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Los esquemas de ayuda, sean éstos privados o públicos, deben ser complementarios, no sustitutivos

Las necesidades insatisfechas de la población en países como el nuestro crean oportunidades para expresiones caritativas. Individuos, empresas e instituciones de diferente índole colaboran en la entrega de bienes y la provisión de servicios, incluyendo alimentos, ropa, juguetes, cuadernos, enseres del hogar y operativos médicos.

A esas loables manifestaciones de sensibilidad social y generosidad se unen los programas públicos diseñados para asistir a los más necesitados, los cuales aquí alcanzan, directa e indirectamente, a una buena parte de nuestra población, vía tarjetas, coberturas en materia de salud y mecanismos como el desayuno escolar. Y eso aparte de concesiones de mayor envergadura, como puede ser conseguir una vivienda en algún proyecto habitacional.

Es importante comprender que los esquemas de ayuda, sean éstos privados o públicos, deben ser complementarios, y no sustitutivos, de la participación en los beneficios del crecimiento económico vía la creación de empleos y el incremento en el salario real, conducentes a una más equitativa distribución del ingreso y la riqueza. Descansar en las ayudas como principal solución es antagónico al mantenimiento de la estabilidad social.

En otro mayo, el de 1886, fue coronado el zar Nicolás II de Rusia. Se anunció en ese momento una gran fiesta para las masas populares empobrecidas, donde regalos, bebidas y comidas serían repartidos, incluyendo una vasija conmemorativa de la ocasión que se rumoraba contendría una moneda de oro. Una gran multitud, calculada en cientos de miles de personas, acudió a la cita, superando las disponibilidades de obsequios. El deseo de no quedarse sin nada provocó un gran desorden, seguido de una estampida en la cual murieron cerca de 1,400 personas, pero las festividades siguieron como si la tragedia no hubiera ocurrido.

La población rusa no agradeció al Zar por sus regalos. Doce años después fue ejecutado con toda su familia.

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