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África no es inmune a los sentimientos secesionistas

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África no es inmune a los sentimientos secesionistas
Miles de somalíes se congregan para orar en el sitio del ataque más mortífero en el país y llorar a las centenares de víctimas, en Mogadiscio. (AP/FARAH ABDI WARSAMEH)

Es un pequeño milagro que los países hayan mantenido sus fronteras conforme incrementan los resentimientos.

Un aspecto notable de África es la estabilidad de sus fronteras. A diferencia de Europa, donde las guerras que alteraron las fronteras rugieron durante siglos, donde Yugoslavia se hizo añicos hace apenas una generación, y donde aún hoy la integridad de países como España y el Reino Unido apenas está resuelta, los africanos han aceptado sus fronteras. Esto a pesar del hecho de que los Estados modernos del continente fueron creados en la Conferencia de Berlín de 1884-85 por colonialistas con poco conocimiento de las realidades étnicas, políticas o geográficas.

Los países fueron creados combinando docenas, incluso cientos, de grupos étnicos y lingüísticos, muchos de los cuales, como los Ashanti, los Yoruba o los Baganda, habían sido Estados independientes y sofisticados antes de la llegada de los europeos. El hecho de que líderes como Julius Nyerere de Tanzania y Kwame Nkrumah de Ghana, por imperfectos que fueran, se las arreglaron para forjar Estados nacionales coherentes a partir de esta mezcolanza es un logro que se ha pasado por alto.

No todas las fronteras se han mantenido. Eritrea se convirtió en una nación independiente en 1993 después de una guerra prolongada con Etiopía. Sudán del Sur obtuvo su independencia de Sudán en 2011 con resultados hasta ahora desastrosos. Somalilandia ha sido un Estado autónomo de facto desde 1991 cuando declaró unilateralmente su independencia después de que el colapso del régimen de Siad Barre sumió a Somalia en el caos.

África ha visto múltiples guerras civiles y diversos movimientos secesionistas derivados de la ilogicidad de estas fronteras. Inmediatamente después de la independencia, tanto Katanga, la provincia congoleña con recursos minerales, como Biafra, en el sudeste de Nigeria, buscaron separarse. Cuando la independencia de Biafra fue aplastada por el ejército nigeriano en la guerra de 1967-1970, envió un mensaje a todo el continente sobre el alto costo del separatismo.

Sin embargo, África hoy no es inmune al sentimiento secesionista que ha surgido desde Cataluña hasta Kurdistán y desde Escocia hasta Quebec. El separatismo ha ganado impulso en Camerún, una vez más en Biafra e, inusualmente, incluso en el oeste de Kenia. Aunque cada situación es diferente, todas han surgido debido a que el gobierno central no les ha dado expresión política, económica y cultural a los grupos que están al margen del poder.

En Camerún, los resentimientos latentes de larga data entre la minoría de habla inglesa y la mayoría de habla francesa se han intensificado. Los angloparlantes, que representan aproximadamente una quinta parte de la población, hace tiempo se sienten marginados, un sentimiento que se ha incrementado debido a las burdas movidas del gobierno central de inundar las cortes y escuelas de francoparlantes. Al igual que en otras regiones donde un grupo se siente discriminado, cultural o económicamente, los moderados han presionado por un mayor federalismo, mientras que los de línea dura buscan una independencia total.

Después de su derrota, los biafreños siguieron viviendo en una Nigeria unificada, una creación especialmente contorsionada del colonialismo británico. Pero recientemente, el secesionismo de Biafra se ha reavivado y se ha enfrentado a la fuerza total, y a menudo cruel, del Estado. Wole Soyinka, recipiente del premio Nobel de Literatura, pasó dos años en confinamiento solitario por decir que el secesionismo de Biafra nunca podría ser derrotado. La semana pasada, él me dijo que se apegó a esas palabras. “No estaba hablando militarmente. Quise decir que la noción había ingresado al torrente sanguíneo y no se puede eliminar”.

El Sr. Soyinka no favorece la ruptura de Nigeria. Pero rechaza la afirmación del presidente Muhammadu Buhari de que la soberanía de Nigeria no es negociable. Él dice que la única forma de preservar la integridad de Nigeria es restablecer el federalismo genuino eviscerado por los sucesivos regímenes militares. “La autoidentificación y este movimiento hacia las micronacionalidades no pueden ser ignorados”.

En Kenia, el dominio de la política nacional por los Kikuyu y Kalenjin ha persuadido a los grupos minoritarios de que nunca obtendrán representación en un sistema de “el ganador se lo lleva todo”. Eso es lo que está detrás del estancamiento electoral actual en el que Raila Odinga, que representa a los Luo y otros grupos más pequeños, se niega a reconocer la derrota. Sorprendentemente también ha provocado unos llamamientos (aunque muy pocos) para un Estado occidental independiente. “Tenemos un sistema mayoritario que no funciona en las sociedades heterogéneas africanas”, dice John Githongo, prominente activista por los derechos de Kenia.

Dadas tales realidades, es un pequeño milagro que los Estados africanos se hayan mantenido unidos. Las fronteras porosas y una sensación de panafricanismo han ayudado. Pero los Estados no deben confiar en su integridad. Todos deben esforzarse para que las minorías se sientan que son parte de un todo mayor. Si no lo hacen, la integridad de los Estados no se mantendrá para siempre.

Por David Pilling (c) 2017 The Financial Times Ltd. All rights reserved.