits fiscales financiados por deudas que en algún momento habrá que pagar. Los efectos de esos episodios inciden sobre la inflación y el tipo de cambio de la moneda, lo que obliga al banco central a hacer malabares con las tasas de interés, la liquidez del sistema financiero, el crédito externo de los bancos y la colocación de valores a fin de compensar las consecuencias.

Pero en tanto que los economistas, con rostros de preocupación, formulan sus solemnes y casi siempre ignoradas advertencias, el comercio y la industria local que sirve al mercado interno anticipan un buen año, precisamente por las mismas razones que sustentan las alertas de los economistas. Saben que el mayor gasto público hará aumentar la demanda de bienes y servicios, nacionales e importados, incrementando sus ventas y sus ganancias.

Al final, después del evento electoral, ambos lados estarán de acuerdo en que los excesos, en la medida en que hayan ocurrido, perjudican la estabilidad de la economía. Estaremos más endeudados y habrá que recortar gastos o subir impuestos, lo que no será bueno para las ventas. Pero, mientras tanto, la prosperidad resultante del gasto es bienvenida por sus beneficiarios. Después de todo, podrían decir, el responsable de que eso suceda es el sistema político, no ellos.

gvolmar@diariolibre.com

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